Aún suenan los telares
La crisis también ha llegado a Pradoluengo, que en los últimos 20 años ha perdido 11 negocios y destruido 900 puestos de trabajo • Los que quedan apuestan por nuevos mercados y por la calidad
Agustín Mingo Villanueva nació en 1904 y murió en 2007, con 103 años. Sus padres, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, se dedicaron desde tiempo inmemorial a la fabricación de tejidos de lana, concretamente, de bayetas. Así lo hicieron al menos desde el siglo XVI. Cuando Agustín era joven, las bayetas estaban en decadencia. Como él decía, «las antiguas clientas de Asturias o Galicia, empezaron a comprar percalinitas, y la bayeta empezó a bajar, a bajar, a bajar».
Pero Agustín, como el resto de fabricantes de Pradoluengo, no lo dieron todo por perdido. Cambiaron los grandes telares de sus paños por otros más pequeños. Con ellos empezaron a producir, fajas, boinas y calcetines. El hijo de Agustín, se dedicó durante muchos años a fabricar boinas. Conoció épocas de bonanza y de crisis. No en vano, fue el último boinero de Pradoluengo. Su hijo, José Manuel, apostó por seguir en la industria textil y, en la actualidad, fabrica calcetines. De su padre y su abuelo, José Manuel oyó muchas veces que el textil de Pradoluengo siempre estuvo mal, pero también que, en toda ocasión, se salió hacia adelante.
Hoy le toca a él, como en su día a su abuelo, afrontar otra grave situación, con la diferencia de que, ahora, la solución es compleja. Compleja y difícil. Diario de Burgos, anunciaba en un gran titular el 2 de enero de 2005: «En peligro cientos de empleos del textil por las importaciones. Ayer entró en vigor la eliminación de aranceles en este sector. Se teme que China inunde Europa con sus prendas baratas». Cuatro años después, el titular no pudo ser más premonitorio. La supresión de aranceles se plasmó en expedientes de regulación de empleo, despidos y cierres, provocados por la competencia asiática, que se ha convertido en una barrera infranqueable para las empresas.
En estos países, los costes salariales y fiscales son mucho menores que en Occidente, con derechos laborales mínimos o inexistentes, por lo que es imposible competir con sus precios. Ya entonces, Pedro Alcalde, presidente de AETPRA, Asociación de Empresarios Textiles de Pradoluengo, denunciaba las importaciones que, desde hacía años, se realizaban de forma clandestina y para las cuales, los políticos no aplicaron soluciones.
El sistema capitalista, no se preocupaba entonces y, menos hoy, por el cierre de empresas y por las deslocalizaciones. La situación ha pasado a ser insostenible para Pradoluengo. La Villa no se entiende sin su industria, es consustancial a ella.
dependencia. La mayor parte de los puestos de trabajo, que es como decir, la vida del pueblo, dependen de ella. Los panaderos, los carniceros, los tenderos, los bares, los comercios, no tendrían razón de ser, si la industria textil desfalleciera. Si muriese, Pradoluengo moriría. Aunque todavía existen esfuerzos exportadores, en Pradoluengo la mayor parte de la producción y por tanto, del trabajo, se destina a satisfacer los pedidos de grandes superficies y marcas internacionales de ropa deportiva.
Estas marcas realizan encargos ya que, en los noventa, se destapó que obtenían su producción mediante mano de obra infantil y ello les hizo promover protocolos de actuación que favorecieron la producción pradoluenguina. Sin embargo, en los últimos años, hay menos pedidos. Incluso, algunos empresarios han reorientado su estrategia.
Ya no producen en Pradoluengo, sino que compran calcetines o trasladan sus telares al extranjero, con la consiguiente caída de empleo: pan para hoy y hambre para mañana. Las crisis en la Historia de la Villa se superaron con gran esfuerzo. Sin embargo, luchar contra la globalización, luchar contra un gigante como China, donde el sueldo mensual de un trabajador no sobrepasa los sesenta dólares, parece una utopía.
Un axioma asegura que las economías emergentes comienzan a crecer por el sector textil, pero, como aviso a navegantes, hay que recordar que se sigue por otros sectores. Ahí está la automoción o, incluso, los servicios. Las críticas coyunturas atravesadas a lo largo de 500 años no pudieron acabar con una forma de vida.
Quizás, la desidia y dejadez de los burócratas europeos, su apuesta por la total liberalización económica, dando el visto bueno a exportaciones de artículos cuya baratura se basa en condiciones de trabajo que rayan en la esclavitud, pueda ser la puntilla de toda una localidad. Pero antes, Pradoluengo volverá a intentarlo.
Como hizo siempre. El espíritu de trabajo que la caracterizó durante siglos, es un gran valor, y debe aprovecharlo. En las últimas reuniones de los empresarios textiles con los responsables de la Junta, se han planteado los problemas y, lo que es más importante, las posibles soluciones, que pasan por la búsqueda de nuevos mercados, la mejora de calidades y la diversificación.
A finales del 2008, en Pradoluengo, aún suenan los telares. Pero con menos fuerza. Hace 20 años había en Pradoluengo 22 empresas dedicadas a la confección de calcetines y ahora no quedan más que 11. Hay que decir, eso sí, que aquellos negocios eran pequeños, estaban situados en casas. Entre los que perduran, hay una empresa grande, dos que se pueden denominar medianas y el resto pequeñas. De los más de 1.000 personas que trabajaban en el sector hace dos décadas se ha pasado a apenas un centenar, lo que da una idea del bajón de la producción.
