El balance negativo de una población envejecida
La legislación se está modificando para alargar la vida laboral.
15-09-2009 -
Siempre se supo que la próxima década sería difícil. A medida que la edad de jubilación se aproxima para gran parte de la población de muchas naciones, los gobiernos han venido afrontando una cara transformación demográfica. Ahora, la crisis económica agrava las perspectivas.
Una vez que se supere la crisis, los países tendrán que trabajar para reducir sus enormes déficit fiscales sin provocar un nuevo colapso de la producción. También tendrán que ocuparse de las infladas deudas nacionales. El Fondo Monetario Internacional calcula que los miembros industrializados del G-20 habrán incrementado sus niveles de deuda en una media equivalente a casi el 25% del PIB entre 2007 y 2014.
Se trata de una carga muy pesada. Sin embargo, hasta 2050, el coste de esta crisis no representará más que un 5% del impacto financiero que supondrá para los países el envejecimiento de su población. Tal y como señala el FMI, “pese a los altos costes fiscales de esta crisis, la principal amenaza para la solvencia fiscal a largo plazo, al menos en los países desarrollados, siguen siendo las tendencias demográficas desfavorables”.
Es decir, desfavorables desde el punto de vista de la tesorería. En otros sentidos, difícilmente se pueda considerar que el aumento de la longevidad humana sea algo malo. Son menos las personas que mueren jóvenes, en accidentes laborales o por enfermedades. Si llegan a la vejez, los jubilados viven más tiempo que históricamente. Sin embargo, los índices de natalidad son con frecuencia bajos –lo que reduce el número de niños que podrán cuidar a sus padres en su retiro y el número de trabajadores que pagarán impuestos para mantenerlos–.
Las autoridades de muchos países tienden a hablar del problema en términos que ocultan su inmediatez: el impacto del envejecimiento mundial en el plazo de cuatro décadas se discute con más frecuencia que la importancia del problema en sólo 10 años. Pero los fenómenos demográficos pueden tener un impacto significativo sobre una sociedad en un breve espacio de tiempo.
El ‘baby boom’
En gran parte del mundo desarrollado, el final de la Segunda Guerra Mundial fue recibido con un fuerte aumento del número de nacimientos –el “baby boom”–. Ese incremento, una generación de trabajadores atrás, se nota ahora con más intensidad a medida que esas personas abandonan el mercado laboral en grandes grupos y comienzan a solicitar sus pensiones.
En Reino Unido, por ejemplo, el Gobierno prevé que los costes adicionales anuales derivados de las jubilaciones alcancen el 1,6% del PIB entre 2017 y 2018. Este incremento en el gasto equivale, según los cálculos efectuados por Financial Times, al coste de cubrir un aumento de la deuda nacional de cerca del 37% del PIB. Esto rebasa el incremento del 29% que, se calcula, provocarán la crisis financiera y la caída de la economía.
Francia, Alemania y EEUU son algunos de los países que sufrirán un súbito deterioro en los costes demográficos durante la próxima década tras un largo periodo de relativa tranquilidad. Según Naciones Unidas, el número de adultos en edad laboral por cada persona de más de 65 años en las economías desarrolladas se reducirá en los próximos 10 años el equivalente a lo que lo hizo durante los 30 años anteriores. El número de trabajadores por cada pensionista caerá de 4,3 a 3,4 sólo en la próxima década.
Algunos países llevan ventaja. Europa tardará otros 20 años en alcanzar el índice actual de ancianos de la sociedad japonesa. El resto del Este asiático intenta acumular riqueza antes de que su población envejezca demasiado. Corea del Sur está bien situada, con seis ciudadanos en edad laboral por cada pensionista. Sin embargo, como consecuencia del colapso de su índice de natalidad, será uno de los países con mayor número de ancianos del mundo en 2050.
