El 18 de enero de 2006 Vitoria amaneció conmovida. En la madrugada de ese día, Abdessamad Amany, un vigilante de seguridad del centro comercial El Boulevard, había sido cosido a puñaladas y le habían tratado de degollar. La brutal agresión le puso al borde de la muerte, le provocó la pérdida de un ojo y aún hoy sufre serias secuelas físicas y una grave depresión.
El juicio contra el autor confeso de los hechos se celebró ayer en la Audiencia Provincial de Vitoria. El acusado es Cesáreo Bernárdez, un orensano menudo de 30 años mal llevados, de apariencia apagada y mirada desvaída por la medicación. La vista fue rápida porque la fiscal, el abogado de la acusación, y el defensor, Carlos Chacón, llegaron a un acuerdo de conformidad el martes: ocho años de cárcel. Los asistentes al juicio quedaron soprendidos por el relato de uno de los ertzainas que le detuvo. «Dios me ordenó que le matara», le dijo Cesáreo.
La pena, que previsiblemente suscribirá el juez, se reparte entre los siete años y medio por un delito de asesinato en grado de tentativa con el agravante de ensañamiento, y otros seis meses por intento de robo con fuerza. Dista bastante de los trece años que en principio pedía la Fiscalía. El motivo de la rebaja es que se le reconoce una atenuante por consumo de drogas que, unido a un trastorno psicótico, conformó un cóctel explosivo.
Pese al acuerdo entre las partes, el presidente del tribunal, Jaime Tapia, recordó que, al tratarse de una pena superior a los seis años, debía celebrarse la vista oral. En ella, testigos, ertzainas y el propio acusado relataron lo ocurrido el 18 de enero de 2006 a eso de la una y media de la madrugada.
El origen de todo fue una visión. Cesáreo recordó que aquella noche, tras consumir drogas de síntesis y porros, se topó con la representación de un pulpo «en la persiana del bar Pura Vida de Arana. Se me ce-rraron los ojos y vi que era una se-ñal divina». Algo le dijo que fuese al Mesón Galicia, en El Boulevard, «porque allí había comido pulpo».
Llegó al centro comercial en su Renault 21 y lo aparcó con las puertas abiertas y la música a todo volumen. Ya en el Mesón Galicia, rompió el cierre y accedió a su interior «con la intención de enriquecerse injustamente», dijo la fiscal. La alarma sonó y la empresa Securitas avisó a los guardas del complejo. Los vigilantes Abdessamad Amany y Miguel Ángel Monroy, que estaban de servicio, acudieron al bar.
Abdessamad, español de origen magrebí, iba delante y se dio de bruces con la fatalidad. Sin mediar palabra, Cesáreo le hundió un cuchillo en el muslo y cayó al suelo. El otro guarda, según declaró ayer, se quedó «paralizado» por el pánico y, cuando recobró la compostura, huyó pensando que «había matado a mi compañero y venía a por mí».
Por las cámaras
Pero el agresor se limitó a ensañarse con Abdessamad. Le obligó a ponerse boca abajo, le arrebató la defensa y le golpeó varias veces en la cabeza. Luego regresó al mesón y salió con varios cuchillos. Se quitó la cazadora, se sentó sobre su víctima y trató de degollarla. El guarda se resistió y evitó la lesión fatal, pero no pudo impedir recibir numerosas puñaladas en la cabeza, en el tórax, en la espalda, en la cara...
Mientras todo esto ocurría, y viendo la espeluznante escena, la mujer que controlaba las cámaras de seguridad llamó a la Ertzaintza. En pocos minutos aparecieron dos agentes de paisano y se encontraron a Cesáreo «cubierto de sangre, con los brazos chorreando, sacudiendo las manos, y diciendo cosas inconexas». De una zona oscura surgió un quejido y un lastimero «ayudádme, ayudádme». Mientras uno asistía a un agonizante Abdessamad, el otro ordenó al agresor tumbarse en el suelo. «¿Pero qué has he-cho?», le preguntó el agente. «Dios me lo ha ordenado», dijo Cesáreo.
Desde su detención aquel día, el joven gallego, que residía en Vitoria y había trabajado en empresas de limpieza y construcción, se encuentra en prisión provisional. Sucesivos exámenes psiquiátricos le diagnosticaron un trastorno mixto de personalidad con psicosis, términos que volvió a utilizar ayer el psiquiatra y catedrático Miguel Gutiérrez. De hecho, ya en mayo de 2005 había sido ingresado en el área de psiquiatría del hospital Santiago por un brote psicótico. Sin embargo, tras ese ingreso involuntario «no hubo un seguimiento adecuado», reconoció el forense Javier Lezaun.
Los últimos dos años ha estado en la prisión de Teixeiro, en La Coruña, donde recibe tratamiento para su psicosis. «Ahora está mucho mejor. Le dan doce pastillas al día», señaló José, su padre. «Antes estaba muy mal, como loco. La droga...».
