Contribuimos a que ETA pierda su razón de ser
O se pone freno a esta situación o hasta los fruteros van a necesitar protección y eso supone un coste económico inasumible. En el País Vasco hay muchos más escoltas que en los ochenta pero, el verdadero problema llegará el día que maten a un frutero", suelta de sopetón Luis Mariscal, un vallisoletano que trabaja como escolta desde hace ocho años en el País Vasco. "En Euskadi el 90% de los que trabajamos en esto somos de fuera", aclara. "Nuestro trabajo consiste básicamente en renunciar a nuestra vida privada, a nuestro ocio, para proteger la vida de otro. Lo malo es cuando das con personas que no agradecen la labor que realizas cada día. Lo único cierto es que cada vez que impedimos que la banda terrorista cometa uno de sus objetivos, estamos contribuyendo a que pierda su razón de ser", prosigue.
Mariscal, delegado en Euskadi de la Asociación Española de Escoltas, desmiente además que por su trabajo "cobren un pastón". "Ganar 2.600 euros por 31 días de trabajo no es dinero". "Cobramos por 10 horas diarias de trabajo, con independencia de que echemos 15 o 25 al día. Nadie nos paga las horas extras. Y lo que es peor, el Estado está pagando por cada escolta unos 7.500 euros cuando al profesional no le llega ni la mitad de esa cantidad", critica.
La legislación española impide que los profesionales que realizan labores de protección personal puedan buscar trabajo de forma autónoma. Es imprescindible su contratación a través de una empresa de seguridad, que es la que se embolsa buena parte de los beneficios, según denuncia Mariscal.
Pero no todos se atreven a hablar tan abiertamente como lo hace el escolta castellano. David es uno de los varios cientos de gallegos que han desempeñado labores de protección personal en el País Vasco. Después de "seis meses en Euskadi", ahora trabaja en Galicia. "Empecé en esto a los 24 años", cuenta. De eso hace ahora cuatro. "Es un trabajo totalmente vocacional y del que nunca hablo con nadie, salvo con amigos míos que también se dedican a esto", explica. Para David es fundamental ser "leal" a la persona con la que trabaja. Tanto que su pareja desconoce la verdadera identidad de su protegido. "Cuando me levanto por las mañanas sé que debo preocuparme por la vida de otra persona. Y soy muy feliz, me siento muy cómodo desempeñando este trabajo y no lo cambiaría por nada", asegura. "Yo sé que mi jefe es una persona adinerada que corre más riesgos que otros cuando va por la calle y por eso me necesita pero, mi labor es sólo la de transmitir seguridad. Nada más. Eso sí, no somos mayordomos de nadie", precisa.
David asegura que durante su experiencia en Euskadi protegió a tres personas diferentes. "Una de ellas me trataba bien, pero las otras dos me trataban con indiferencia y con desdén", aclara.
Explica Luis, el vallisoletano, que algún psicólogo le ha comentado que esa reacción psicológica del protegido "es fruto de la frustración". "Como a la banda [terrorista] no le pueden plantar cara, nos la plantan a nosotros. Cada minuto que pasamos con ellos les recordamos la libertad que les falta. Somos la imagen visible de la vida, con limitaciones, que llevan", razona. Antonio le da la razón: ha estado protegiendo durante seis años a un periodista "muy conocido" y , según dice, "pagaba esa frustración" con su escolta.
"
La gente no nos debe ver como rambos", se defiende Manuel, que a sus 36 años cuenta con una amplia experiencia como escolta en "San Sebastián, en León y en Madrid". Actualmente es vigilante de seguridad y protesta: "Los periodistas sólo sacan la peor cara de los trabajadores de este sector". Manuel, en la actualidad, se forma para trabajar como escolta de mujeres maltratadas, como Rosa, que a sus 30 años exige poderse hacer un hueco en este mundo. "Me gusta la seguridad y estoy bien preparada. Los vigilantes contamos con una formación, pese a lo que se piensa". Y reivindica: "No me importaría marcharme de Galicia a trabajar como escolta pero el hecho de ser mujer me ha supuesto una desventaja. Todavía se piensa injustamente que no podemos desempeñar la misma labor que un hombre", zanja.
