ALFREDO PÉREZ RUBALCABA 03/01/2010 El Pais
Durante el año 2003 perdieron la vida en las carreteras españolas 3.993 personas. Ciertamente, no lo hicieron de golpe. Fue día a día, fin de semana tras fin de semana, durante las vacaciones de Semana Santa y también en las de verano. En todo caso, no podemos decir que no nos enteráramos. La crónica de desgracias automovilísticas ya era un clásico en nuestros informativos. Pero no aparecían como un gran problema para el conjunto de los ciudadanos. De esa cifra casi ni se discutía. La seguridad vial no figuraba entre los temas de debate ni en foros políticos, ni tan siquiera en los periodísticos. De vez en cuando, nuestra conciencia colectiva se sacudía cuando una madrugada un grupo de jóvenes perdían la vida después de una larga noche de fiesta. Entonces surgían airadas voces sobre los peligros del alcohol al volante, y casi nunca faltaban esos reproches genéricos a la juventud, que son producto más de la añoranza que de un análisis serio de la realidad.
Probablemente, en el fondo de la aparente falta de preocupación por lo que, objetivamente, era una catástrofe, latía una suerte de conformismo, casi de fatalidad según la cual esta pérdida de vidas humanas era el inevitable precio a pagar por el uso del automóvil. Y quizá esa absurda especie, nunca demostrada, por indemostrable, según la cual los españoles somos así: poco disciplinados, poco amigos de cumplir las normas y entre ellas el código de circulación.
El año 2009 que acaba de terminar, ha visto cómo 1.897 personas perdían su vida en accidentes de tráfico. Son muchas vidas, muchas tragedias, mucho dolor. Pero también son muchas menos que las se perdieron en el 2003. Más de dos mil menos. Por sexto año consecutivo hemos conseguido que estas siniestras cifras bajen. Y ello a pesar de que entre el 2003 y el 2009 ha seguido aumentando el número de vehículos y de conductores en nuestras carreteras. Seis años de descenso continuado que nos permiten asegurar que los números no reflejan ninguna anomalía estadística, sino que son el resultado consistente de que algo ha cambiado profundamente en los usos y costumbres de los conductores españoles. No es sólo una percepción, existen datos. Cada día son menos los conductores que sufren algún percance en nuestras carreteras y no llevan puesto su cinturón de seguridad. Los controles de alcoholemia, cada día más numerosos, arrojan porcentajes de infractores que también descienden de año en año. La velocidad a la que se circula en nuestro país es menor que hace algunos años. En definitiva, los españoles conducen de forma más segura, son más precavidos, más conscientes de los peligros que el uso del coche puede suponer.
Los buenos resultados de una política sostenida de mejora de la seguridad vial están ahí. Una política meditada, que ha incorporado las mejores prácticas de los países de la Unión Europea, y que se ha mantenido como una prioridad gubernamental desde el primer minuto de la anterior legislatura. Esos buenos resultados son, en todo caso, el fruto del trabajo de mucha gente. De los grupos parlamentarios, que han establecido el carné por puntos, modificado el Código Penal, mejorado el sistema de regulación de las infracciones de tráfico. Pero, sobre todo, que han llevado el debate sobre la seguridad vial al Parlamento, y buscado consensos amplios para su mejora.
Son el producto del esfuerzo de los miembros de la Agrupación de la Guardia Civil de Tráfico; de jueces y fiscales; de los funcionarios de la Dirección General de Tráfico; de las asociaciones de conductores; de los constructores, que han incrementado la seguridad de coches y de motos; de los medios de comunicación; de las administraciones, que han mejorado las carreteras; del sistema educativo, que ha incorporado la educación vial a la actividad escolar; de las asociaciones de víctimas, en fin, que han hecho oír su voz y no han dejado de trabajar para que lo que les ha sucedido a ellos o a sus familiares no les pasara a otros.
Se puede decir, con razón, que queda mucho trabajo por hacer. Nuestras carreteras todavía generan demasiadas vidas truncadas, demasiados heridos con secuelas permanentes. Pero sabemos cuál es el camino. Estos años han demostrado que se pueden reducir los accidentes, también en España. Que los españoles, por supuesto los jóvenes, sabemos y podemos ser responsables cuando nos ponemos al volante. Por eso, la principal tarea del Gobierno va a seguir siendo alentar ese creciente compromiso ciudadano con la seguridad. Una actitud que, a fin de cuentas, no es sino una apuesta en favor de la vida.
