«Nos enseñan a no liarla por la calle»

ABC.Martes , 06-04-10
POR ISABEL JIMENO
FOTOS: FRANCISCO DE LAS HERAS
VALLADOLID. 10 de abril. Es la fecha marcada en rojo en el calendario de su mente. La fecha en la que recuperarán la anhelada «libertad» que tanto echan de menos entre los muros del Centro Regional de Menores Zambrana. Cortando, puliendo, ensamblando y barnizando muebles en el taller de madera consumen las últimas horas de su condena y tratan de aprovechar la experiencia para formarse y poder encontrar un trabajo que les aleje de las conductas que les llevaron al internamiento.
Sara y José (nombres ficticios) lo hacen con la esperanza de «no volver a liarla» y que un juez dictamine un nuevo ingreso. Aunque su bagaje demuestra que no es fácil. Más de veinte meses de internamiento acumula José en los últimos años. Estos dos últimos dos, por «robar». Sabe que es su última oportunidad. «Si vuelvo a prepararla, aquí ya no puedo volver», reconoce «escarmentado» este joven de 18 años, consciente de que un nuevo delito le llevará a la cárcel.
«Sí me arrepiento, porque ahora me veo aquí encerrada y no puedo hacer lo que quiero», asegura Sara. «Robar y pegar» son los motivos de su segundo castigo, esta vez de dos meses, en el Centro de Menores. «El año pasado ya estuve seis meses», reconoce esta chica de 17 años, quien sabe por experiencia familiar -su hermano pasó aquí- lo que es perder esa «libertad».
Los robos con violencia o intimidación son la principal causa de los internamientos (24%), seguidos de las lesiones (15%) y los robos con fuerza en las cosas (10%). Aunque también hay casos «más esporádicos» de homicidios, agresiones y agresiones sexuales. Son los mismos delitos de siempre, aunque ahora «su comportamiento tiene más problemas de conducta».
Las condenas por sus infracciones les privan de desplegar las alas de su juventud. Es una de las cosas que más echan de menos cuando el juez dicta sentencia. Por eso, como reconoce la directora del Zambrana, Clara Cano, «es habitual» que tras un permiso muchos no vuelvan.
De una de esas «fugas» que una orden judicial abortó llegó una joven de 15 años que ahora pasea a su pequeño de tres meses por el patio. «Es una situación excepcional», no suele haber bebés, asegura Cano, aunque otra menor embarazada comparte paseo.
La presencia de una cuna, pañales y ropa de bebé en una habitación delata la presencia del pequeño y rompe la austeridad de la zona de reforma. Camas de obra «para que no puedan hacerse daño», armarios sin puertas con lo justo para vivir y paredes desprovistas de cualquier adorno se divisan a través del ojo de buey que permite ver el interior de cada habitación. El cristal es de seguridad, al igual que el de la ventana, que sólo permite abrir una rendija de apenas diez centímetros para ventilar la estancia.
Normas y seguridad
En el pasillo, más de una treintena de normas rigen el comportamiento. «Prohibido ir en camiseta de tirantes», encabeza el listado, que incluye también normas de higiene, pues en muchos caso es el primer paso que deben dar los profesionales cuando un menor llega al Zambrana. Más de un centenar de personas trabaja en este centro cuyos orígenes se remontan a 1929 y por el que en 2009 pasaron 234 jóvenes, con un índice de ocupación del 96% en sus 69 plazas. Están distribuidos en nueve módulos (cuatro de hombres en función de su delito y personalidad, uno de mujeres, uno de intervención terapéutica, otro de acogida, uno más de separación para casos de alteraciones de conducta y otro de aislamiento sanitario) y nunca los internos de uno entran en contacto con los de otro.
Cada módulo dispone de su patio con cancha de baloncesto, fútbol sala y pista de atletismo, cuentan con una piscina en la que se hacen turnos y un gimnasio; biblioteca, sala de estar con juegos -«cuidamos mucho que los videojuegos no sean agresivos»-, televisión y espacio para hacer los deberes y zona con futbolín y mesa de ping-pong. «Sobre todo para que su tiempo libre, que siempre han usado muy inadecuadamente en actividades predelictivas o delictivas, se corte», destaca Cano.
No pueden tener teléfono móvil, aunque hay cabina, el Mp3 «sólo como premio» y está prohibido fumar en todo el recinto. De hecho, la lucha contra las adicciones al tabaco y el hachís son una de las primeras batallas a las que deben hacer frente.
Talleres obligatorios
Los que aún no tienen 16 años acuden a clase, además de asistir a algún taller, obligatorio para los más mayores. Informática, jardinería, automoción, manualidades y madera son algunas de las opciones de formación, en las que Fernando se emplea como profesor desde hace treinta años y afirma que ahora «vería más complicado dar clase fuera». Algunos logran un empleo al salir, pero reconoce que haber pasado por el Zambrana supone una cruz en el currículum.
Al cumplir los 18 años, el programa de apoyo a la vida adulta ofrece piso y becas ligados a un compromiso de estudio y búsqueda de empleo. El año pasado se beneficiaron 84 jóvenes de la región. «Implica una responsabilidad», destaca el consejero de Familia, César Antón.
Cristales de seguridad, puertas acorazadas, timbres e interfonos en cada estancia recuerdan que es un centro de internamiento para menores infractores. También, vigilantes de seguridad, que acompañan a los jóvenes de los talleres a los módulos y comprueban que no se llevan ningún objeto con ellos. Son jóvenes, algunos casi niños, pero «no hay que olvidar» que han cometido infracciones.
El trato es bueno, pero «dentro de lo que cabe, bien, no se está porque estamos encerrados», reconoce Sara, quien trata de aprovechar su estancia para formarse y «cuando salgamos buscar un trabajo». Eso es lo que persigue el centro: que cumplan su pena y reeducarles para apartarles de esas conductas delictivas. «Nos enseñan a saber lo que tenemos que hacer, a no liarlas por la calle».