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“Tardé más de tres horas en recorrer un trayecto de 35 minutos”
Esta periodista se acercó ayer por la mañana hasta el metro de Plaza de Castilla media hora antes de lo habitual. Eran las 8.45. Según sus cálculos, era el tiempo de más que perdería hasta llegar a su puesto de trabajo si sólo circulaban los servicios mínimos de Metro, como había sucedido el lunes. Plaza de Castilla – Colonia Jardín. Desde el andén sur de la línea 10, 35 minutos exactos (si nada falla).
Un guardia de seguridad avisaba a cada uno de los viandantes que intentaba abrir la puerta del intercambiador que no se podía acceder. “Señorita, perdone, el metro no circula”. ¿Y luego? “En un principio, en todo el día”. Tampoco daba permiso para acceder al intercambiador. Entre los ciudadanos, que cerraban filas en las abultadas colas de los autobuses urbanos, se respiraba desasosiego, mala leche e indignación. Sí, mucha indignación. Los teléfonos móviles no paraban de sonar: o bien recibían una llamada para ver por dónde iban o ellos telefoneaban para confirmar que finalmente se retrasaría.
¿Alternativas? La propia Iberia aconseja a sus clientes llegar hasta el aeropuerto en autobús, taxi o transporte particular. El taxi ascendería a más de 30 euros y el coche está en el taller, la única opción viable era el autobús. Los desesperados trabajadores se calmaban cuando el jefe le tranquilizaba. Los que salían de viaje o iban de visita al médico no encontraban consuelo.
“A mí me parece muy bien que ellos reclamen sus derechos si les quieren bajar el sueldo, ¿pero qué culpa tenemos nosotros? ¡Si somos tan curritos como ellos!”. Estaba incluso la licenciada en psicología que tenía una entrevista de trabajo. “Llevo diez meses en el paro, y ya llego tarde a la entrevista”. Se sentó en la acera y dejó pasar el 27 que la acercaría hasta Nuevos Ministerios. “En 10 minutos hubiera llegado. Ya llevo treinta minutos aquí”.
Son dos millones de madrileños los que pueden contar en primera persona qué se siente cuando todas las puertas del suburbano están cerradas. “El derecho a huelga es evidente, pero es obligatorio cumplir con los servicios mínimos” alertaba Esperanza Aguirre en su cuenta de Twitter ayer a las 12 de la mañana. Pues no. Ni un solo conductor se dignó a conducir un tren. “Si hay trabajadores que quieren respetar los servicios mínimos, Metro de Madrid se lo va a garantizar”, volvió a twittear Aguirre a los pocos minutos. Ni siquiera los autobuses urbanos tenían capacidad para absorber todo el tráfico humano que dependía de ellos para llegar a su puesto de trabajo.
Tuvo que dejar pasar tres autobuses hasta que consiguió 'embotellarse' en el cuarto que pasó a las 9.20 horas de la mañana. “Los representantes legítimos de los trabajadores no pueden poner en jaque a 6,5 millones de madrileños ni decir que Madrid va a reventar”. Otra vez habló de más Aguirre. Los piquetes querían reventar Madrid, y lo consiguieron. Llegó a la Plaza de Cibeles a las 10. Cruzar Gran Vía a pie en una mañana de sol ardiente se tarda 40 minutos. “¿Qué autobús baja hasta Casa de Campo?”. Tardó media Gran Vía en encontrarlo. Ni siquiera los conductores de otros autobuses sabían responder.
Autobuses reventados de desesperados madrileños
En Plaza de España consiguió descifrar el número del bus que le salvaría del caos. “¡Lástima! Sale desde Príncipe Pío”. Esperar otro interurbano que le bajara la cuesta de San Vicente le supuso otra media hora. Y eso que cualquiera de los cinco que se esperaba en la marquesina paraba en la estación. A la llegada, el reloj avisaba de que ya eran las 10.30 horas. El 33. El 'treinta y tres' era el autobús que le llevaría hasta su destino. ¿Tiempo de espera? 18 minutos que fueron 25.
Una vez sentada (por fin, ¡un sitio libre!), un recorrido de diez minutos en vehículo se convirtió en una desesperante ruta turística por todas las calles del barrio madrileño de Aluche hasta su parada final. Mi parada: Colonia Jardín. El reloj marcaba exactamente las 11.56 horas. En números redondos, tres horas y cuarto.
Lo peor es que la pesadilla, para los madrileños sin otra alternativa, se vuelve a repetir hoy. Lo han avisado los trabajadores de Metro. “El miércoles tampoco habrá servicios mínimos”. A última hora de ayer, Aguirre prometió autobuses privados que reforzasen las líneas de autobús habitual y sacar los buhometros, previstos sólo para las noches del fin de semana. Cuando iba a ver el partido de España, ni se había reabierto la línea 8 que va al aeropuerto ni los búhos funcionaban como si fuera un sábado noche. Así que si pensaba (o debe) moverse hoy por la ciudad en metro, calcule bien el tiempo (y el dinero) que le va a costar su alternativa más rentable.