Las sociedades, aunque no siempre los individuos, pueden compensar y mitigar muchos de los problemas generados por el envejecimiento de la población. La legislación se está modificando para alargar la vida laboral. Sin embargo, la última explosión en la deuda pública –bastante dura ya de por sí– está agravando el impacto de un envejecimiento que ya se asumía caro. Juntos, prometen una difícil década para los contribuyentes.
Los costes de la madurez
Los países que experimentaron importantes explosiones demográficas, como EEUU y Reino Unido, comenzarán a sentir plenamente el coste derivado de las pensiones y la seguridad social durante la próxima década. Debido a la crisis, EEUU ha visto aumentar las previsiones para 2012 de su deuda nacional como porcentaje del producto interior bruto desde el 66% al 97% –lo que hace crecer la presión sobre el Tesoro para que apruebe reformas sociales–.
El aumento de las previsiones sobre la deuda ha sido mayor en el caso de Reino Unido, subiendo del 43% al 75%. El problema de España se debe más a una falta de nacimientos. El país presenta uno de los perfiles demográficos de más rápido deterioro de Europa. Unida al súbito final de su largo auge económico, esta realidad supone un serio quebradero de cabeza para los políticos, pues se calcula que la deuda pública alcance el 56%, frente al 30% previsto previamente.
Turquía espera un importante ascenso demográfico. A medida que la Vieja Europa envejezca, es posible que intente aprovechar este hecho atrayendo a jóvenes turcos para aliviar unos ajustados mercados laborales. Japón sufre los efectos de 30 años de descensos continuados en los índices de natalidad. Esto, junto a la sorprendente longevidad de su población, han convertido a Japón en el país con más ancianos del mundo. Uniendo este hecho a la crisis, se prevé que la deuda nacional supere el doble del producto interior bruto en 2012. Frente a ello, la deuda nacional de Corea del Sur es baja y su población joven. Pero el aumento de la longevidad y el hundimiento del índice de natalidad –de 6 niños por mujer en 1960 a 1,1 en 2006– implican que la población envejecerá a un ritmo despiadado. Su ratio de dependencia rebasará a EEUU alrededor del 2025.
Simon Briscoe y Chris Cook
Expansion
La legislación se está modificando para alargar la vida laboral.
15-09-2009 -
Siempre se supo que la próxima década sería difícil. A medida que la edad de jubilación se aproxima para gran parte de la población de muchas naciones, los gobiernos han venido afrontando una cara transformación demográfica. Ahora, la crisis económica agrava las perspectivas.
Una vez que se supere la crisis, los países tendrán que trabajar para reducir sus enormes déficit fiscales sin provocar un nuevo colapso de la producción. También tendrán que ocuparse de las infladas deudas nacionales. El Fondo Monetario Internacional calcula que los miembros industrializados del G-20 habrán incrementado sus niveles de deuda en una media equivalente a casi el 25% del PIB entre 2007 y 2014.
Se trata de una carga muy pesada. Sin embargo, hasta 2050, el coste de esta crisis no representará más que un 5% del impacto financiero que supondrá para los países el envejecimiento de su población. Tal y como señala el FMI, “pese a los altos costes fiscales de esta crisis, la principal amenaza para la solvencia fiscal a largo plazo, al menos en los países desarrollados, siguen siendo las tendencias demográficas desfavorables”.
Es decir, desfavorables desde el punto de vista de la tesorería. En otros sentidos, difícilmente se pueda considerar que el aumento de la longevidad humana sea algo malo. Son menos las personas que mueren jóvenes, en accidentes laborales o por enfermedades. Si llegan a la vejez, los jubilados viven más tiempo que históricamente. Sin embargo, los índices de natalidad son con frecuencia bajos –lo que reduce el número de niños que podrán cuidar a sus padres en su retiro y el número de trabajadores que pagarán impuestos para mantenerlos–.
Las autoridades de muchos países tienden a hablar del problema en términos que ocultan su inmediatez: el impacto del envejecimiento mundial en el plazo de cuatro décadas se discute con más frecuencia que la importancia del problema en sólo 10 años. Pero los fenómenos demográficos pueden tener un impacto significativo sobre una sociedad en un breve espacio de tiempo.
