Sin Mundial, sin Maracanazo, sin suerte
La selección brasileña recuperó la hegemonía perdida en el fútbol sala tras derrotar a España en la tanda de penaltis con la que se decidió la final del Mundial. Tras un intenso duelo (2-2) que mostró lo mejor de las dos potencias de este deporte, la suerte decidió que fueran los anfitriones los que, 12 años después, volvieran a ganar el campeonato. [Álbum]
Barcelona, 1996. Cerca de 15.000 personas poblaron el Palau Sant Jordi para presenciar la final el primer Mundial en el que España alcanzó la final. No obstante, ni las ganas ni la incipiente madurez de la primera generación de oro de futbolistas españoles pudieron superar a un combinado brasileño que dominaba sin remedio este deporte.
Inevitablemente, pues, aquel duelo era el referente, el espejo en el que debía mirar la 'Roja' para superar todas las trabas que se iba a encontrar ahora, que es ella la que dicta y manda en el mundo y se jugaba su supremacía en la mismísima casa de la 'canarinha'.
Por el otro lado, dos Mundiales sin rascar bola suponían suficiente afrenta como para que Brasil supiera que el cambio que tenía que dar a su estilo se encontraba precisamente en España. Quedó atrás la terca manía de no contar con los jugadores de fuera del país y con eso se ganó en calidad y en rigor táctico. De hecho, la final se presentaba casi como un duelo de estrellas de la Liga Nacional.
Intensidad y respeto
Y por eso, por ese conocimiento mutuo, por ese respeto, fue por lo que el duelo fue grande e intenso desde el mismo inicio. La realidad es que podía ganar cualquiera y todos actuaron en consecuencia. Por eso, la concentración apenas dejó resquicio al brillo, al menos en el primer tramo del partido. Eran momentos para evitar el fallo, para matar los nervios y para probar a los porteros, grandes protagonistas durante la primera mitad.
Ahí precisamente residía una de las claves. Porque en la medida que Luis Amado estuviera metido en el partido podían empezar a llegar los nervios locales. Diez minutos bastaron para mostrar que el meta estaba enchufado, que habría partido. Trece, para demostrar que él solo se bastaba para desequilibrar la final. Hasta ese momento, con más o menos mérito, había respondido a tiros lejanos; en ese instante, pasó a hacer milagros, a detener balones que físicamente parecían imposibles de alcanzar.
La ocasión, la mejor hasta ese punto, hizo reaccionar a José Venancio, que pidió tiempo muerto para buscar un mejor rendimiento en ataque y para darle un respiro a sus jugadores, cada vez más dependientes de las acciones de su portero. En este sentido, pudo notarse algo la mayor calidad individual en las rotaciones por parte de los anfitriones, más acusada a medida que las fuerzas iban mermando. De ahí que alcanzar el descanso con el 0-0 inicial fue una pequeña batalla ganada.
La suerte se alía con los locales
En la segunda, más de lo mismo. Con cambios más rápidos, los dos equipos montaron sus defensas en torno a 10 metros y plantearon una partida de ajedrez en la que los huecos escasearon. En ese terreno tenía que ser donde, precisamente, el más hábil de desenvolviera mejor. Y ése, sin duda, era el brasileño Marquinho. El jugador de Interviú aprovechó un saque de esquina para marcar de saque directo el primer gol del partido. Su lanzamiento a la cara de Borja noqueó al español e hizo imposible el concurso del portero español. Diecisiete minutos por delante, y a remar.
Pero si por algo destaca esta selección española es precisamente por su capacidad de supervivencia, su fortaleza mental. Por eso no solo no se vino abajo ni con el gol ni con un cronómetro que parecía correr más que nunca. Por eso, tuvo la suficiente sangre fría como para buscar su mejor opción. Esta llegó en apenas tres minutos, cuando un potentísimo lanzamiento de Torras sorprendió al meta local.
