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    3.000 vecinos, 400 prostitutas

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    Mensaje por gsus Dom 1 Nov 2009 - 7:56

    3.000 vecinos, 400 prostitutas Explotacion_mujeres
    Una carretera de Cuenca plagada de prostíbulos, con mujeres captadas en gran parte en Paraguay, transcurre por dos pueblos de agricultores que discrepan sobre el comercio del sexo

    JUAN DIEGO QUESADA 01/11/2009
    Una ristra de curas, algunos con sotana y alzacuellos, cerraron una tarde el club de carretera para ellos solos. Champán y copas con las prostitutas en una piscina. Llevaban fajos de billetes en los bolsillos. Acabaron con todas las botellas. Por allí también andaban un médico que todos los días venía con su maletín y pedía a las chicas que le pusiesen inyecciones, y otro al que le gustaba que lo paseasen con una cadena atada al cuello por el suelo enmoquetado. Éstas son las historias, seguramente inventadas, fantasías trasnochadas, que entre música atronadora, alcohol y mujeres medio desnudas se escuchan de madrugada en Los Molinos, uno de los burdeles de la conocida como Ruta del Amor, en Cuenca.
    El ex alcalde de Casas de los Pinos, del PP, inauguró una placa en uno de los prostíbulos hace diez años

    En este lugar de Cuenca, la mayoría de las prostitutas vienen de Paraguay, donde hay redes de captación
    En el escenario canta Karlo, un cincuentón que en los setenta fue finalista del festival de la OTI. La hermana del cantante Francisco, famoso por la canción Latino, saldrá después y hará un numerito con una striper. La sala, decorada con mujeres desnudas pintadas en las paredes, un billar y una fuente rococó, está repleta de clientes, muchos de ellos cazadores franceses que han venido a Cuenca nada más abrirse el coto. A cada rato, uno de ellos coge de la mano a una prostituta y se marcha tan contento a una habitación de la planta de arriba. La escena es casi idéntica, cambiando el atrezo, en el resto de clubes que se apiñan en un tramo de unos pocos kilómetros de la N-301, donde hay una decena de burdeles con unas 400 mujeres. Casi todos los locales están entre Casas de los Pinos y El Provencio, dos pueblos de agricultores que apenas suman 3.000 vecinos.

    La convivencia entre unos y otros no siempre ha sido fácil. Algunos detestan que sus pueblos sean conocidos por la prostitución: lo ven denigrante, manchan el buen nombre de estas tierras donde también se hacen buenos vinos, aunque muy pocos lo sepan. La constelación de luces de neón, carteles de mujeres desnudas y sirenas parpadeantes forman ya parte del paisaje.

    En Casas de los Pinos, por las tardes, se juega en los bares al matarratas, un juego de cartas. Antes de ponerse en faena, el alcalde, Antonio Ruiz (PP), aclara de primeras que "no hay vicios de nenas en este pueblo". Más bien son forasteros quienes las frecuentan. Pero todos tienen una opinión sobre el tema. No queda otra. El 10% de los habitantes del municipio se dedican a eso. La mayoría de los vecinos, cree Ruiz, están a favor de legalizar la prostitución o, como poco, de regularla. Las chicas no hacen vida en el pueblo. Como mucho aparecen para ir al médico o hacer algunas compras. Poco más. El único problema que ve el alcalde es que alguno se ha enamorado de una de las chicas. Aunque se ha puesto solución rápidamente. "Si alguno se lía más de la cuenta", aclara, "los amigos y los familiares le quitan la idea de la cabeza".

    En el pueblo no se vería bien que uno de ellos fuese del brazo de una chica de burdel. Le criticarían, pero tampoco quiere decir eso que a todos les parezca mal a lo que se dedican. "Si viniese la Guardia Civil con problemas de drogas o historias así tomaríamos cartas en el asunto, pero, mientras tanto, que se divierta la gente", opina. Y a fe que lo intentan. En el Nigth Star, un inmenso local con piscina, suena la música a tope desde mediodía y una treintena de chicas esperan a los clientes sentadas en los taburetes. En la comarca se dice que en la azotea hay un helipuerto al que llegan grandes personalidades en busca de juega: es una leyenda. Lo que sí se ve en el aparcamiento son coches de gran cilindrada y limusinas.

    En la puerta del club hay una placa de la Asociación Nacional de Locales de Alterne (Anela). La colocó hace 10 años el anterior alcalde, José María Madrid, que también aparece hoy por el bar del pueblo. Dice que aquello le costó un disgusto. Le retrataron colocando la placa junto al dueño del garito y el jefe de la patronal de los prostíbulos, José Luis Roberto, un viejo conocido del negocio que también es líder de un partido político de ultraderecha. Salía sonriente este agricultor, que a punto estuvo de hacerse cura. La foto apareció en toda la prensa local con el titular: El primer alcalde de España que apoya los clubes de alterne. En el pueblo hubo quien le criticó. Precisamente José María, un cordero de Dios, poniendo aquel cartel en un antro de perdición. Nadie salía de su asombro. Él explica ahora, en frío, que fue una encerrona. Le invitaron a comer los del club y, como dice ser "hombre de bien", de los que no les gusta hacer un feo a nadie, allí que se presentó. Sin saber que iba a quedar inmortalizado como el primer edil en apoyar a los nigths clubs. Le dejó mal sabor de boca aquel traspiés. "Si se anima la cosa de noche, pues sí, mira, pues voy. Pero nunca lo propongo yo". La indiferencia de primeras, esa mueca que pone José María a los que quieren acabar la noche en el club, es su pequeña venganza contra el negocio.

