Empate de locura en El Madrigal

Empate de locura en El Madrigal

El fútbol es una cosa loca y se gana su merecida fama en noches como la del domingo en El Madrigal. Los 90 minutos entre Villarreal y Atlético de Madrid fueron un baúl repleto de sorpresas: ocho goles, ráfagas de buen fútbol, dramas, cantadas, artistas de su oficio, futbolistas desesperados, muertes y resurrecciones a corto plazo. Fue la historia de una montaña rusa que desembocó en un empate (4-4) que entraba dentro de las posibilidades, pero que nadie esperaba. [Narración y estadísticas | Goles en 3D]




Para entender lo sucedido, conviene detenerse en uno de los protagonistas del duelo: el Atlético de Madrid. Inefable, fiel a sí mismo hasta la mismísima caricatura, firmó una nueva actuación espasmódica, inexplicable. Notablemente inferior por fútbol al Villarreal, con las ideas menos claras que su rival (Aguirre volvió a modificar el sistema) evitó la cuarta derrota consecutiva en la Liga y salvó un punto corajudo con efectos más positivos para la confianza que para la clasificación. Ahora los madrileños navegan en zona de nadie, muy lejos de la clase alta del campeonato.

El Atlético, que apostó por un trivote inédito -Assunçao, Banega, Maniche- y renunció al Kun Agüero, encontró dos goles: uno inicial de Simao (excelente zapatazo a la escuadra) y otro posterior de Forlán mediada la primera mitad. Vivía tranquilo, agazapado en la retaguardia esperando al siempre lustroso Villarreal, que tocaba y tocaba buscando la manera de hincar el diente a la tupida defensa visitante. Tenía buena pinta el partido para el Atlético. Demasiada buena pinta. Inmediatamente, el panorama se volvió turbio. Al argentino Ever Banega se le cruzó el cable: fea entrada a Capdevila y más que justa expulsión que obligaba a los suyos a nadar hasta la orilla del descanso y buscar soluciones.

En ese punto nació otro partido y los presagios se confirmaron tras el descanso. Leo Franco -tremenda cantada del guardameta argentino- abrió la puerta de la remontada al Villarreal. Y los locales lo aprovecharon. Vaya si lo aprovecharon. Primero fue un zapatazo de Senna y la mano blanda del argentino, después una acción vertiginosa que culminó Llorente, después una impetuosa aparición de Gonzalo Rodríguez: en 13 minutos, el Villarreal estableció el 3-2 en el marcador, y, poco después, incrementaba su ventaja con un excelente gol de Rossi.
No fue casualidad la remontada parcial del cuadro amarillo. Fue el premio al fútbol, a la idea clara de fútbol que defiende su técnico. La jefatura de Senna, enorme en el centro del campo, la chispa de Rossi, incisivo, el criterio de Pires -¿quién dijo 34 años?-, las apariciones de Cazorla... Pero el fútbol es una cosa loca, el Villarreal dio un paso atrás y pagó su desconfianza.

Sesteó el Villarreal, que subestimó a su oponente y desperdició la oportunidad de comandar la Liga junto con el Valencia. Porque el Atlético convirtió su profunda desesperación en dos arreones que salvaron un punto. Simao, lo mejor para su equipo en estos días pálidos, encontró una pelota en el centro del campo, superó a Cani en carrera y fusiló al meta local. Inmediatamente después, Raúl García metió la cabeza en un barullo tras una falta lanzada por el portugués. Dos dentelladas del Atlético suficientes para conseguir un punto, el único de 12 posibles en su dramática cuesta de octubre: perdió ante Sevilla, Barcelona y Real Madrid. En Villarreal eludió el drama con un pequeño milagro. Pero tiene muchos motivos para pensar.