Las grandes cristaleras de la biblioteca que dan a la calle Montalegre se convierten en un escaparate perfecto para los amigos de lo ajeno | Los intrusos se llevaron libros y pertenencias de los usuarios
Calle Montalegre, barrio del Raval. Una serie de grandes cristaleras en la planta baja de la biblioteca de la facultad de Geografía e Historia deja visibles libros, móviles, bolsos y portátiles desde la calle. Una estudiante pide a un compañero de mesa que eche una mirada a sus pertenencias mientras ella sale, probablemente, al baño. Guarda el móvil en la bolsa que pone en la silla.
Deja un par de libros abiertos, el portátil y el mp3. Tiene suerte, pero no siempre es así. Mònica Maspoch, investigadora de historia medieval, ya había oído hablar de hurtos frecuentes dentro de la biblioteca, que es de libre acceso. El pasado miércoles descuidó sus cosas sólo unos instantes, el tiempo de quitarse la chaqueta, y su bolsa desapareció. Ese mismo día, más tarde, se produjo otro robo.
Tras el incidente, Maspoch se dirigió a las oficinas de la biblioteca. Allí se enteró de que sólo existe un vigilante para los 4.500 metros cuadrados de los edificios de la facultad y la biblioteca. Más allá de las grandes ventanas que dan a la calle, la única separación entre el interior y el exterior son dos accesos flanqueados por detectores con alarmas.
Hay avisos para que se vigilen objetos personales y pegatinas disuasorias que informan de la existencia de un sistema de videovigilancia que sólo enfoca la puerta principal y las salidas de emergencia. Las cámaras no han recogido a ningún sospechoso. La investigadora medieval deja una queja en la administración y pone una denuncia en los Mossos d'Esquadra.
Anna Clavel, administradora de la biblioteca, aclara que se producen más robos desde que se trasladó la biblioteca al barrio del Raval, hace tres años. "Hay gente que ve por las ventanas a las personas estudiando con los bolsos muchas veces descuidados. Vigilan, ven lo que se pueden llevar y aprovechan. Entran y roban. Hay semanas en que se producen cuatro o cinco casos y otras en que no pasa nada".
Aunque hayan aumentado, según la administradora, ya se producían algunos hurtos antes del traslado, lo que significa, según esta funcionaria, que también los estudiantes son autores de algunos de los casos.
"La gran diferencia es que ahora se añadieron algunos colectivos que protagonizan la gran parte de los incidentes. Cualquier persona entra y sale para hacer lo que le apetece. Hay incluso indigentes que van al lavabo. No se puede hacer otra cosa que elevar las quejas al rectorado para que se contrate personal de seguridad exclusivo", explica.
Otra víctima de estos robos que prefiere no identificarse sospecha de dos chicas rubias que se dedican a frecuentar a diario las instalaciones. Se hacen pasar por estudiantes "aunque no dedican ni un minuto a leerse un libro", dice esta testigo. Más tarde las reconoció en dos fotos colgadas en la comisaría de los Mossos.
La policía autonómica confirma la existencia de dos denuncias por hurtos en la biblioteca aunque no cree que sea representativo, pues, según estas fuentes policiales, "no se ha notado un incremento ni se han registrado otras denuncias". Los Mossos recuerdan que "la biblioteca es un espacio interno y es la institución la que debe velar por la seguridad de sus usuarios".
Según la delegada del rector de la Universitat de Barcelona (UB), Carina Rey, no ha habido casos suficientes para justificar medidas más urgentes de control del acceso a la biblioteca. La instalación está formalmente dirigida en exclusiva a funcionarios y alumnos de las instituciones universitarias, aunque en la práctica es de libre acceso. "Se estudian desde el verano nuevas formas de control", dijo Rey.
Pau, alumno de la facultad, tiene conocimiento de los robos dentro de la biblioteca y por eso dice que siempre vigila sus cosas. Añade: "Aunque no supiera de los hurtos, igual me percataría porque siempre hay gente paseándose libremente".
