Vigilantes V.S.
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Era incesante el desfile por las casas de los barrenderos, basureros, serenos y vigilantes nocturnos para pedir el aguinaldo, presentando aquellas tarjetas en las que nos recordaban sus buenos servicios a lo largo de todo el año
Uno, acostumbrado de toda la vida a felicitar estas fiestas con la clásica tarjeta, también llamada en inglés con el nombre de christmas, que no significa otra cosa que Navidad o navideño/a, y también Nochebuena, se ha tenido que adaptar este año a recibir, y también enviar, numerosas felicitaciones por el correo electrónico; y la verdad es que algunas de ellas son verdaderas obras maestras, con varias páginas de preciosas imágenes y música apropiada a las fiestas que venimos celebrando.
Recuerdo, cuando yo era joven, que hasta se hacían concursos de christmas, que se llegaban a exponer al público, en la galería del antiguo hotel Los Cisnes, premiandose a los mejores y más originales; participando en cada edición los mejores pintores y dibujantes de nuestra ciudad.
Felicitar estas fiestas no constituía tanto alarde como ahora. La cosa era más sencilla. Iba uno a Jerez Gráfico, en la calle Algarve, y compraba una o varias tarjetas navideñas, las rellenaba con buenos deseos y, metidas en un sobre, llegaban a su destinatario, por el correo normal de toda la vida. Y ahí quedaba la cosa. Pero había también otros modos, quizás más antiguos, de felicitar estas fiestas. Y hablo de los años cincuenta del pasado siglo, hacia atrás.
Llegando la memoria hasta los años cuarenta, en que, aparte de felicitar a los familiares, vecinos y amigos, con palabras tan efusivas y clásicas como "Felices Pascuas y próspero año nuevo", muchos de esos deseos se hacían llegar, acompañados de algún obsequio; generalmente, una caja de vino, o simplemente unas botellas; algún jamón que otro, un pollo o un pavo vivo; o en casos de mucho agradecimiento, lo que se llamaba "una cesta compuesta", que no era otra cosa que una de aquellas cestas de Navidad, tan opíparas, que solo se podían adquirir en sitios especializados, como la Mantequera Jerezana,
Mantequerías Arias, Confitería y Charcutería La Esperanza, La Cooperativa, y otras tiendas de la época, ya todas ellas desaparecidas, hace años. Estos regalos se acostumbraban a enviar, preferentemente, a médicos -antes de que existiera la Seguridad Social- a los que se les estaba muy agradecidos por habernos sacado de alguna grave enfermedad, o a personas a las que se les debía algún importante favor.
Y uno recuerda casas de amigos, a los que casi a diario llegaban, en estas fechas, las antiguas cajas de madera con seis o doce botellas de las bodegas, hasta lograr reunir casi una veintena de dichas cajas; y, sobre todo, pollos y pavos vivos, a los que los afortunados enviaban a sus azoteas o al corral de la casa, hasta que llegara el momento de ser sacrificados, para la cena de Navidad o de fin de año.
Y en estos días era, también, incesante, el desfile por nuestras casas de los barrenderos, basureros, serenos y vigilantes nocturnos, para pedirnos el aguinaldo, presentando aquellas tarjetas en las que nos recordaban sus buenos servicios, a lo largo de todo el año y, a cambio, nuestros padres les entregaban algunas monedas. Incluso existía la costumbre de felicitar a los guardias municipales, cuando estos eran los encargados de ordenar la circulación rodada por el centro de las ciudades, dejándoles a la vez algún obsequio, generalmente unas botellas de vino, o algún paquete de ricos presentes, justo en el punto donde ejercían su necesaria misión de vigilancia y ordenamiento de la circulación.Aquí en Jerez, uno recuerda, muy especialmente, los puntos de tráfico de la plaza del Arenal, en la confluencia de las calles Lancería, Corredera y Consistorio; el punto muy céntrico del Gallo Azul, junto al reloj de Domecq; y el del Colmao, en la confluencia de las calles Cerrón, Arcos y Medina.
Sitios a los que todavía tardaría en llegar la regulación semafórica, y donde era imprescindible un agente de la policía municipal, para que no se formara un caos circulatorio; aunque el tráfico aún no había llegado, ni en sueños, a lo que es hoy día, pues la clase trabajadora todavía no había tenido acceso a un vehículo de cuatro ruedas; a todo lo más, a una bicicleta o un velomotor, con el que se desplazaba a sus lugares de trabajo.
Las viejas costumbres, las antiguas felicitaciones, aquellos deseos de felices Pascuas y próspero año nuevo, fueron cediendo el paso, poco a poco, a otras formas de felicitar la Navidad; desapareciendo para siempre la costumbre de hacer regalos de botellas de vino y de animales para celebrar las fiestas; cuando éstos se vendían vivos en sitios de las afueras de nuestra ciudad - a la salida del puente de la calle Medina, por ejemplo -donde la gente del campo, establecía sus puntos de ventas, acercando sus piaras de pavos y pollos al ciudadano; porque estos animales aún no se vendían en las carnicerías, ya matados y desplumados, como ahora, listos y preparados para ser consumidos.
Y abundando en el tema, podemos añadir que aparte del pavo o el pollo, los pestiños, el mazapán y los mantecados, así como el anís y el vino, como únicas bebidas, ya no eran necesarias otras viandas, para celebrar estas fiestas; ni siquiera el marisco y el champán, o el cava, que llegarían muchos años después, realmente hace todavía poco, enriqueciendo ciertamente nuestra mesa, pero haciéndola, al mismo tiempo, más deudora al inevitable consumismo que ha invadidos estas fiestas, en los últimos tiempos.
Hasta el punto de que el gasto de cada familia, en las últimas celebraciones navideñas y de fin de año, se ha disparado de forma realmente escandalosa; olvidándonos de que lo que celebramos, especialmente la Navidad, es otra cosa, bien distinta, con la que nada tiene que ver tanta ostentación de consumismo.
De todas maneras, las celebren de una forma o de otra, vayan desde aquí mis mejores deseos de unas felices fiestas a todos mis lectores. ¡Y feliz año nuevo!
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