    A la salida del pueblo, tras dejar atrás una rotonda, se enfila la N-301, antigua carretera de Valencia. De noche impresiona. A lo largo del asfalto se van dejando atrás luces centelleantes, paraísos decadentes. Aparecen Nigth Star, Las Torres, Pasarela, Lido, Aquarium, Don Angelo, Copacabana.... y Los Molinos.

    En este último, el cantante Karlo ha estado un buen rato animando la fiesta. Aquí han actuado también Los Chicos o Manolo de Vega. Hay clientes de todo tipo: jóvenes, camioneros, monteros franceses, gente de los alrededores, alguno que ha venido de Madrid y de Valencia. Se baila cumbia, salsa, merengue. La mayoría de las prostitutas son de Paraguay. Las redes de captación de chicas, antes instaladas en Brasil y Colombia, se han fijado ahora en el país andino. Una de las paraguayas, pequeñita, rubia, simpática, es la favorita de los clientes, lleva cuatro años en esto y asegura que gana "6.000 o 7.000 euros al mes". Trabajaba antes en su país de camarera con un sueldo miserable. Le propusieron venir a España para trabajar en el burdel. "Nadie me engañó, me dijeron lo que había. No soy esclava de nada. Vine a ganar dinero", asegura. Embutida en una bata de pantera, explica que descansa los días que quiere y que nadie le obliga a irse con ningún cliente. Sólo le molesta que le pidan "perversiones" en la cama y que vengan algunos clientes a prometerle que le van a hacer los papeles y a sacarla de este mundo. "Sólo quieren sexo gratis".

    No se escuchan esta noche historias tristes. Aparentemente, todo es juerga, diversión. Ni rastro del drama de la prostitución. Nadie habla sobre los problemas que supone abandonar un país, vivir en un club de carretera, venderse al primero que entre. Ellas no lo cuentan, pero sin duda detrás de cada una de estas mujeres hay un relato oscuro, un drama personal. No cabe hoy esa versión en la sala El Molino. Suena la música, juego de luces y las chicas mientras tanto esperan sentadas en un taburete, con cara triste, a que algún cliente les aguante la mirada.

    El jefe de todo este tinglado es Florencio García, conocido como Flores, un policía nacional retirado, populista y carismático. Las chicas le saludan, le vitorean, y él no para de preguntarles de forma retórica si éste es el sitio donde mejor les han cuidado. Todas dicen que sí, claro. Va de aquí a allá por el club relatando los sueldos de todos los que trabajan ahí, gustoso por los euros a espuertas que se mueven en el lugar.

    Flores cuenta que la treta para saltarse la legalidad es decir que esto es un hotel, con una discoteca, donde las chicas pagan 40 euros al día por habitación y comida, y que ellas hacen lo que quieren con la gente que frecuenta el local. Asegura que no se lleva nada de las relaciones sexuales, que su negocio está en las copas y el alquiler de cuartos. Quizá también esté en los cinco euros que vale el kit de higiene que tienen que comprar las meretrices cada vez que suben a un cliente. Flores se jacta de que en la puerta hay un cartel en el que se lee: "La trata de personas es una forma de esclavitud moderna".

    La policía ha hecho varias redadas en el club. Basta con teclear en Google el nombre de su local y aparecen noticias de 2003 que hablan de la desarticulación de la mayor red de prostitución en la zona. La cosa siempre acaba igual: las meretrices, muchas de ellas en situación irregular, reciben una carta de expulsión del país. Después llegan otras; a veces, las mismas de forma encubierta. Flores cree que sus ex compañeros deberían dedicarse a "combatir la delincuencia de verdad", y no a inflar las estadísticas con este tipo de detenciones. Aunque se muerde la lengua: "Como se cabreen tengo la semana que viene en la puerta varios furgones".

    Si en Casas de los Pinos se toma el asunto con cierta filosofía, en El Provencio no hace mucha gracia la constelación de luces de neón que rodean el pueblo. Uno de los clubs lleva 30 años. Se formó en el lugar alguna que otra pareja que vive en la localidad. La alcaldesa socialista, Manuela Galiano, preferiría que el municipio se conociese por las cosas "buenas" que tiene, que son muchas. El concejal Julián Alarcón, detrás del mostrador de una tienda de periódicos y quinielas, cuenta con mucha seriedad que el porcentaje de divorcios ha sido bajo en los últimos años, "ninguno achacable a una visita al club", pues se supone que ahí van sobre todo los solteros. Hace unos años, el que pasaba por la carretera, antes de entrar en el pueblo, echaba un vistazo a los coches aparcados a la puerta de los clubes de alterne. "De un vistazo sabías quién estaba en el lío. Casi siempre eran los mismos". Las nuevas matrículas europeas, que ocultan la procedencia de los vehículos, han ayudado a preservar la intimidad de los clientes.

    No se casan muchos últimamente por estos pueblos de Cuenca. Las campanas de la iglesia tañen más por fallecimientos que por otra cosa. Sin embargo, cada vez que hay una boda y el cura está a punto de bendecir a la pareja, siempre hay alguno que desde el banco pone la puntilla: "Lo que Dios ha unido que no lo separen las chicas del club".

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