Alfredo Pérez Rubalcaba es ministro del Interior
Durante el año 2003 perdieron la vida en las carreteras españolas 3.993 personas. Ciertamente, no lo hicieron de golpe. Fue día a día, fin de semana tras fin de semana, durante las vacaciones de Semana Santa y también en las de verano. En todo caso, no podemos decir que no nos enteráramos. La crónica de desgracias automovilísticas ya era un clásico en nuestros informativos. Pero no aparecían como un gran problema para el conjunto de los ciudadanos. De esa cifra casi ni se discutía. La seguridad vial no figuraba entre los temas de debate ni en foros políticos, ni tan siquiera en los periodísticos. De vez en cuando, nuestra conciencia colectiva se sacudía cuando una madrugada un grupo de jóvenes perdían la vida después de una larga noche de fiesta. Entonces surgían airadas voces sobre los peligros del alcohol al volante, y casi nunca faltaban esos reproches genéricos a la juventud, que son producto más de la añoranza que de un análisis serio de la realidad.
Probablemente, en el fondo de la aparente falta de preocupación por lo que, objetivamente, era una catástrofe, latía una suerte de conformismo, casi de fatalidad según la cual esta pérdida de vidas humanas era el inevitable precio a pagar por el uso del automóvil. Y quizá esa absurda especie, nunca demostrada, por indemostrable, según la cual los españoles somos así: poco disciplinados, poco amigos de cumplir las normas y entre ellas el código de circulación.
El año 2009 que acaba de terminar, ha visto cómo 1.897 personas perdían su vida en accidentes de tráfico. Son muchas vidas, muchas tragedias, mucho dolor. Pero también son muchas menos que las se perdieron en el 2003. Más de dos mil menos. Por sexto año consecutivo hemos conseguido que estas siniestras cifras bajen. Y ello a pesar de que entre el 2003 y el 2009 ha seguido aumentando el número de vehículos y de conductores en nuestras carreteras. Seis años de descenso continuado que nos permiten asegurar que los números no reflejan ninguna anomalía estadística, sino que son el resultado consistente de que algo ha cambiado profundamente en los usos y costumbres de los conductores españoles. No es sólo una percepción, existen datos. Cada día son menos los conductores que sufren algún percance en nuestras carreteras y no llevan puesto su cinturón de seguridad. Los controles de alcoholemia, cada día más numerosos, arrojan porcentajes de infractores que también descienden de año en año. La velocidad a la que se circula en nuestro país es menor que hace algunos años. En definitiva, los españoles conducen de forma más segura, son más precavidos, más conscientes de los peligros que el uso del coche puede suponer.
Los buenos resultados de una política sostenida de mejora de la seguridad vial están ahí. Una política meditada, que ha incorporado las mejores prácticas de los países de la Unión Europea, y que se ha mantenido como una prioridad gubernamental desde el primer minuto de la anterior legislatura. Esos buenos resultados son, en todo caso, el fruto del trabajo de mucha gente. De los grupos parlamentarios, que han establecido el carné por puntos, modificado el Código Penal, mejorado el sistema de regulación de las infracciones de tráfico. Pero, sobre todo, que han llevado el debate sobre la seguridad vial al Parlamento, y buscado consensos amplios para su mejora.
Son el producto del esfuerzo de los miembros de la Agrupación de la Guardia Civil de Tráfico; de jueces y fiscales; de los funcionarios de la Dirección General de Tráfico; de las asociaciones de conductores; de los constructores, que han incrementado la seguridad de coches y de motos; de los medios de comunicación; de las administraciones, que han mejorado las carreteras; del sistema educativo, que ha incorporado la educación vial a la actividad escolar; de las asociaciones de víctimas, en fin, que han hecho oír su voz y no han dejado de trabajar para que lo que les ha sucedido a ellos o a sus familiares no les pasara a otros.
Se puede decir, con razón, que queda mucho trabajo por hacer. Nuestras carreteras todavía generan demasiadas vidas truncadas, demasiados heridos con secuelas permanentes. Pero sabemos cuál es el camino. Estos años han demostrado que se pueden reducir los accidentes, también en España. Que los españoles, por supuesto los jóvenes, sabemos y podemos ser responsables cuando nos ponemos al volante. Por eso, la principal tarea del Gobierno va a seguir siendo alentar ese creciente compromiso ciudadano con la seguridad. Una actitud que, a fin de cuentas, no es sino una apuesta en favor de la vida.
Alfredo Pérez Rubalcaba es ministro del Interior
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