La crisis también ha llegado a Pradoluengo, que en los últimos 20 años ha perdido 11 negocios y destruido 900 puestos de trabajo • Los que quedan apuestan por nuevos mercados y por la calidad
Agustín Mingo Villanueva nació en 1904 y murió en 2007, con 103 años. Sus padres, sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, se dedicaron desde tiempo inmemorial a la fabricación de tejidos de lana, concretamente, de bayetas. Así lo hicieron al menos desde el siglo XVI. Cuando Agustín era joven, las bayetas estaban en decadencia. Como él decía, «las antiguas clientas de Asturias o Galicia, empezaron a comprar percalinitas, y la bayeta empezó a bajar, a bajar, a bajar».
Pero Agustín, como el resto de fabricantes de Pradoluengo, no lo dieron todo por perdido. Cambiaron los grandes telares de sus paños por otros más pequeños. Con ellos empezaron a producir, fajas, boinas y calcetines. El hijo de Agustín, se dedicó durante muchos años a fabricar boinas. Conoció épocas de bonanza y de crisis. No en vano, fue el último boinero de Pradoluengo. Su hijo, José Manuel, apostó por seguir en la industria textil y, en la actualidad, fabrica calcetines. De su padre y su abuelo, José Manuel oyó muchas veces que el textil de Pradoluengo siempre estuvo mal, pero también que, en toda ocasión, se salió hacia adelante.
Hoy le toca a él, como en su día a su abuelo, afrontar otra grave situación, con la diferencia de que, ahora, la solución es compleja. Compleja y difícil. Diario de Burgos, anunciaba en un gran titular el 2 de enero de 2005: «En peligro cientos de empleos del textil por las importaciones. Ayer entró en vigor la eliminación de aranceles en este sector. Se teme que China inunde Europa con sus prendas baratas». Cuatro años después, el titular no pudo ser más premonitorio. La supresión de aranceles se plasmó en expedientes de regulación de empleo, despidos y cierres, provocados por la competencia asiática, que se ha convertido en una barrera infranqueable para las empresas.
En estos países, los costes salariales y fiscales son mucho menores que en Occidente, con derechos laborales mínimos o inexistentes, por lo que es imposible competir con sus precios. Ya entonces, Pedro Alcalde, presidente de AETPRA, Asociación de Empresarios Textiles de Pradoluengo, denunciaba las importaciones que, desde hacía años, se realizaban de forma clandestina y para las cuales, los políticos no aplicaron soluciones.
El sistema capitalista, no se preocupaba entonces y, menos hoy, por el cierre de empresas y por las deslocalizaciones. La situación ha pasado a ser insostenible para Pradoluengo. La Villa no se entiende sin su industria, es consustancial a ella.
dependencia. La mayor parte de los puestos de trabajo, que es como decir, la vida del pueblo, dependen de ella. Los panaderos, los carniceros, los tenderos, los bares, los comercios, no tendrían razón de ser, si la industria textil desfalleciera. Si muriese, Pradoluengo moriría. Aunque todavía existen esfuerzos exportadores, en Pradoluengo la mayor parte de la producción y por tanto, del trabajo, se destina a satisfacer los pedidos de grandes superficies y marcas internacionales de ropa deportiva.
Estas marcas realizan encargos ya que, en los noventa, se destapó que obtenían su producción mediante mano de obra infantil y ello les hizo promover protocolos de actuación que favorecieron la producción pradoluenguina. Sin embargo, en los últimos años, hay menos pedidos. Incluso, algunos empresarios han reorientado su estrategia.
Ya no producen en Pradoluengo, sino que compran calcetines o trasladan sus telares al extranjero, con la consiguiente caída de empleo: pan para hoy y hambre para mañana. Las crisis en la Historia de la Villa se superaron con gran esfuerzo. Sin embargo, luchar contra la globalización, luchar contra un gigante como China, donde el sueldo mensual de un trabajador no sobrepasa los sesenta dólares, parece una utopía.
Un axioma asegura que las economías emergentes comienzan a crecer por el sector textil, pero, como aviso a navegantes, hay que recordar que se sigue por otros sectores. Ahí está la automoción o, incluso, los servicios. Las críticas coyunturas atravesadas a lo largo de 500 años no pudieron acabar con una forma de vida.
Quizás, la desidia y dejadez de los burócratas europeos, su apuesta por la total liberalización económica, dando el visto bueno a exportaciones de artículos cuya baratura se basa en condiciones de trabajo que rayan en la esclavitud, pueda ser la puntilla de toda una localidad. Pero antes, Pradoluengo volverá a intentarlo.
Como hizo siempre. El espíritu de trabajo que la caracterizó durante siglos, es un gran valor, y debe aprovecharlo. En las últimas reuniones de los empresarios textiles con los responsables de la Junta, se han planteado los problemas y, lo que es más importante, las posibles soluciones, que pasan por la búsqueda de nuevos mercados, la mejora de calidades y la diversificación.
A finales del 2008, en Pradoluengo, aún suenan los telares. Pero con menos fuerza. Hace 20 años había en Pradoluengo 22 empresas dedicadas a la confección de calcetines y ahora no quedan más que 11. Hay que decir, eso sí, que aquellos negocios eran pequeños, estaban situados en casas. Entre los que perduran, hay una empresa grande, dos que se pueden denominar medianas y el resto pequeñas. De los más de 1.000 personas que trabajaban en el sector hace dos décadas se ha pasado a apenas un centenar, lo que da una idea del bajón de la producción.
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