Unos metros más arriba, tras la última gran cristalera, un anciano sin techo duerme acompañado de su perro. Los usuarios de la biblioteca que han sufrido los hurtos temen que se extienda la idea de que los mendigos son los responsables de los robos cuando aseguran que sólo acceden al recinto para asearse y que jamás han causado problemas
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Calle Montalegre, barrio del Raval. Una serie de grandes cristaleras en la planta baja de la biblioteca de la facultad de Geografía e Historia deja visibles libros, móviles, bolsos y portátiles desde la calle. Una estudiante pide a un compañero de mesa que eche una mirada a sus pertenencias mientras ella sale, probablemente, al baño. Guarda el móvil en la bolsa que pone en la silla.
Deja un par de libros abiertos, el portátil y el mp3. Tiene suerte, pero no siempre es así. Mònica Maspoch, investigadora de historia medieval, ya había oído hablar de hurtos frecuentes dentro de la biblioteca, que es de libre acceso. El pasado miércoles descuidó sus cosas sólo unos instantes, el tiempo de quitarse la chaqueta, y su bolsa desapareció. Ese mismo día, más tarde, se produjo otro robo.
Tras el incidente, Maspoch se dirigió a las oficinas de la biblioteca. Allí se enteró de que sólo existe un vigilante para los 4.500 metros cuadrados de los edificios de la facultad y la biblioteca. Más allá de las grandes ventanas que dan a la calle, la única separación entre el interior y el exterior son dos accesos flanqueados por detectores con alarmas.
Hay avisos para que se vigilen objetos personales y pegatinas disuasorias que informan de la existencia de un sistema de videovigilancia que sólo enfoca la puerta principal y las salidas de emergencia. Las cámaras no han recogido a ningún sospechoso. La investigadora medieval deja una queja en la administración y pone una denuncia en los Mossos d'Esquadra.
Anna Clavel, administradora de la biblioteca, aclara que se producen más robos desde que se trasladó la biblioteca al barrio del Raval, hace tres años. "Hay gente que ve por las ventanas a las personas estudiando con los bolsos muchas veces descuidados. Vigilan, ven lo que se pueden llevar y aprovechan. Entran y roban. Hay semanas en que se producen cuatro o cinco casos y otras en que no pasa nada".
Aunque hayan aumentado, según la administradora, ya se producían algunos hurtos antes del traslado, lo que significa, según esta funcionaria, que también los estudiantes son autores de algunos de los casos.
"La gran diferencia es que ahora se añadieron algunos colectivos que protagonizan la gran parte de los incidentes. Cualquier persona entra y sale para hacer lo que le apetece. Hay incluso indigentes que van al lavabo. No se puede hacer otra cosa que elevar las quejas al rectorado para que se contrate personal de seguridad exclusivo", explica.
Otra víctima de estos robos que prefiere no identificarse sospecha de dos chicas rubias que se dedican a frecuentar a diario las instalaciones. Se hacen pasar por estudiantes "aunque no dedican ni un minuto a leerse un libro", dice esta testigo. Más tarde las reconoció en dos fotos colgadas en la comisaría de los Mossos.
La policía autonómica confirma la existencia de dos denuncias por hurtos en la biblioteca aunque no cree que sea representativo, pues, según estas fuentes policiales, "no se ha notado un incremento ni se han registrado otras denuncias". Los Mossos recuerdan que "la biblioteca es un espacio interno y es la institución la que debe velar por la seguridad de sus usuarios".
Según la delegada del rector de la Universitat de Barcelona (UB), Carina Rey, no ha habido casos suficientes para justificar medidas más urgentes de control del acceso a la biblioteca. La instalación está formalmente dirigida en exclusiva a funcionarios y alumnos de las instituciones universitarias, aunque en la práctica es de libre acceso. "Se estudian desde el verano nuevas formas de control", dijo Rey.
Pau, alumno de la facultad, tiene conocimiento de los robos dentro de la biblioteca y por eso dice que siempre vigila sus cosas. Añade: "Aunque no supiera de los hurtos, igual me percataría porque siempre hay gente paseándose libremente".
Unos metros más arriba, tras la última gran cristalera, un anciano sin techo duerme acompañado de su perro. Los usuarios de la biblioteca que han sufrido los hurtos temen que se extienda la idea de que los mendigos son los responsables de los robos cuando aseguran que sólo acceden al recinto para asearse y que jamás han causado problemas
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