El empate tuvo más influencia en el ritmo del choque que el gol brasileño. El duelo adquirió cierta aceleración. Se abrieron mucho los espacios y se vieron varios ataques que pudieron haber cambiado el signo del partido. Aunque en esa ruleta rusa España tenía todas las de perder la mejor ocasión fue una de Marcelo en la que ahí ya sí Tiago estuvo efectivo.
A medida que se fue acercando el final del tiempo fue cobrando más presencia el temor a perder. Cada vez se arriesgaron menos balones y las defensas se mostraron más asfixiantes, si cabe. Así, solo quedaba espacio para la estrategia o para las acciones individuales.
Fortuna, sangre fría y prórroga
Un saque de esquina que Schumacher puso en bandeja a Lenisio. Éste, por dos veces se topa con un Luis Amado aliado con la fortuna que detiene a bocajarro dos balones imposibles. Pero a la tercera, el hermano del ex jugador de ElPozo, Vinicius, encontró al fin el camino a la red.
Momento crítico, por tanto, a falta de tres minutos y con un pabellón enfervorizado y acariciando el trono perdido. España dispuso entonces del portero jugador. Pese a la premura del tiempo, los gestos eran claros: calma, se podía. Y se pudo. Nueva demostración de sangre fría que acabó con otro golpe afortunado, en este caso de Álvaro, para rematar a gol la misma jugada que había fallado apenas unos segundos antes y forzar una prórroga que se antojaba cardíaca y que los dos conjuntos afrontaron con la quinta falta ya cometida.
Pero la prórroga trajo una ración extra de miedo, nervios y tensión, con una Brasil más volcada por aquello de no jugársela a penaltis con Luis Amado enfrente y una España que acabó el tiempo apretando de lo lindo para intentar repetir la gesta de Italia. Pero justo donde se esperaba al español cobró protagonismo el 'arma secreta' de Brasil, el portero Franklin, que sin jugar un minuto en el partido salio únicamente para erigirse en héroe. Brasil se lo agradece; España lo llora.
- Brasil logró su cuarto título tras derrotar a España en la tanda de penaltis
- Franklin, el héroe brasileño en la tanda final, no jugó un minuto en todo el partido
La selección brasileña recuperó la hegemonía perdida en el fútbol sala tras derrotar a España en la tanda de penaltis con la que se decidió la final del Mundial. Tras un intenso duelo (2-2) que mostró lo mejor de las dos potencias de este deporte, la suerte decidió que fueran los anfitriones los que, 12 años después, volvieran a ganar el campeonato. [Álbum]
Barcelona, 1996. Cerca de 15.000 personas poblaron el Palau Sant Jordi para presenciar la final el primer Mundial en el que España alcanzó la final. No obstante, ni las ganas ni la incipiente madurez de la primera generación de oro de futbolistas españoles pudieron superar a un combinado brasileño que dominaba sin remedio este deporte.
Inevitablemente, pues, aquel duelo era el referente, el espejo en el que debía mirar la 'Roja' para superar todas las trabas que se iba a encontrar ahora, que es ella la que dicta y manda en el mundo y se jugaba su supremacía en la mismísima casa de la 'canarinha'.
Por el otro lado, dos Mundiales sin rascar bola suponían suficiente afrenta como para que Brasil supiera que el cambio que tenía que dar a su estilo se encontraba precisamente en España. Quedó atrás la terca manía de no contar con los jugadores de fuera del país y con eso se ganó en calidad y en rigor táctico. De hecho, la final se presentaba casi como un duelo de estrellas de la Liga Nacional.
Intensidad y respeto
Y por eso, por ese conocimiento mutuo, por ese respeto, fue por lo que el duelo fue grande e intenso desde el mismo inicio. La realidad es que podía ganar cualquiera y todos actuaron en consecuencia. Por eso, la concentración apenas dejó resquicio al brillo, al menos en el primer tramo del partido. Eran momentos para evitar el fallo, para matar los nervios y para probar a los porteros, grandes protagonistas durante la primera mitad.
