Gasolineras sin gasolinero
No hay cliente más rentable ni agradecido que el de las grandes petroleras. Es rentable en extremo porque paga por un servicio que nadie le presta. Y agradecido, porque repite. Más que estudios de mercado, a los usuarios de las gasolineras de marca habría que hacerles un perfil psicológico para averiguar la razón de tan enrevesado comportamiento.
El 'maltrato' al automovilista (o el principio del fin de sus derechos) comenzó hace pocos años. De repente, sin previo aviso, el cliente se encontró con las gasolineras sin gasolinero. Había que enfrentarse a un monolito con marcadores y una manguera, descolgar la pistola de metal correcta, llenar el depósito y repetir a la inversa los mismos pasos.
Todo, cuidándose de no mojarse las yemas de los dedos ni salpicarse la puntera de los zapatos. Misión imposible, a menos que uno sea del gremio o lleve guantes, mono y katiuskas.
Al final, uno acaba impregnado de gasolina o gasóleo, que huele a pachulí de refinería. Lo peor es que el asunto no acaba ahí. Antes de arrancar el motor, el cliente tiene que pasar por una caja en la que un tipo le cobra el precio correspondiente a los litros repostados, sin aplicarle descuento alguno por los costes que se ahorra el vendedor.
Imagine por un instante que pasa a un bar a tomar una caña y una ración de bravas. Pero en lugar de esperar a que le atienda el camarero, tiene que servirse usted mismo la cerveza, dejándola caer desde el grifo al vaso, haciendo equilibrios imposibles para que no rebose la espuma; y dorar las patatas en aceite hirviendo, esquivando los chisporroteos y los vapores de la fritanga.
En las gasolineras, esta escena surrealista es tan real como el hedor del carburante. O como los beneficios anuales que se apuntan en balance cada 31 de diciembre las petroleras.
El primer síntoma de 'maltrato' aparece fechado en la hemeroteca en marzo de 2002. Los dos principales suministradores de este país anunciaron su intención de modificar los precios del combustible sin aviso previo. Hasta entonces, las compañías con más cuota de mercado acostumbraban a publicitar las subidas y –sobre todo- las bajadas de sus tarifas horas antes de cambiar el panel.
De un día para otro, las multinacionales hicieron mutis, dejando que el cliente descubriera el precio por sí mismo al aparcar en paralelo al surtidor. Es decir, cuando no hay vuelta atrás.
Luego llegaron las estaciones ¿de servicio? sin gasolinero. Coloristas y luminosas, pero sin rastro alguno de personal, como las gasolineras de Mad Max. Para engordar el beneficio, hay que mejorar la eficiencia. Regla lícita, faltaría más. Pero cuestionable cuando la empresa la ejecuta mediante una destrucción de empleo y a costa del bolsillo y la comodidad del usuario. Porque los carburantes nunca han costado menos en las estaciones de autoservicio.
A juzgar por la estadística, la política de ahorro de costes ha generado los resultados deseados. El número de estaciones de servicio no ha dejado de crecer en las últimas dos décadas. En 1990, había 5.700. Hoy hay casi 9.000, 3.500 bajo la bandera de Repsol YPF y otras 1.500 con el emblema de Cepsa. La Unión de Consumidores de España (UCE) –que ha llegado a pedir el boicot contra las gasolineras sin gasolinero- calcula que las empresas se ahorran unos cinco céntimos por litro en concepto de gastos salariales y de Seguridad Social.
Por suerte, aún queda algún oasis en el territorio nacional. Cantabria es el ejemplo de referencia, con centenares de estaciones de servicio a la vieja usanza (el 80% del total). O sea, con gasolinero. La excepción confirma la regla y tiene, además, una explicación bien sencilla. Cantabria es la comunidad autónoma con mayor presencia de gasolineras de marca blanca, o lo que es igual, independientes de las multinacionales del sector.
Una estación blanca compra el combustible al mejor postor y lo revende a un precio suficiente para obtener un margen. Y aquí viene el dato más sorprendente: el litro de gasolina y gasóleo casi siempre es más barato que en los surtidores de marca.
La excepción cántabra evidencia la falta de competencia que reina en el resto del mercado. El problema es que las autoridades competentes (Comisión Nacional de la Competencia y Comisión Nacional de la Energía) no mueven ni un dedo para evitarlo. Tampoco rechista el usuario, que sigue haciendo prácticas de gasolinero cada vez que reposta.
Visto lo visto, no extraña que otros sectores de actividad estén copiando el modelo de negocio de las petroleras. Ya hay cajas automáticas en algunos hipermercados (Caprabo). O en la Fnac Mientras tanto, aumentan las listas del paro.
ac. Mientras tanto, aumentan las listas del paro.
