Ibrahimovic corona el mejor fútbol de Bojan
Dice uno de esos mandamientos 'cruyffistas' que deberían ser esculpidos en los vetustos muros del Camp Nou que el mérito no es tanto alcanzar la gloria, sino mantenerse en ella. Con semejante reto mayúsculo afronta el Barcelona una temporada en la que, desde el principio, verá como se le exige repetir algo que quizá sea ya irrepetible. [Estadísticas: 3-0]
El inicio de curso liguero fue satisfactorio a medias. Comenzó con victoria ante un Sporting valiente y atractivo gracias a su buena traza con la estrategia y a la gran actuación de Bojan y Keita; pero se dejó por el camino el buen juego. Eso sí, comenzó a cerrar un capítulo de lo más pernicioso: el retraso en la adaptación del fichaje estrella, Zlatan Ibrahimovic, que ayer suavizó una actuación irregular con su primer gol como azulgrana.
No es que Guardiola estuviera demasiado preocupado por ello. De hecho, el esforzado entrenador ha reforzado aquella prédica en la que solía reclamar toda la presión para su figura –ya clamó que Ibrahimovic podía jugar mal las veces que quisiera–. El pastor, siempre por delante del rebaño. Es lo que ha demostrado el técnico este verano. Además de quitarse de encima a Eto’o, ha ejecutado una pequeña purga de medianías a cambio de Ibrahimovic, Maxwell –sustituido por un problema muscular– y Chygrynskiy, que pasó la noche rozándole la pantorrilla al técnico del Inter, José Mourinho, en el palco del Camp Nou.
El central ucraniano, que ha provocado más de una carcajada en la junta azulgrana, representa precisamente la metáfora de este Barcelona, confeccionado a imagen y semejanza de Guardiola. El técnico pide, el club ejecuta y Txiki asiente con la cabeza. Tal y como ocurría antes de la irrupción de los secretarios técnicos. Y si la cosa se torciera, Laporta ya se ha apresurado a clamar que simplemente se ha dedicado a darle la razón a su entrenador. Muy valiente.
A cabezazos
Por ahora, el sol sigue iluminando la causa azulgrana. Y no porque el juego del Barcelona fuera capaz de deslumbrar ayer a los ángeles –de hecho, su fútbol fue de lo más tedioso y reiterativo–; sino porque le bastó dibujar sobre el terreno de juego las tretas de pizarra que con tanto mimo preparan Guardiola y su mano derecha, Tito Vilanova.
En la primera parte, dos jugadas nacidas a balón parado le recordaron al Sporting que ante equipos como el azulgrana no es suficiente con esforzarse. Mantener el orden o sobrealimentar el centro del campo. Todo despiste se paga caro. Bojan, el más incisivo de los barcelonistas, y Keita, indispensable con la lesión de Iniesta, sentenciaron el encuentro mediante sendos cabezazos tras aprovechar los deficientes marcajes en las jugadas a balón parado de los asturianos.
Poco importaba ya que el Sporting hubiera maniatado durante buena parte del primer acto a los azulgrana, o que hubiera botado hasta cinco saques de esquina –los mismos que el Barcelona– en los primeros 45 minutos, córners que los azulgrana defendieron hasta con once hombres, algo totalmente inédito con Guardiola. Sin suerte en el remate –Diego Castro y Barral no estuvieron finos ante Valdés–, el equipo de Manolo Preciado tuvo que conformarse con ofrecer una notable imagen, sobre todo en el segundo tiempo.
Ibrahimovic es uno de esos jugadores a los que también les preocupa la imagen. Por ahora, en los cuatro partidos que lleva disputados con la camiseta azulgrana, el sueco ha buscado siempre la jugada más difícil, el toque más rocambolesco. Como si al futbolista sueco no le gustara lo asequible y aprovechara toda opción para intentar exhibir jugadas tan bellas como imposibles. Vive de la fantasía. Y de momento, pocos rastros hay de ella. Un estético recorte, un mediocentro que se quedó corto, un disparo demasiado flojo o un remate a manos de Juan Pablo fueron algunas de sus apariciones de mérito. Por eso, su tanto en el ocaso tras rematar en plancha un centro de Alves –Gregory tocó lo justo para anular el fuera de juego– fue tan liberador.