Ahí precisamente residía una de las claves. Porque en la medida que Luis Amado estuviera metido en el partido podían empezar a llegar los nervios locales. Diez minutos bastaron para mostrar que el meta estaba enchufado, que habría partido. Trece, para demostrar que él solo se bastaba para desequilibrar la final. Hasta ese momento, con más o menos mérito, había respondido a tiros lejanos; en ese instante, pasó a hacer milagros, a detener balones que físicamente parecían imposibles de alcanzar.
La ocasión, la mejor hasta ese punto, hizo reaccionar a José Venancio, que pidió tiempo muerto para buscar un mejor rendimiento en ataque y para darle un respiro a sus jugadores, cada vez más dependientes de las acciones de su portero. En este sentido, pudo notarse algo la mayor calidad individual en las rotaciones por parte de los anfitriones, más acusada a medida que las fuerzas iban mermando. De ahí que alcanzar el descanso con el 0-0 inicial fue una pequeña batalla ganada.
La suerte se alía con los locales
En la segunda, más de lo mismo. Con cambios más rápidos, los dos equipos montaron sus defensas en torno a 10 metros y plantearon una partida de ajedrez en la que los huecos escasearon. En ese terreno tenía que ser donde, precisamente, el más hábil de desenvolviera mejor. Y ése, sin duda, era el brasileño Marquinho. El jugador de Interviú aprovechó un saque de esquina para marcar de saque directo el primer gol del partido. Su lanzamiento a la cara de Borja noqueó al español e hizo imposible el concurso del portero español. Diecisiete minutos por delante, y a remar.
Pero si por algo destaca esta selección española es precisamente por su capacidad de supervivencia, su fortaleza mental. Por eso no solo no se vino abajo ni con el gol ni con un cronómetro que parecía correr más que nunca. Por eso, tuvo la suficiente sangre fría como para buscar su mejor opción. Esta llegó en apenas tres minutos, cuando un potentísimo lanzamiento de Torras sorprendió al meta local.
El empate tuvo más influencia en el ritmo del choque que el gol brasileño. El duelo adquirió cierta aceleración. Se abrieron mucho los espacios y se vieron varios ataques que pudieron haber cambiado el signo del partido. Aunque en esa ruleta rusa España tenía todas las de perder la mejor ocasión fue una de Marcelo en la que ahí ya sí Tiago estuvo efectivo.
A medida que se fue acercando el final del tiempo fue cobrando más presencia el temor a perder. Cada vez se arriesgaron menos balones y las defensas se mostraron más asfixiantes, si cabe. Así, solo quedaba espacio para la estrategia o para las acciones individuales.
Fortuna, sangre fría y prórroga
Un saque de esquina que Schumacher puso en bandeja a Lenisio. Éste, por dos veces se topa con un Luis Amado aliado con la fortuna que detiene a bocajarro dos balones imposibles. Pero a la tercera, el hermano del ex jugador de ElPozo, Vinicius, encontró al fin el camino a la red.
Momento crítico, por tanto, a falta de tres minutos y con un pabellón enfervorizado y acariciando el trono perdido. España dispuso entonces del portero jugador. Pese a la premura del tiempo, los gestos eran claros: calma, se podía. Y se pudo. Nueva demostración de sangre fría que acabó con otro golpe afortunado, en este caso de Álvaro, para rematar a gol la misma jugada que había fallado apenas unos segundos antes y forzar una prórroga que se antojaba cardíaca y que los dos conjuntos afrontaron con la quinta falta ya cometida.
Pero la prórroga trajo una ración extra de miedo, nervios y tensión, con una Brasil más volcada por aquello de no jugársela a penaltis con Luis Amado enfrente y una España que acabó el tiempo apretando de lo lindo para intentar repetir la gesta de Italia. Pero justo donde se esperaba al español cobró protagonismo el 'arma secreta' de Brasil, el portero Franklin, que sin jugar un minuto en el partido salio únicamente para erigirse en héroe. Brasil se lo agradece; España lo llora.
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