Crece en el País Vasco el número de adictos al consumo de tranquilizantes y somníferos
El 30% de las mujeres ha recurrido alguna vez a los psicofármacos, frente al 14% de los hombres, según un informe del Gobierno Vasco. La suspensión del tratamiento tiene que ser gradual y bajo control médico
«La única droga que tomo son pastillas para dormir». La confesión la firmó recientemente Enrique Iglesias. En plena promoción discográfica, el cantante acalló en público rumores sobre supuestas adicciones. Dicho y hecho. Los periodistas dieron por bueno el desmentido y se marcharon con un buen titular bajo el brazo que se difundió a la velocidad del rayo a través de internet. María José leyó aquella noticia y asintió con la cabeza. Del hijo de Julio Iglesias apenas conoce un par de canciones, pero sí sabe algo más de pastillas. Las que toma desde hace cuatro años para combatir el insomnio empiezan ahora a quitarle el sueño. Paradojas de la vida. Su médico le recetó rivotril, un fármaco de tipo benzodiacepínico, tras una operación quirúrgica y ahora, recuperada de la intervención, no puede vivir, mejor dicho dormir, sin su dosis diaria. «He intentado varias veces dejar de tomarlas, pero me dan ataques de ansiedad, así que vuelvo a recurrir a ellas», admite desde un blog de psiquiatría en el que varios adictos a los psicofármacos comparten preocupaciones.
La dependencia de María José la padecen miles de mujeres en España. Exactamente, 1. 774.000 féminas (el 12,3% de la población femenina) que reconocen consumir tranquilizantes o hipnóticos en el último año, según el estudio El alcohol y otras drogas entre las mujeres, dirigido por el sociólogo José Navarro Botella y publicado por el Instituto de la Mujer. En el País Vasco, los porcentajes son muy similares. El 15,7% de la población encuestada para el informe Euskadi y drogas 2006 declaró haber consumido en los últimos doce meses algún tipo de psicofármaco (tranquilizantes, somníferos y antidepresivos), lo que equivale a unas 265.000 personas, con mayoría abrumadora de mujeres (30% frente al 14% de hombres).
No se trata de cuestionar la eficacia de los psicofármacos para el tratamiento de determinados problemas de salud mental. El problema radica en que su consumo prolongado puede acabar en adicción. De esa finísima línea que separa el uso del abuso apenas hay datos oficiales. Pero sí una constatación práctica: los médicos de atención primaria se cruzan con cada vez más pacientes que no pueden desengancharse de las pastillas.
José María Aiarzaguena, responsable de ese área en la Sociedad Vasca de Medina Familiar y Comunitaria (Osatzen), lo cerciora: «La población envejece y los trastornos mentales aumentan con la edad. También existen enfermedades físicas que incrementan el riesgo de sufrir ansiedad o depresión y cada vez atendemos a más gente que acude a las consultas por procesos normales que no pueden considerarse enfermedad pero para los que a veces se recurre a medicamentos».
Así las cosas, los psicofármacos han pasado a ser los segundos medicamentos más recetados después de los antibióticos. Nada malo en ello si se recetan y consumen con control. «Si se utilizan correctamente, con una indicación médica y sobre todo con una duración adecuada, no suelen causar problemas», confirma Caterina Vicens, especialista en medicina familiar y miembro de la sociedad española de medicina familiar y comunitaria (Semfyc).
Lo que ocurre, incide Vicens, es que a las pocas semanas de iniciar el tratamiento el paciente puede encontrarse con dificultades para dejar de tomar las pastillas. Una retirada brusca puede desembocar en nuevos problemas. Los médicos hablan del síndrome de abstinencia, cuando el paciente tiene síntomas contrarios a los efectos terapéuticos de las benzodiazipinas, como insomnio, palpitaciones, ansiedad... y del síndrome de retirada, cuando reaparecen los síntomas por los que se inició el tratamiento pero con mayor intensidad. La suspensión del tratamiento debe ser gradual.
Para el doctor Aiarzaguena el tratamiento debería ir además acompañado de «intervenciones psicosociales» desde los ambulatorios, es decir, «dotar a los pacientes de recursos para poder enfrentarse a los avatares de la vida» sin necesidad de pastillas. «La experiencia ha demostrado que las intervenciones no son suficientes y que es necesario encontrar otras soluciones eficaces de promoción de la salud mental», para lo que el especialista reclama «más inversiones en investigación en Atención Primaria».
Ama de casa y viuda
Uno de los datos más llamativos del estudio del Instituto de la Mujer se refiere a las diferencias de género en el consumo y dependencia a los psicofármacos: por cada hombre que admite haber tomado alguna vez tranquilizantes lo hacen dos féminas. El perfil medio responde, pues, al de una mujer de unos 50 años, ama de casa, casada o viuda y de clase media-baja, según las conclusiones del informe del Gobierno Vasco.
Pero, ¿qué lleva a las mujeres a tomar este tipo de medicamentos? Los factores personales son los más frecuentes. Mujeres hechas y derechas a quienes la actividad diaria se les hace cuesta arriba, generalmente marcadas por una desgracia que les conmina a la consulta del médico.