No hay cliente más rentable ni agradecido que el de las grandes petroleras. Es rentable en extremo porque paga por un servicio que nadie le presta. Y agradecido, porque repite. Más que estudios de mercado, a los usuarios de las gasolineras de marca habría que hacerles un perfil psicológico para averiguar la razón de tan enrevesado comportamiento.
El 'maltrato' al automovilista (o el principio del fin de sus derechos) comenzó hace pocos años. De repente, sin previo aviso, el cliente se encontró con las gasolineras sin gasolinero. Había que enfrentarse a un monolito con marcadores y una manguera, descolgar la pistola de metal correcta, llenar el depósito y repetir a la inversa los mismos pasos.
Todo, cuidándose de no mojarse las yemas de los dedos ni salpicarse la puntera de los zapatos. Misión imposible, a menos que uno sea del gremio o lleve guantes, mono y katiuskas.
Al final, uno acaba impregnado de gasolina o gasóleo, que huele a pachulí de refinería. Lo peor es que el asunto no acaba ahí. Antes de arrancar el motor, el cliente tiene que pasar por una caja en la que un tipo le cobra el precio correspondiente a los litros repostados, sin aplicarle descuento alguno por los costes que se ahorra el vendedor.
Imagine por un instante que pasa a un bar a tomar una caña y una ración de bravas. Pero en lugar de esperar a que le atienda el camarero, tiene que servirse usted mismo la cerveza, dejándola caer desde el grifo al vaso, haciendo equilibrios imposibles para que no rebose la espuma; y dorar las patatas en aceite hirviendo, esquivando los chisporroteos y los vapores de la fritanga.
En las gasolineras, esta escena surrealista es tan real como el hedor del carburante. O como los beneficios anuales que se apuntan en balance cada 31 de diciembre las petroleras.
El primer síntoma de 'maltrato' aparece fechado en la hemeroteca en marzo de 2002. Los dos principales suministradores de este país anunciaron su intención de modificar los precios del combustible sin aviso previo. Hasta entonces, las compañías con más cuota de mercado acostumbraban a publicitar las subidas y –sobre todo- las bajadas de sus tarifas horas antes de cambiar el panel.
De un día para otro, las multinacionales hicieron mutis, dejando que el cliente descubriera el precio por sí mismo al aparcar en paralelo al surtidor. Es decir, cuando no hay vuelta atrás.
Luego llegaron las estaciones ¿de servicio? sin gasolinero. Coloristas y luminosas, pero sin rastro alguno de personal, como las gasolineras de Mad Max. Para engordar el beneficio, hay que mejorar la eficiencia. Regla lícita, faltaría más. Pero cuestionable cuando la empresa la ejecuta mediante una destrucción de empleo y a costa del bolsillo y la comodidad del usuario. Porque los carburantes nunca han costado menos en las estaciones de autoservicio.
A juzgar por la estadística, la política de ahorro de costes ha generado los resultados deseados. El número de estaciones de servicio no ha dejado de crecer en las últimas dos décadas. En 1990, había 5.700. Hoy hay casi 9.000, 3.500 bajo la bandera de Repsol YPF y otras 1.500 con el emblema de Cepsa. La Unión de Consumidores de España (UCE) –que ha llegado a pedir el boicot contra las gasolineras sin gasolinero- calcula que las empresas se ahorran unos cinco céntimos por litro en concepto de gastos salariales y de Seguridad Social.
Por suerte, aún queda algún oasis en el territorio nacional. Cantabria es el ejemplo de referencia, con centenares de estaciones de servicio a la vieja usanza (el 80% del total). O sea, con gasolinero. La excepción confirma la regla y tiene, además, una explicación bien sencilla. Cantabria es la comunidad autónoma con mayor presencia de gasolineras de marca blanca, o lo que es igual, independientes de las multinacionales del sector.
Una estación blanca compra el combustible al mejor postor y lo revende a un precio suficiente para obtener un margen. Y aquí viene el dato más sorprendente: el litro de gasolina y gasóleo casi siempre es más barato que en los surtidores de marca.
La excepción cántabra evidencia la falta de competencia que reina en el resto del mercado. El problema es que las autoridades competentes (Comisión Nacional de la Competencia y Comisión Nacional de la Energía) no mueven ni un dedo para evitarlo. Tampoco rechista el usuario, que sigue haciendo prácticas de gasolinero cada vez que reposta.
Visto lo visto, no extraña que otros sectores de actividad estén copiando el modelo de negocio de las petroleras. Ya hay cajas automáticas en algunos hipermercados (Caprabo). O en la Fnac Mientras tanto, aumentan las listas del paro.
ac. Mientras tanto, aumentan las listas del paro.
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