Se te cae el mundo encima como las fichas de un dominó y no te sientes capaz de nada
BERTA CHULVI
Detrás de las cifras del paro hay personas. Vidas rotas de la noche a la mañana, sujetos que tratan de reponerse al aldabonazo que supone la pérdida repentina de un empleo que creían más o menos asegurado. Desempleo y precariedad van de la mano, pero quizás lo nuevo de la situación actual es que sin trabajo se quedan personas que creían que sus vidas laborales estaban más o menos bien orientadas. En paro aparecen nuevas problemáticas de salud, pero sobre todo se agravan las existentes.
Pedro llevaba 15 años trabajando como ingeniero para una empresa de capital público de la Generalitat valenciana. No era funcionario porque el régimen de contratación de esta empresa es laboral, pero daba por hecho que continuaría en un trabajo que le gustaba y en el que tenía gran experiencia: “Yo era el más antiguo del departamento. Quien explicaba a los nuevos lo que tenían que hacer. Me gustaba mi trabajo y la verdad es que no me imaginaba que iba a perderlo a mis 50 años”. La empresa hizo un ERE que afectó a la mayoría de los trabajadores y Pedro se vio en la calle. Para Pedro, que está empezando a ex - perimentar los primeros síntomas del desempleo, lo peor es el desarraigo: “Yo vivo solo y mis compañeros de trabajo eran como mi segunda familia. Y, de repente, te tiran de ahí”. Pedro goza de buena salud, pero él mismo reconoce que durante todo ese estresante proceso incrementó la dosis diaria de tabaco: “Ahora estoy intentando fumar menos, pero sigo teniendo problemas para dormir”. Para sobrellevar la situación ha dejado de consumir: “Cuando estás en paro trabajas mucho más porque todo te lo has de hacer tú”.
Tras un año y medio en el paro, sin el ritmo de acudir al trabajo cada día, siento miedo y me pregunto si seré capaz de volver al mundo real El paro también ha afectado especialmente a trabajadores extranjeros que ya estaban totalmente asentados en España. Este es el caso de Fátima, administrativa hasta hace poco en la Institución Ferial Valenciana, se deja aquí a su hija, estudiando en la Universidad, y se vuelve a su país: Venezuela. Tiene 44 años y llevaba siete en Valencia, nunca le faltó trabajo porque habla inglés y portugués y es muy buena relaciones públicas. “Aquí estábamos superadaptadas, pero me he de volver porque no tengo ningún ingreso. Me dejo aquí a mi hija, estudiando en la Universidad, y me voy a trabajar a la empresa familiar porque he de mandar dinero a España”. Ella es una mujer fuerte y todavía no siente los efectos de esta separación forzada de su hija: “Ahora estoy superacelerada preparando todo, pero supongo que el bajón y los efectos sobre mi bienestar psicológico los voy a notar cuando llegue a Caracas”.
Juan tiene 38 años y trabajaba de bibliotecario en una biblioteca municipal de la Comunidad de Madrid. Licenciado en documentación llevaba 14 años cubriendo plazas relacionadas con su formación para la Administración autonómica y central. Nunca había estado en paro y ahora está a punto de cobrar el último mes del desempleo. Llega al paro tras una baja por depresión causada por el trato injusto recibido en su último empleo. Juan era el único interino, además de su inmediato responsable, en su centro de trabajo y eso es lo que explica, en su opinión, que él se convirtiera en el blanco de los ataques de su inmediato superior: “Los criterios de la dirección y de los mandos intermedios eran bastante arbitrarios. Mis funciones no estaban claras y cuando yo trataba de dar un buen servicio a los lectores, mi superior se inmiscuía en la conversación y me dejaba en mal lugar delante del público. Además controlaba y revisaba cada uno de mis movimientos y, aunque yo hiciera el trabajo de la misma forma que los funcionarios, el único que se llevaba las broncas era yo”, explica Juan.