- El campeón saca adelante su debut liguero con un partido gris ante un valiente Sporting
- Mourinho se sentó en el palco del Camp Nou al lado del recién fichado Chygrynskiy
Dice uno de esos mandamientos 'cruyffistas' que deberían ser esculpidos en los vetustos muros del Camp Nou que el mérito no es tanto alcanzar la gloria, sino mantenerse en ella. Con semejante reto mayúsculo afronta el Barcelona una temporada en la que, desde el principio, verá como se le exige repetir algo que quizá sea ya irrepetible. [Estadísticas: 3-0]
El inicio de curso liguero fue satisfactorio a medias. Comenzó con victoria ante un Sporting valiente y atractivo gracias a su buena traza con la estrategia y a la gran actuación de Bojan y Keita; pero se dejó por el camino el buen juego. Eso sí, comenzó a cerrar un capítulo de lo más pernicioso: el retraso en la adaptación del fichaje estrella, Zlatan Ibrahimovic, que ayer suavizó una actuación irregular con su primer gol como azulgrana.
No es que Guardiola estuviera demasiado preocupado por ello. De hecho, el esforzado entrenador ha reforzado aquella prédica en la que solía reclamar toda la presión para su figura –ya clamó que Ibrahimovic podía jugar mal las veces que quisiera–. El pastor, siempre por delante del rebaño. Es lo que ha demostrado el técnico este verano. Además de quitarse de encima a Eto’o, ha ejecutado una pequeña purga de medianías a cambio de Ibrahimovic, Maxwell –sustituido por un problema muscular– y Chygrynskiy, que pasó la noche rozándole la pantorrilla al técnico del Inter, José Mourinho, en el palco del Camp Nou.
El central ucraniano, que ha provocado más de una carcajada en la junta azulgrana, representa precisamente la metáfora de este Barcelona, confeccionado a imagen y semejanza de Guardiola. El técnico pide, el club ejecuta y Txiki asiente con la cabeza. Tal y como ocurría antes de la irrupción de los secretarios técnicos. Y si la cosa se torciera, Laporta ya se ha apresurado a clamar que simplemente se ha dedicado a darle la razón a su entrenador. Muy valiente.
A cabezazos
Por ahora, el sol sigue iluminando la causa azulgrana. Y no porque el juego del Barcelona fuera capaz de deslumbrar ayer a los ángeles –de hecho, su fútbol fue de lo más tedioso y reiterativo–; sino porque le bastó dibujar sobre el terreno de juego las tretas de pizarra que con tanto mimo preparan Guardiola y su mano derecha, Tito Vilanova.
En la primera parte, dos jugadas nacidas a balón parado le recordaron al Sporting que ante equipos como el azulgrana no es suficiente con esforzarse. Mantener el orden o sobrealimentar el centro del campo. Todo despiste se paga caro. Bojan, el más incisivo de los barcelonistas, y Keita, indispensable con la lesión de Iniesta, sentenciaron el encuentro mediante sendos cabezazos tras aprovechar los deficientes marcajes en las jugadas a balón parado de los asturianos.
Poco importaba ya que el Sporting hubiera maniatado durante buena parte del primer acto a los azulgrana, o que hubiera botado hasta cinco saques de esquina –los mismos que el Barcelona– en los primeros 45 minutos, córners que los azulgrana defendieron hasta con once hombres, algo totalmente inédito con Guardiola. Sin suerte en el remate –Diego Castro y Barral no estuvieron finos ante Valdés–, el equipo de Manolo Preciado tuvo que conformarse con ofrecer una notable imagen, sobre todo en el segundo tiempo.
Ibrahimovic es uno de esos jugadores a los que también les preocupa la imagen. Por ahora, en los cuatro partidos que lleva disputados con la camiseta azulgrana, el sueco ha buscado siempre la jugada más difícil, el toque más rocambolesco. Como si al futbolista sueco no le gustara lo asequible y aprovechara toda opción para intentar exhibir jugadas tan bellas como imposibles. Vive de la fantasía. Y de momento, pocos rastros hay de ella. Un estético recorte, un mediocentro que se quedó corto, un disparo demasiado flojo o un remate a manos de Juan Pablo fueron algunas de sus apariciones de mérito. Por eso, su tanto en el ocaso tras rematar en plancha un centro de Alves –Gregory tocó lo justo para anular el fuera de juego– fue tan liberador.
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