30.10.09 | 21:04 h. Pilar Bernal
Son una especie en peligro de extinción pero las plañideras, mujeres que lloraban en los entierros a cambio de un pago, se han adaptado a los tiempos. Desaparecieron en su forma original en la primera mitad del siglo pasado pero sus sucesoras, "rezonas" y "rezanderas" siguen trabajando en pueblos de Extremadura, Galicia y Canarias
Ángela lleva 40 años dedicándose a la oración profesional. Empezó a hacerlo para sacarse un sustento extra cuando se quedó viuda y aún no lo ha dejado. Su oficio consiste en atender las diligencias de la muerte, dice ella: "acudo al médico, toco agonía en la Iglesia, después voy al juzgado y al ayuntamiento. También le llevo los papeles al cura para que pueda enterrar al difunto en las 24 siguientes a la muerte". Ella no llora, dice, además si gimoteara, argumenta, la gente no podría seguir bien los rezos: "yo tengo que rezar bien, con la voz que Dios me ha dado".
Poco sueldo gana Ángela con su oficio, sobre todo desde que las aseguradoras han dejado de cubrir los gastos de las oraciones: "antes todos los seguros lo cubrían en un punto que decía según costumbres del pueblo pero ahora ya no todos lo hacen, quien quiere me llama por su cuenta". Su competencia directa es Sacra, la representante de una importante compañía aseguradora en la localidad de Casar de Cáceres, donde las dos ejercen. Sacra explica que mucha gente ya no quiere que la rezandera acuda al funeral: "el seguro lo cubre todo así que no hace falta que ella haga el papeleo, lo hago yo, y además casi todo el mundo tiene seguro. Cada uno que rece a sus muertos".
A Ángela le pagan entre 20 y 30 euros por funeral, poco dinero dice la rezandera: "tengo mi pensión de mayor si no, no podría vivir. Usted se cree, este mes sólo se ha muerto una cómo voy a vivir con 20 euros. Y aunque se mueran siete". Ella pide la voluntad y hay gente más generosa pero también quien da lo justo: "muchos no me dan más que diez euros. Desde luego no puedo vivir de esto".
Facunda, rezadora, ejerce en Campanario (Badajoz), a ella nunca le ha hecho falta el dinero por eso el donativo que le dan por rezar en funerales y entierros lo entrega a la parroquia: "la que estaba antes cobraba y yo empecé no aceptando pero la gente me traía el dinero o regalos a la casa. Así que al final decidí cogerlo y dárselo a la parroquia. Llegue a ese acuerdo con el cura". Facunda apenas pasa de los sesenta y lleva sólo cuatro años haciéndolo, según ella, por vocación católica. Confiesa que también llora en algunos funerales, sobre todo en los de gente joven: "Sí, se llora pero suavecito. El público también llora. Sí, sí se hace así". En cierto modo las rezonas y rezanderas de hoy son las plañideras y lloronas de ayer que han recogido el testigo. Se trata de animar al llanto, dicen los habitantes de Garrovillas, la localidad donde mejor documentada está la existencia de las plañideras. José María Velaz, historiador cacereño asegura que la Iglesia las prohibió por primera vez en el siglo XVIII por el escándalo que armaban en los templos: "puede que lo vieran como algo herético", apunta Velaz.
Plañir viene del latín plangere que significa llorar o gemir, las plañideras o lloronas lloraban por dinero pero, según los expertos, su gesto tenía un efecto terapéutico para que la gente se desahogase y llorase la pérdida… Ahora tenemos psicólogos para pasar el duelo...
Son una especie en peligro de extinción pero las plañideras, mujeres que lloraban en los entierros a cambio de un pago, se han adaptado a los tiempos. Desaparecieron en su forma original en la primera mitad del siglo pasado pero sus sucesoras, "rezonas" y "rezanderas" siguen trabajando en pueblos de Extremadura, Galicia y Canarias
Ángela lleva 40 años dedicándose a la oración profesional. Empezó a hacerlo para sacarse un sustento extra cuando se quedó viuda y aún no lo ha dejado. Su oficio consiste en atender las diligencias de la muerte, dice ella: "acudo al médico, toco agonía en la Iglesia, después voy al juzgado y al ayuntamiento. También le llevo los papeles al cura para que pueda enterrar al difunto en las 24 siguientes a la muerte". Ella no llora, dice, además si gimoteara, argumenta, la gente no podría seguir bien los rezos: "yo tengo que rezar bien, con la voz que Dios me ha dado".
Poco sueldo gana Ángela con su oficio, sobre todo desde que las aseguradoras han dejado de cubrir los gastos de las oraciones: "antes todos los seguros lo cubrían en un punto que decía según costumbres del pueblo pero ahora ya no todos lo hacen, quien quiere me llama por su cuenta". Su competencia directa es Sacra, la representante de una importante compañía aseguradora en la localidad de Casar de Cáceres, donde las dos ejercen. Sacra explica que mucha gente ya no quiere que la rezandera acuda al funeral: "el seguro lo cubre todo así que no hace falta que ella haga el papeleo, lo hago yo, y además casi todo el mundo tiene seguro. Cada uno que rece a sus muertos".
A Ángela le pagan entre 20 y 30 euros por funeral, poco dinero dice la rezandera: "tengo mi pensión de mayor si no, no podría vivir. Usted se cree, este mes sólo se ha muerto una cómo voy a vivir con 20 euros. Y aunque se mueran siete". Ella pide la voluntad y hay gente más generosa pero también quien da lo justo: "muchos no me dan más que diez euros. Desde luego no puedo vivir de esto".
Facunda, rezadora, ejerce en Campanario (Badajoz), a ella nunca le ha hecho falta el dinero por eso el donativo que le dan por rezar en funerales y entierros lo entrega a la parroquia: "la que estaba antes cobraba y yo empecé no aceptando pero la gente me traía el dinero o regalos a la casa. Así que al final decidí cogerlo y dárselo a la parroquia. Llegue a ese acuerdo con el cura". Facunda apenas pasa de los sesenta y lleva sólo cuatro años haciéndolo, según ella, por vocación católica. Confiesa que también llora en algunos funerales, sobre todo en los de gente joven: "Sí, se llora pero suavecito. El público también llora. Sí, sí se hace así". En cierto modo las rezonas y rezanderas de hoy son las plañideras y lloronas de ayer que han recogido el testigo. Se trata de animar al llanto, dicen los habitantes de Garrovillas, la localidad donde mejor documentada está la existencia de las plañideras. José María Velaz, historiador cacereño asegura que la Iglesia las prohibió por primera vez en el siglo XVIII por el escándalo que armaban en los templos: "puede que lo vieran como algo herético", apunta Velaz.
Plañir viene del latín plangere que significa llorar o gemir, las plañideras o lloronas lloraban por dinero pero, según los expertos, su gesto tenía un efecto terapéutico para que la gente se desahogase y llorase la pérdida… Ahora tenemos psicólogos para pasar el duelo...
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