Suicidas y terroristas infiltrados, el arma preferida de la insurgencia talibán

Suicidas y terroristas infiltrados, el arma preferida de la insurgencia talibán

Más de 400 personas han muerto en 2010 por ataques de la insurgencia

Tras el ataque a caravanas y los atentados suicidas llega la infiltración

Es un peligro latente, sigiloso, que se hace visible de la manera más cruel. La insurgencia talibán mantiene vivo el terror con un incesante goteo de víctimas que colocan a Afganistán como el principal foco de este tipo de terrorismo. Gente armada con explosivos pero, sobre todo, con fe ciega y con paciencia: todo vale en pos del objetivo.

Los terroristas suicidas jugaban un papel fundamental en el último intento talibán de provocar el caos en el ataque de la pasada madrugada contra dos bases de la OTAN en la provincia oriental de Khost, fronteriza con Pakistán.

Esta vez, sin embargo, las fuerzas de la Alianza evitaron el derramamiento de sangre propio, mientras fallecían al menos 24 insurgentes. Entre ellos, varios ataviados con chalecos cargados de explosivos.

Tal y como reconocen los talibán a través de su portavoz, Zabiulad Muyahid, los 30 hombres que participaron en el ataque contaban con armamento de diverso calibre y la gran mayoría portaban, según ellos, chalecos con explosivos. Finalmente, la inspección posterior de los cadáveres mostró que sólo cuatro talibanes llevaban este sistema, una forma de atentado difícil de detectar y que cobra mayor notoriedad en los casos, cada vez más habituales, de insurgentes que logran infiltrarse en el bando enemigo y atacar desde dentro.

En ocasiones, el chaleco explosivo se cambia a veces por una simple arma. Ese fue el caso del terrorista que acabó con la vida de dos guardias civiles españoles el pasado miércoles. Ambos fueron atacados por una persona considerada 'de confianza': el chófer del jefe de la policía afgana en la provincia. No usó explosivos sino un fusil de asalto pero su acción puede resultar tan suicida como si hubiera decidido inmolarse, al provocar un tiroteo en un lugar de difícil escapatoria como el interior de la antigua base española en Qala-e-now, en el noroeste del país.

La muerte de los dos españoles se cuenta ya entre los 94 compatriotas que han muerto en el país asiático o los 400 militares extranjeros que han perdido la vida en Afganistán en lo que llevamos de 2010. Y es que, a pesar de los casi 150.000 soldados extranjeros, la violencia en el país está en su peor nivel desde que los talibanes fueron derrocados por la invasión de Estados Unidos a finales de 2001.

Nuevas y viejas tácticas
En el último año los ataques se han recrudecido notablemente, y no hay mes en el que no se conozca algún intento de atacar a las misiones extranjeras o a las propias fuerzas afganas, en pleno proceso de formación. Bien con ataques recurrentes a las rutas de paso de las caravanas militares, bien con ataques precisos contra civiles o militares. Han llegado incluso a vestirse de mujer para poder acceder con mayor facilidad a sus objetivos camuflados bajo el burka.

En cualquier caso, el resultado es espeluznante. En ocasiones por la tremenda e indiscriminada siega de vidas humanas, como los 40 muertos que dejó el suicida bomba que irrumpió el pasado mes de junio en una boda en la provincia de Kandahar.

En otras, por la osadía de la misión terrorista, como fue el caso del infiltrado que a finales de diciembre asesinó a seis agentes de la CIA y a uno jordano tras burlar todos los controles del centro de los servicios de inteligencia estadounidenses en Afganistán.