O se pone freno a esta situación o hasta los fruteros van a necesitar protección y eso supone un coste económico inasumible. En el País Vasco hay muchos más escoltas que en los ochenta pero, el verdadero problema llegará el día que maten a un frutero", suelta de sopetón Luis Mariscal, un vallisoletano que trabaja como escolta desde hace ocho años en el País Vasco. "En Euskadi el 90% de los que trabajamos en esto somos de fuera", aclara. "Nuestro trabajo consiste básicamente en renunciar a nuestra vida privada, a nuestro ocio, para proteger la vida de otro. Lo malo es cuando das con personas que no agradecen la labor que realizas cada día. Lo único cierto es que cada vez que impedimos que la banda terrorista cometa uno de sus objetivos, estamos contribuyendo a que pierda su razón de ser", prosigue.
Mariscal, delegado en Euskadi de la Asociación Española de Escoltas, desmiente además que por su trabajo "cobren un pastón". "Ganar 2.600 euros por 31 días de trabajo no es dinero". "Cobramos por 10 horas diarias de trabajo, con independencia de que echemos 15 o 25 al día. Nadie nos paga las horas extras. Y lo que es peor, el Estado está pagando por cada escolta unos 7.500 euros cuando al profesional no le llega ni la mitad de esa cantidad", critica.
La legislación española impide que los profesionales que realizan labores de protección personal puedan buscar trabajo de forma autónoma. Es imprescindible su contratación a través de una empresa de seguridad, que es la que se embolsa buena parte de los beneficios, según denuncia Mariscal.
Pero no todos se atreven a hablar tan abiertamente como lo hace el escolta castellano. David es uno de los varios cientos de gallegos que han desempeñado labores de protección personal en el País Vasco. Después de "seis meses en Euskadi", ahora trabaja en Galicia. "Empecé en esto a los 24 años", cuenta. De eso hace ahora cuatro. "Es un trabajo totalmente vocacional y del que nunca hablo con nadie, salvo con amigos míos que también se dedican a esto", explica. Para David es fundamental ser "leal" a la persona con la que trabaja. Tanto que su pareja desconoce la verdadera identidad de su protegido. "Cuando me levanto por las mañanas sé que debo preocuparme por la vida de otra persona. Y soy muy feliz, me siento muy cómodo desempeñando este trabajo y no lo cambiaría por nada", asegura. "Yo sé que mi jefe es una persona adinerada que corre más riesgos que otros cuando va por la calle y por eso me necesita pero, mi labor es sólo la de transmitir seguridad. Nada más. Eso sí, no somos mayordomos de nadie", precisa.
David asegura que durante su experiencia en Euskadi protegió a tres personas diferentes. "Una de ellas me trataba bien, pero las otras dos me trataban con indiferencia y con desdén", aclara.
Explica Luis, el vallisoletano, que algún psicólogo le ha comentado que esa reacción psicológica del protegido "es fruto de la frustración". "Como a la banda [terrorista] no le pueden plantar cara, nos la plantan a nosotros. Cada minuto que pasamos con ellos les recordamos la libertad que les falta. Somos la imagen visible de la vida, con limitaciones, que llevan", razona. Antonio le da la razón: ha estado protegiendo durante seis años a un periodista "muy conocido" y , según dice, "pagaba esa frustración" con su escolta.
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La gente no nos debe ver como rambos", se defiende Manuel, que a sus 36 años cuenta con una amplia experiencia como escolta en "San Sebastián, en León y en Madrid". Actualmente es vigilante de seguridad y protesta: "Los periodistas sólo sacan la peor cara de los trabajadores de este sector". Manuel, en la actualidad, se forma para trabajar como escolta de mujeres maltratadas, como Rosa, que a sus 30 años exige poderse hacer un hueco en este mundo. "Me gusta la seguridad y estoy bien preparada. Los vigilantes contamos con una formación, pese a lo que se piensa". Y reivindica: "No me importaría marcharme de Galicia a trabajar como escolta pero el hecho de ser mujer me ha supuesto una desventaja. Todavía se piensa injustamente que no podemos desempeñar la misma labor que un hombre", zanja.
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