Luisa tocó a la puerta de su ambulatorio después de quedarse viuda con 49 años y dos hijos jóvenes a su cargo. «Al principio no podía dormir. Me costaba casi dos horas y cuando caía, me despertaba cada poco rato», cuenta a través del correo electrónico. Así que cuando le contó a su médico lo que le ocurría, éste le recetó un somnífero que le sentó «de maravilla». De eso hace ya casi ocho años y sigue «enganchada». Lo admite sin rodeos. «Me gustaría dejarlas, pero los intentos que he hecho siempre han sido en vano». aldaz
El 30% de las mujeres ha recurrido alguna vez a los psicofármacos, frente al 14% de los hombres, según un informe del Gobierno Vasco. La suspensión del tratamiento tiene que ser gradual y bajo control médico
«La única droga que tomo son pastillas para dormir». La confesión la firmó recientemente Enrique Iglesias. En plena promoción discográfica, el cantante acalló en público rumores sobre supuestas adicciones. Dicho y hecho. Los periodistas dieron por bueno el desmentido y se marcharon con un buen titular bajo el brazo que se difundió a la velocidad del rayo a través de internet. María José leyó aquella noticia y asintió con la cabeza. Del hijo de Julio Iglesias apenas conoce un par de canciones, pero sí sabe algo más de pastillas. Las que toma desde hace cuatro años para combatir el insomnio empiezan ahora a quitarle el sueño. Paradojas de la vida. Su médico le recetó rivotril, un fármaco de tipo benzodiacepínico, tras una operación quirúrgica y ahora, recuperada de la intervención, no puede vivir, mejor dicho dormir, sin su dosis diaria. «He intentado varias veces dejar de tomarlas, pero me dan ataques de ansiedad, así que vuelvo a recurrir a ellas», admite desde un blog de psiquiatría en el que varios adictos a los psicofármacos comparten preocupaciones.
La dependencia de María José la padecen miles de mujeres en España. Exactamente, 1. 774.000 féminas (el 12,3% de la población femenina) que reconocen consumir tranquilizantes o hipnóticos en el último año, según el estudio El alcohol y otras drogas entre las mujeres, dirigido por el sociólogo José Navarro Botella y publicado por el Instituto de la Mujer. En el País Vasco, los porcentajes son muy similares. El 15,7% de la población encuestada para el informe Euskadi y drogas 2006 declaró haber consumido en los últimos doce meses algún tipo de psicofármaco (tranquilizantes, somníferos y antidepresivos), lo que equivale a unas 265.000 personas, con mayoría abrumadora de mujeres (30% frente al 14% de hombres).
No se trata de cuestionar la eficacia de los psicofármacos para el tratamiento de determinados problemas de salud mental. El problema radica en que su consumo prolongado puede acabar en adicción. De esa finísima línea que separa el uso del abuso apenas hay datos oficiales. Pero sí una constatación práctica: los médicos de atención primaria se cruzan con cada vez más pacientes que no pueden desengancharse de las pastillas.
José María Aiarzaguena, responsable de ese área en la Sociedad Vasca de Medina Familiar y Comunitaria (Osatzen), lo cerciora: «La población envejece y los trastornos mentales aumentan con la edad. También existen enfermedades físicas que incrementan el riesgo de sufrir ansiedad o depresión y cada vez atendemos a más gente que acude a las consultas por procesos normales que no pueden considerarse enfermedad pero para los que a veces se recurre a medicamentos».
Así las cosas, los psicofármacos han pasado a ser los segundos medicamentos más recetados después de los antibióticos. Nada malo en ello si se recetan y consumen con control. «Si se utilizan correctamente, con una indicación médica y sobre todo con una duración adecuada, no suelen causar problemas», confirma Caterina Vicens, especialista en medicina familiar y miembro de la sociedad española de medicina familiar y comunitaria (Semfyc).
Lo que ocurre, incide Vicens, es que a las pocas semanas de iniciar el tratamiento el paciente puede encontrarse con dificultades para dejar de tomar las pastillas. Una retirada brusca puede desembocar en nuevos problemas. Los médicos hablan del síndrome de abstinencia, cuando el paciente tiene síntomas contrarios a los efectos terapéuticos de las benzodiazipinas, como insomnio, palpitaciones, ansiedad... y del síndrome de retirada, cuando reaparecen los síntomas por los que se inició el tratamiento pero con mayor intensidad. La suspensión del tratamiento debe ser gradual.
Para el doctor Aiarzaguena el tratamiento debería ir además acompañado de «intervenciones psicosociales» desde los ambulatorios, es decir, «dotar a los pacientes de recursos para poder enfrentarse a los avatares de la vida» sin necesidad de pastillas. «La experiencia ha demostrado que las intervenciones no son suficientes y que es necesario encontrar otras soluciones eficaces de promoción de la salud mental», para lo que el especialista reclama «más inversiones en investigación en Atención Primaria».
Ama de casa y viuda
Uno de los datos más llamativos del estudio del Instituto de la Mujer se refiere a las diferencias de género en el consumo y dependencia a los psicofármacos: por cada hombre que admite haber tomado alguna vez tranquilizantes lo hacen dos féminas. El perfil medio responde, pues, al de una mujer de unos 50 años, ama de casa, casada o viuda y de clase media-baja, según las conclusiones del informe del Gobierno Vasco.
Pero, ¿qué lleva a las mujeres a tomar este tipo de medicamentos? Los factores personales son los más frecuentes. Mujeres hechas y derechas a quienes la actividad diaria se les hace cuesta arriba, generalmente marcadas por una desgracia que les conmina a la consulta del médico.
Luisa tocó a la puerta de su ambulatorio después de quedarse viuda con 49 años y dos hijos jóvenes a su cargo. «Al principio no podía dormir. Me costaba casi dos horas y cuando caía, me despertaba cada poco rato», cuenta a través del correo electrónico. Así que cuando le contó a su médico lo que le ocurría, éste le recetó un somnífero que le sentó «de maravilla». De eso hace ya casi ocho años y sigue «enganchada». Lo admite sin rodeos. «Me gustaría dejarlas, pero los intentos que he hecho siempre han sido en vano». aldaz
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