Tras un cuadro que su médico de cabecera diagnosticó como un ataque de ansiedad, Juan estuvo de baja y empezó un tratamiento médico con un psicólogo de la Seguridad Social: “El horror de estos meses fue la persecución de la mutua que me hacía también ir a su psicólogo, con lo cual se duplicaban las sesiones y yo en lugar de estar más tranquilo cada vez estaba más nervioso”. Empezó a padecer trastornos del sueño que agravaron su situación hasta que agotada la baja pasó por un tribunal médico, que le obligaba a incorporarse al trabajo: “Me sentía totalmente incapaz de volver a aquel lugar. Solo de pensarlo me ponía mucho peor, así que decidí que lo primero era mi salud y no volví”. Un contrato de un día como ayudante de topógrafo fue lo que le permitió cobrar el subsidio que ahora se acaba. Sigue con tratamiento médico –antidepresivos y ansiolíticos –, mientras empieza a experimentar una sensación nueva bastante preocupante: “Tras un año y medio en el paro, sin el ritmo de acudir al trabajo cada día, siento miedo y me pregunto si seré capaz de volver al mundo real”.
He vuelto a la habitación de la que salí cuando tenía 18 años y no me aclaro con mi vida Wendy tiene 45 años y llevaba 13 como interina en la educación secundaria. Es licenciada en bellas artes y una de las víctimas de los recortes practicados por la Generalitat valenciana: “Acabamos en junio de trabajar y estamos hasta ahora en vilo. Tenemos que mirar todos los días las adjudicaciones de plazas porque si no estamos pendientes, podemos perder nuestro puesto en la bolsa de trabajo”. Ella está en el número 42 de la bolsa y teme que sus planes para pasar este año se vayan al traste. Vive en una continua incertidumbre: “Siempre quise hacer el doctorado, pero nunca pude porque me he pasado 13 años recorriendo la geografía valenciana, así que cuando vi que me iba a quedar en el paro, decidí hacer un máster que me capacitara para optar a otro tipo de plazas”. Se ha matriculado, pero no sabe si podrá acabar. Toda esta incertidumbre ha afectado claramente a su estado de ánimo y a su salud: “Yo padezco una gingivitis crónica, me duele y me sangra la dentadura cada cierto tiempo. Con el estrés de este verano la gingivitis se ha agudizado. Obviamente fumo más que antes, lo que también me perjudica y mis relaciones afectivo-sexuales también se han visto afectadas. Cuando se te cae el mundo encima como si fueran las fichas de un dominó, no te sientes capaz de nada”.
Sonia nunca ha tenido un empleo digno a pesar de ser una mujer de 29 años extremadamente competente. Es camarera. Su salario nunca ha llegado a los mil euros, pero nunca le faltó trabajo porque es muy profesional. “Ahora no me llaman ni para hacer banquetes”, explica. Ha tenido que volver a vivir a casa de sus padres y en los últimos meses ha perdido 10 kilos: “Vomito casi todo lo que como”, explica. “Mi médico dice que tengo una gastroenteritis crónica y me están haciendo pruebas, pero yo sé que lo que ocurre es que mi vida ha dado un paso atrás de gigante: He vuelto a la habitación de la que salí cuando tenía 18 años y no me aclaro con mi vida”.
Vicente tiene 38 años y es albañil, está casado y tiene un hijo de 11 años. Hace dos años que le despidieron de la empresa constructora para la que trabajaba: “Hicieron suspensión de pagos y nos quedamos todos en la calle”, recuerda. Desde entonces hasta este mes de agosto ha estado trabajando en lo que ha podido, unas veces de alta como autónomo y otras en negro, pero ahora la situación ya es insostenible: “Estoy arreglando mi casa para ver si puedo venderla, aunque mi mujer no quiere”. Sus planes pasan por emigrar al campo o al extranjero, pero eso supone una importante tensión familiar. Su mujer también estaba en paro, pero acaba de empezar a trabajar como administrativa cerca de casa. Cobra 400 euros al mes por una media jornada. Vicente no sabe explicar cómo se encuentra, pero como consecuencia del estrés se le ha agravado una dolencia crónica: “Me ha subido el colesterol a 280 y me estoy medicando. Quería dejar de fumar pero ahora, con lo nervioso que estoy, no puedo hacerlo. También estoy empezando a tener problemas para dormir”.