Salvo sorpresa, la sentencia del juez respetará la petición de las partes. Al término de la vista, Cesáreo reconoció todos los hechos, dijo estar arrepentido y desear disculparse con la víctima. También matizó que «yo no intenté robar nada».
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El juicio contra el autor confeso de los hechos se celebró ayer en la Audiencia Provincial de Vitoria. El acusado es Cesáreo Bernárdez, un orensano menudo de 30 años mal llevados, de apariencia apagada y mirada desvaída por la medicación. La vista fue rápida porque la fiscal, el abogado de la acusación, y el defensor, Carlos Chacón, llegaron a un acuerdo de conformidad el martes: ocho años de cárcel. Los asistentes al juicio quedaron soprendidos por el relato de uno de los ertzainas que le detuvo. «Dios me ordenó que le matara», le dijo Cesáreo.
La pena, que previsiblemente suscribirá el juez, se reparte entre los siete años y medio por un delito de asesinato en grado de tentativa con el agravante de ensañamiento, y otros seis meses por intento de robo con fuerza. Dista bastante de los trece años que en principio pedía la Fiscalía. El motivo de la rebaja es que se le reconoce una atenuante por consumo de drogas que, unido a un trastorno psicótico, conformó un cóctel explosivo.
Pese al acuerdo entre las partes, el presidente del tribunal, Jaime Tapia, recordó que, al tratarse de una pena superior a los seis años, debía celebrarse la vista oral. En ella, testigos, ertzainas y el propio acusado relataron lo ocurrido el 18 de enero de 2006 a eso de la una y media de la madrugada.
El origen de todo fue una visión. Cesáreo recordó que aquella noche, tras consumir drogas de síntesis y porros, se topó con la representación de un pulpo «en la persiana del bar Pura Vida de Arana. Se me ce-rraron los ojos y vi que era una se-ñal divina». Algo le dijo que fuese al Mesón Galicia, en El Boulevard, «porque allí había comido pulpo».
Llegó al centro comercial en su Renault 21 y lo aparcó con las puertas abiertas y la música a todo volumen. Ya en el Mesón Galicia, rompió el cierre y accedió a su interior «con la intención de enriquecerse injustamente», dijo la fiscal. La alarma sonó y la empresa Securitas avisó a los guardas del complejo. Los vigilantes Abdessamad Amany y Miguel Ángel Monroy, que estaban de servicio, acudieron al bar.
Abdessamad, español de origen magrebí, iba delante y se dio de bruces con la fatalidad. Sin mediar palabra, Cesáreo le hundió un cuchillo en el muslo y cayó al suelo. El otro guarda, según declaró ayer, se quedó «paralizado» por el pánico y, cuando recobró la compostura, huyó pensando que «había matado a mi compañero y venía a por mí».
Por las cámaras
Pero el agresor se limitó a ensañarse con Abdessamad. Le obligó a ponerse boca abajo, le arrebató la defensa y le golpeó varias veces en la cabeza. Luego regresó al mesón y salió con varios cuchillos. Se quitó la cazadora, se sentó sobre su víctima y trató de degollarla. El guarda se resistió y evitó la lesión fatal, pero no pudo impedir recibir numerosas puñaladas en la cabeza, en el tórax, en la espalda, en la cara...
Mientras todo esto ocurría, y viendo la espeluznante escena, la mujer que controlaba las cámaras de seguridad llamó a la Ertzaintza. En pocos minutos aparecieron dos agentes de paisano y se encontraron a Cesáreo «cubierto de sangre, con los brazos chorreando, sacudiendo las manos, y diciendo cosas inconexas». De una zona oscura surgió un quejido y un lastimero «ayudádme, ayudádme». Mientras uno asistía a un agonizante Abdessamad, el otro ordenó al agresor tumbarse en el suelo. «¿Pero qué has he-cho?», le preguntó el agente. «Dios me lo ha ordenado», dijo Cesáreo.
Desde su detención aquel día, el joven gallego, que residía en Vitoria y había trabajado en empresas de limpieza y construcción, se encuentra en prisión provisional. Sucesivos exámenes psiquiátricos le diagnosticaron un trastorno mixto de personalidad con psicosis, términos que volvió a utilizar ayer el psiquiatra y catedrático Miguel Gutiérrez. De hecho, ya en mayo de 2005 había sido ingresado en el área de psiquiatría del hospital Santiago por un brote psicótico. Sin embargo, tras ese ingreso involuntario «no hubo un seguimiento adecuado», reconoció el forense Javier Lezaun.
Los últimos dos años ha estado en la prisión de Teixeiro, en La Coruña, donde recibe tratamiento para su psicosis. «Ahora está mucho mejor. Le dan doce pastillas al día», señaló José, su padre. «Antes estaba muy mal, como loco. La droga...».
Salvo sorpresa, la sentencia del juez respetará la petición de las partes. Al término de la vista, Cesáreo reconoció todos los hechos, dijo estar arrepentido y desear disculparse con la víctima. También matizó que «yo no intenté robar nada».
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