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Esta periodista se acercó ayer por la mañana hasta el metro de Plaza de Castilla media hora antes de lo habitual. Eran las 8.45. Según sus cálculos, era el tiempo de más que perdería hasta llegar a su puesto de trabajo si sólo circulaban los servicios mínimos de Metro, como había sucedido el lunes. Plaza de Castilla – Colonia Jardín. Desde el andén sur de la línea 10, 35 minutos exactos (si nada falla).
Un guardia de seguridad avisaba a cada uno de los viandantes que intentaba abrir la puerta del intercambiador que no se podía acceder. “Señorita, perdone, el metro no circula”. ¿Y luego? “En un principio, en todo el día”. Tampoco daba permiso para acceder al intercambiador. Entre los ciudadanos, que cerraban filas en las abultadas colas de los autobuses urbanos, se respiraba desasosiego, mala leche e indignación. Sí, mucha indignación. Los teléfonos móviles no paraban de sonar: o bien recibían una llamada para ver por dónde iban o ellos telefoneaban para confirmar que finalmente se retrasaría.
¿Alternativas? La propia Iberia aconseja a sus clientes llegar hasta el aeropuerto en autobús, taxi o transporte particular. El taxi ascendería a más de 30 euros y el coche está en el taller, la única opción viable era el autobús. Los desesperados trabajadores se calmaban cuando el jefe le tranquilizaba. Los que salían de viaje o iban de visita al médico no encontraban consuelo.
“A mí me parece muy bien que ellos reclamen sus derechos si les quieren bajar el sueldo, ¿pero qué culpa tenemos nosotros? ¡Si somos tan curritos como ellos!”. Estaba incluso la licenciada en psicología que tenía una entrevista de trabajo. “Llevo diez meses en el paro, y ya llego tarde a la entrevista”. Se sentó en la acera y dejó pasar el 27 que la acercaría hasta Nuevos Ministerios. “En 10 minutos hubiera llegado. Ya llevo treinta minutos aquí”.
Son dos millones de madrileños los que pueden contar en primera persona qué se siente cuando todas las puertas del suburbano están cerradas. “El derecho a huelga es evidente, pero es obligatorio cumplir con los servicios mínimos” alertaba Esperanza Aguirre en su cuenta de Twitter ayer a las 12 de la mañana. Pues no. Ni un solo conductor se dignó a conducir un tren. “Si hay trabajadores que quieren respetar los servicios mínimos, Metro de Madrid se lo va a garantizar”, volvió a twittear Aguirre a los pocos minutos. Ni siquiera los autobuses urbanos tenían capacidad para absorber todo el tráfico humano que dependía de ellos para llegar a su puesto de trabajo.
Tuvo que dejar pasar tres autobuses hasta que consiguió 'embotellarse' en el cuarto que pasó a las 9.20 horas de la mañana. “Los representantes legítimos de los trabajadores no pueden poner en jaque a 6,5 millones de madrileños ni decir que Madrid va a reventar”. Otra vez habló de más Aguirre. Los piquetes querían reventar Madrid, y lo consiguieron. Llegó a la Plaza de Cibeles a las 10. Cruzar Gran Vía a pie en una mañana de sol ardiente se tarda 40 minutos. “¿Qué autobús baja hasta Casa de Campo?”. Tardó media Gran Vía en encontrarlo. Ni siquiera los conductores de otros autobuses sabían responder.
Autobuses reventados de desesperados madrileños
En Plaza de España consiguió descifrar el número del bus que le salvaría del caos. “¡Lástima! Sale desde Príncipe Pío”. Esperar otro interurbano que le bajara la cuesta de San Vicente le supuso otra media hora. Y eso que cualquiera de los cinco que se esperaba en la marquesina paraba en la estación. A la llegada, el reloj avisaba de que ya eran las 10.30 horas. El 33. El 'treinta y tres' era el autobús que le llevaría hasta su destino. ¿Tiempo de espera? 18 minutos que fueron 25.
Una vez sentada (por fin, ¡un sitio libre!), un recorrido de diez minutos en vehículo se convirtió en una desesperante ruta turística por todas las calles del barrio madrileño de Aluche hasta su parada final. Mi parada: Colonia Jardín. El reloj marcaba exactamente las 11.56 horas. En números redondos, tres horas y cuarto.
Lo peor es que la pesadilla, para los madrileños sin otra alternativa, se vuelve a repetir hoy. Lo han avisado los trabajadores de Metro. “El miércoles tampoco habrá servicios mínimos”. A última hora de ayer, Aguirre prometió autobuses privados que reforzasen las líneas de autobús habitual y sacar los buhometros, previstos sólo para las noches del fin de semana. Cuando iba a ver el partido de España, ni se había reabierto la línea 8 que va al aeropuerto ni los búhos funcionaban como si fuera un sábado noche. Así que si pensaba (o debe) moverse hoy por la ciudad en metro, calcule bien el tiempo (y el dinero) que le va a costar su alternativa más rentable.
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