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BERTA CHULVI
Detrás de las cifras del paro hay personas. Vidas rotas de la noche a la mañana, sujetos que tratan de reponerse al aldabonazo que supone la pérdida repentina de un empleo que creían más o menos asegurado. Desempleo y precariedad van de la mano, pero quizás lo nuevo de la situación actual es que sin trabajo se quedan personas que creían que sus vidas laborales estaban más o menos bien orientadas. En paro aparecen nuevas problemáticas de salud, pero sobre todo se agravan las existentes.
Pedro llevaba 15 años trabajando como ingeniero para una empresa de capital público de la Generalitat valenciana. No era funcionario porque el régimen de contratación de esta empresa es laboral, pero daba por hecho que continuaría en un trabajo que le gustaba y en el que tenía gran experiencia: “Yo era el más antiguo del departamento. Quien explicaba a los nuevos lo que tenían que hacer. Me gustaba mi trabajo y la verdad es que no me imaginaba que iba a perderlo a mis 50 años”. La empresa hizo un ERE que afectó a la mayoría de los trabajadores y Pedro se vio en la calle. Para Pedro, que está empezando a ex - perimentar los primeros síntomas del desempleo, lo peor es el desarraigo: “Yo vivo solo y mis compañeros de trabajo eran como mi segunda familia. Y, de repente, te tiran de ahí”. Pedro goza de buena salud, pero él mismo reconoce que durante todo ese estresante proceso incrementó la dosis diaria de tabaco: “Ahora estoy intentando fumar menos, pero sigo teniendo problemas para dormir”. Para sobrellevar la situación ha dejado de consumir: “Cuando estás en paro trabajas mucho más porque todo te lo has de hacer tú”.
Tras un año y medio en el paro, sin el ritmo de acudir al trabajo cada día, siento miedo y me pregunto si seré capaz de volver al mundo real El paro también ha afectado especialmente a trabajadores extranjeros que ya estaban totalmente asentados en España. Este es el caso de Fátima, administrativa hasta hace poco en la Institución Ferial Valenciana, se deja aquí a su hija, estudiando en la Universidad, y se vuelve a su país: Venezuela. Tiene 44 años y llevaba siete en Valencia, nunca le faltó trabajo porque habla inglés y portugués y es muy buena relaciones públicas. “Aquí estábamos superadaptadas, pero me he de volver porque no tengo ningún ingreso. Me dejo aquí a mi hija, estudiando en la Universidad, y me voy a trabajar a la empresa familiar porque he de mandar dinero a España”. Ella es una mujer fuerte y todavía no siente los efectos de esta separación forzada de su hija: “Ahora estoy superacelerada preparando todo, pero supongo que el bajón y los efectos sobre mi bienestar psicológico los voy a notar cuando llegue a Caracas”.
Juan tiene 38 años y trabajaba de bibliotecario en una biblioteca municipal de la Comunidad de Madrid. Licenciado en documentación llevaba 14 años cubriendo plazas relacionadas con su formación para la Administración autonómica y central. Nunca había estado en paro y ahora está a punto de cobrar el último mes del desempleo. Llega al paro tras una baja por depresión causada por el trato injusto recibido en su último empleo. Juan era el único interino, además de su inmediato responsable, en su centro de trabajo y eso es lo que explica, en su opinión, que él se convirtiera en el blanco de los ataques de su inmediato superior: “Los criterios de la dirección y de los mandos intermedios eran bastante arbitrarios. Mis funciones no estaban claras y cuando yo trataba de dar un buen servicio a los lectores, mi superior se inmiscuía en la conversación y me dejaba en mal lugar delante del público. Además controlaba y revisaba cada uno de mis movimientos y, aunque yo hiciera el trabajo de la misma forma que los funcionarios, el único que se llevaba las broncas era yo”, explica Juan.