El ‘baby boom’
En gran parte del mundo desarrollado, el final de la Segunda Guerra Mundial fue recibido con un fuerte aumento del número de nacimientos –el “baby boom”–. Ese incremento, una generación de trabajadores atrás, se nota ahora con más intensidad a medida que esas personas abandonan el mercado laboral en grandes grupos y comienzan a solicitar sus pensiones.
En Reino Unido, por ejemplo, el Gobierno prevé que los costes adicionales anuales derivados de las jubilaciones alcancen el 1,6% del PIB entre 2017 y 2018. Este incremento en el gasto equivale, según los cálculos efectuados por Financial Times, al coste de cubrir un aumento de la deuda nacional de cerca del 37% del PIB. Esto rebasa el incremento del 29% que, se calcula, provocarán la crisis financiera y la caída de la economía.
Francia, Alemania y EEUU son algunos de los países que sufrirán un súbito deterioro en los costes demográficos durante la próxima década tras un largo periodo de relativa tranquilidad. Según Naciones Unidas, el número de adultos en edad laboral por cada persona de más de 65 años en las economías desarrolladas se reducirá en los próximos 10 años el equivalente a lo que lo hizo durante los 30 años anteriores. El número de trabajadores por cada pensionista caerá de 4,3 a 3,4 sólo en la próxima década.
Algunos países llevan ventaja. Europa tardará otros 20 años en alcanzar el índice actual de ancianos de la sociedad japonesa. El resto del Este asiático intenta acumular riqueza antes de que su población envejezca demasiado. Corea del Sur está bien situada, con seis ciudadanos en edad laboral por cada pensionista. Sin embargo, como consecuencia del colapso de su índice de natalidad, será uno de los países con mayor número de ancianos del mundo en 2050.
Las sociedades, aunque no siempre los individuos, pueden compensar y mitigar muchos de los problemas generados por el envejecimiento de la población. La legislación se está modificando para alargar la vida laboral. Sin embargo, la última explosión en la deuda pública –bastante dura ya de por sí– está agravando el impacto de un envejecimiento que ya se asumía caro. Juntos, prometen una difícil década para los contribuyentes.
Los costes de la madurez
Los países que experimentaron importantes explosiones demográficas, como EEUU y Reino Unido, comenzarán a sentir plenamente el coste derivado de las pensiones y la seguridad social durante la próxima década. Debido a la crisis, EEUU ha visto aumentar las previsiones para 2012 de su deuda nacional como porcentaje del producto interior bruto desde el 66% al 97% –lo que hace crecer la presión sobre el Tesoro para que apruebe reformas sociales–.
El aumento de las previsiones sobre la deuda ha sido mayor en el caso de Reino Unido, subiendo del 43% al 75%. El problema de España se debe más a una falta de nacimientos. El país presenta uno de los perfiles demográficos de más rápido deterioro de Europa. Unida al súbito final de su largo auge económico, esta realidad supone un serio quebradero de cabeza para los políticos, pues se calcula que la deuda pública alcance el 56%, frente al 30% previsto previamente.
Turquía espera un importante ascenso demográfico. A medida que la Vieja Europa envejezca, es posible que intente aprovechar este hecho atrayendo a jóvenes turcos para aliviar unos ajustados mercados laborales. Japón sufre los efectos de 30 años de descensos continuados en los índices de natalidad. Esto, junto a la sorprendente longevidad de su población, han convertido a Japón en el país con más ancianos del mundo. Uniendo este hecho a la crisis, se prevé que la deuda nacional supere el doble del producto interior bruto en 2012. Frente a ello, la deuda nacional de Corea del Sur es baja y su población joven. Pero el aumento de la longevidad y el hundimiento del índice de natalidad –de 6 niños por mujer en 1960 a 1,1 en 2006– implican que la población envejecerá a un ritmo despiadado. Su ratio de dependencia rebasará a EEUU alrededor del 2025.
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