Tres policías, dos locales y uno nacional, salvaron el domingo a un pequeño de morir atragantado. Los agentes se han convertido para el niño en una especie de San Blas de uniforme, ya que el santo está considerado el abogado de los males de garganta después de evitar precisamente que un pequeño muriese tras atragantarse con una raspa de pescado.
Los hechos ocurrieron el pasado domingo en la Glorieta de San Vicente. «Nos dirigíamos a ese lugar para un cacheo. A la altura de la calle Joaquín Espín comenzamos a oír gritos de auxilio». Una de las agentes bajó del coche, mientras que la otra lo aparcaba en la glorieta.
Delante iba otro coche del Cuerpo Nacional de Policía del que también se apeó otro agente, Felipe. «Cuando nos acercamos, su madre me lo puso en los brazos. No respiraba, estaba morado, lacio... Creía que se nos moría allí mismo», afirmó Carmen, que junto a Raquel y Felipe, agente de la Policía Nacional intentaron reanimar al pequeño.
«Nada más bajarnos del coche llamé a una ambulancia. Mientras venía, comprobé si tenía pulso. Era muy débil. Cogí al niño y lo puse boca abajo. Le apreté y hechó un trozo de gominola, pero seguía sin respirar», explicó Carmen.
Entonces, según Raquel, Felipe, el agente del Cuerpo Nacional de Policía lo cogió y puso la cintura del pequeño en su brazo. «Le dio varias veces en la espalda, pero seguía sin recuperar la respiración». Fue cuando decidieron, según Carmen y Raquel, meterle la mano en la boca e intentar sacarle los restos de caramelo que pudiera tener todavía y que le obstruían la fosa bucal. «Le grité a Felipe: Sigue sin respirar, métele la mano en la boca».
Al colocarle la lengua «nuevos pedacitos de caramelo salieron y comenzó a respirar, justo cuando Felipe me decía que lo intentara yo», relata Raquel. En ese momento apareció en el lugar un médico. «Se identificó como facultativo. Lo colocó de forma lateral y lo examinó. Poco después, también llegó el 061, su médico también comprobó las constantes del pequeño que poco a poco se recuperaba. Nos dijo que le habíamos salvado la vida», agrega la joven.
Mientras, la madre estaba en estado de shock. «No decía nada, estaba sentada en un banco sin hablar, con la mirada fija». Alrededor había mucha gente, recuerdan. Carmen asegura que no pudo evitar dirigirse a todos. «Les dije que estamos también para esto, para salvar vidas, no sólo para multar, porque mucha gente nos ve sólo como eso, los malos de la película».
Cuando se les llama heroínas contestan de forma tajante: «No somos heroínas, hemos cumplido con nuestra obligación». Se sienten contentas, como también aseguran que lo está el agente del Cuerpo Nacional de Policía. «El mérito, si lo hay, es compartido». Y aseguran que de esta forma también esa leyenda urbana de que la Policía Local y el Cuerpo Nacional de Policía no se llevan bien desaparecerá.
«Como han podido ver los ciudadanos trabajamos juntos. No nos llevamos mal, todo lo contrario, hay muy buen rollo y nos ayudamos mucho», explican. Con la madre hablaron ayer. «Nos ha agradecido mucho lo que hicimos. Ha pedido por favor que no se facilite dato alguno de ella, ni del niño, prefieren pasar desapercibidos».
Dicen que no esperan un agradecimiento oficial, que la mejor recompensa es «la felicidad con la que terminamos el servicio después de haber salvado una vida, la satisfacción personal del trabajo bien hecho y en equipo. Qué mejor recompensa podemos esperar».
(la noticia anterior estaba incompleta)
Borrado el primero por estar repetido
Los hechos ocurrieron el pasado domingo en la Glorieta de San Vicente. «Nos dirigíamos a ese lugar para un cacheo. A la altura de la calle Joaquín Espín comenzamos a oír gritos de auxilio». Una de las agentes bajó del coche, mientras que la otra lo aparcaba en la glorieta.
Delante iba otro coche del Cuerpo Nacional de Policía del que también se apeó otro agente, Felipe. «Cuando nos acercamos, su madre me lo puso en los brazos. No respiraba, estaba morado, lacio... Creía que se nos moría allí mismo», afirmó Carmen, que junto a Raquel y Felipe, agente de la Policía Nacional intentaron reanimar al pequeño.
«Nada más bajarnos del coche llamé a una ambulancia. Mientras venía, comprobé si tenía pulso. Era muy débil. Cogí al niño y lo puse boca abajo. Le apreté y hechó un trozo de gominola, pero seguía sin respirar», explicó Carmen.
Entonces, según Raquel, Felipe, el agente del Cuerpo Nacional de Policía lo cogió y puso la cintura del pequeño en su brazo. «Le dio varias veces en la espalda, pero seguía sin recuperar la respiración». Fue cuando decidieron, según Carmen y Raquel, meterle la mano en la boca e intentar sacarle los restos de caramelo que pudiera tener todavía y que le obstruían la fosa bucal. «Le grité a Felipe: Sigue sin respirar, métele la mano en la boca».
Al colocarle la lengua «nuevos pedacitos de caramelo salieron y comenzó a respirar, justo cuando Felipe me decía que lo intentara yo», relata Raquel. En ese momento apareció en el lugar un médico. «Se identificó como facultativo. Lo colocó de forma lateral y lo examinó. Poco después, también llegó el 061, su médico también comprobó las constantes del pequeño que poco a poco se recuperaba. Nos dijo que le habíamos salvado la vida», agrega la joven.
Mientras, la madre estaba en estado de shock. «No decía nada, estaba sentada en un banco sin hablar, con la mirada fija». Alrededor había mucha gente, recuerdan. Carmen asegura que no pudo evitar dirigirse a todos. «Les dije que estamos también para esto, para salvar vidas, no sólo para multar, porque mucha gente nos ve sólo como eso, los malos de la película».
Cuando se les llama heroínas contestan de forma tajante: «No somos heroínas, hemos cumplido con nuestra obligación». Se sienten contentas, como también aseguran que lo está el agente del Cuerpo Nacional de Policía. «El mérito, si lo hay, es compartido». Y aseguran que de esta forma también esa leyenda urbana de que la Policía Local y el Cuerpo Nacional de Policía no se llevan bien desaparecerá.
«Como han podido ver los ciudadanos trabajamos juntos. No nos llevamos mal, todo lo contrario, hay muy buen rollo y nos ayudamos mucho», explican. Con la madre hablaron ayer. «Nos ha agradecido mucho lo que hicimos. Ha pedido por favor que no se facilite dato alguno de ella, ni del niño, prefieren pasar desapercibidos».
Dicen que no esperan un agradecimiento oficial, que la mejor recompensa es «la felicidad con la que terminamos el servicio después de haber salvado una vida, la satisfacción personal del trabajo bien hecho y en equipo. Qué mejor recompensa podemos esperar».
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