Tras un cuadro que su médico de cabecera diagnosticó como un ataque de ansiedad, Juan estuvo de baja y empezó un tratamiento médico con un psicólogo de la Seguridad Social: “El horror de estos meses fue la persecución de la mutua que me hacía también ir a su psicólogo, con lo cual se duplicaban las sesiones y yo en lugar de estar más tranquilo cada vez estaba más nervioso”. Empezó a padecer trastornos del sueño que agravaron su situación hasta que agotada la baja pasó por un tribunal médico, que le obligaba a incorporarse al trabajo: “Me sentía totalmente incapaz de volver a aquel lugar. Solo de pensarlo me ponía mucho peor, así que decidí que lo primero era mi salud y no volví”. Un contrato de un día como ayudante de topógrafo fue lo que le permitió cobrar el subsidio que ahora se acaba. Sigue con tratamiento médico –antidepresivos y ansiolíticos –, mientras empieza a experimentar una sensación nueva bastante preocupante: “Tras un año y medio en el paro, sin el ritmo de acudir al trabajo cada día, siento miedo y me pregunto si seré capaz de volver al mundo real”.
He vuelto a la habitación de la que salí cuando tenía 18 años y no me aclaro con mi vida Wendy tiene 45 años y llevaba 13 como interina en la educación secundaria. Es licenciada en bellas artes y una de las víctimas de los recortes practicados por la Generalitat valenciana: “Acabamos en junio de trabajar y estamos hasta ahora en vilo. Tenemos que mirar todos los días las adjudicaciones de plazas porque si no estamos pendientes, podemos perder nuestro puesto en la bolsa de trabajo”. Ella está en el número 42 de la bolsa y teme que sus planes para pasar este año se vayan al traste. Vive en una continua incertidumbre: “Siempre quise hacer el doctorado, pero nunca pude porque me he pasado 13 años recorriendo la geografía valenciana, así que cuando vi que me iba a quedar en el paro, decidí hacer un máster que me capacitara para optar a otro tipo de plazas”. Se ha matriculado, pero no sabe si podrá acabar. Toda esta incertidumbre ha afectado claramente a su estado de ánimo y a su salud: “Yo padezco una gingivitis crónica, me duele y me sangra la dentadura cada cierto tiempo. Con el estrés de este verano la gingivitis se ha agudizado. Obviamente fumo más que antes, lo que también me perjudica y mis relaciones afectivo-sexuales también se han visto afectadas. Cuando se te cae el mundo encima como si fueran las fichas de un dominó, no te sientes capaz de nada”.
Sonia nunca ha tenido un empleo digno a pesar de ser una mujer de 29 años extremadamente competente. Es camarera. Su salario nunca ha llegado a los mil euros, pero nunca le faltó trabajo porque es muy profesional. “Ahora no me llaman ni para hacer banquetes”, explica. Ha tenido que volver a vivir a casa de sus padres y en los últimos meses ha perdido 10 kilos: “Vomito casi todo lo que como”, explica. “Mi médico dice que tengo una gastroenteritis crónica y me están haciendo pruebas, pero yo sé que lo que ocurre es que mi vida ha dado un paso atrás de gigante: He vuelto a la habitación de la que salí cuando tenía 18 años y no me aclaro con mi vida”.
Vicente tiene 38 años y es albañil, está casado y tiene un hijo de 11 años. Hace dos años que le despidieron de la empresa constructora para la que trabajaba: “Hicieron suspensión de pagos y nos quedamos todos en la calle”, recuerda. Desde entonces hasta este mes de agosto ha estado trabajando en lo que ha podido, unas veces de alta como autónomo y otras en negro, pero ahora la situación ya es insostenible: “Estoy arreglando mi casa para ver si puedo venderla, aunque mi mujer no quiere”. Sus planes pasan por emigrar al campo o al extranjero, pero eso supone una importante tensión familiar. Su mujer también estaba en paro, pero acaba de empezar a trabajar como administrativa cerca de casa. Cobra 400 euros al mes por una media jornada. Vicente no sabe explicar cómo se encuentra, pero como consecuencia del estrés se le ha agravado una dolencia crónica: “Me ha subido el colesterol a 280 y me estoy medicando. Quería dejar de fumar pero ahora, con lo nervioso que estoy, no puedo hacerlo. También estoy empezando a tener problemas para dormir”.
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