Crisis= a Cambio
Recordemos que crisis en su idioma original (griego) remite entre otras posibilidades a cambio. Y no olvidemos que en hebreo crisis se dice mashber, que se asocia directamente con ruptura.
De aquí podemos aprender que el momento en el cual uno vivencia una crisis prolongada (o inmediatamente después de una crisis breve), es terreno fértil para discernir entre lo trascendente y lo transitorio, entre lo valioso y lo fútil; y a través de este discernimiento atreverse a romper con lo que es negativo, para procurar activamente un cambio edificante.
Así que, en lugar de sentir a la crisis como un enemigo devastador, podemos vivirla como un fogonazo de inspiración, pues es la ocasión propicia que tenemos para enfrentarnos sin tapujos a nosotros mismos y a lo que estamos siendo/haciendo, y para atrevernos a quebrar los puentes que nos vinculan con el error, lo extraviado, lo fatal.
En definitiva, la crisis es una inmejorable oportunidad para cambiar, más allá de los consabidos miedos a los cambios, rompiendo con lo que nos perjudica desde dentro y desde fuera.
Ahora bien, es cierto que la crisis que afecta a nuestro país, y a la región, puede ser sentida como un monstruo devorador.
Somos más los que hemos sido perjudicados que los que han salido indemnes, y no es fácil, creo que para ninguno.
Pero, si nos dejamos deslizar por el tobogán de la desesperación, tan sólo contribuimos a empeorar la vivencia de las circunstancias penosas.
Condolernos y sufrir, es razonable, es apropiado; pero desesperarnos y perder la confianza en un futuro mejor, es aliarse con nuestro adversario.
Por lo cual, si bien nuestra parte y fuerza para cambiar la realidad externa suele ser poca, es inmenso el resultado que obtenemos si modificamos nuestra actitud interna. Esto significa: cambiemos un poquito del cuadro, pero mucho de nuestra perspectiva.
Arriesguémonos a romper con lo negativo en nosotros, y a ejecutar el cambio para crecer.
Para conseguir esta modificación, permítame que le brinde unas cuantas pautas.
1. Aprender del pasado no significa empantanarse en él.
Es bueno conocer las causas que nos llevan a situaciones dolorosas, es correcto saber lo que aconteció en el pasado, es provechoso indagar en lo que aconteció.
Pero, imperdonable es perder el tiempo llorando por lo que fue; culpándose por lo que no se pudo alcanzar; penando por lo que se ha perdido; enojándose por las promesas que se esfumaron.
En lugar de anclarse al pasado, hay que aprender a usarlo como trampolín hacia el futuro.
Que el pasado sea el viento a nuestras espaldas, y no las cadenas que se aferran a nuestras narices que miran para atrás.
Que el pasado sea útil para buscar soluciones, y no que sea la excusa para quedarnos rumiando indefinidamente acerca de lo malo de nuestras vidas.
2. El punto de vista.
Si ante nuestros ojos se extiende una enorme, blanquísima y lisa sábana, que apenas tiene una pequeña mancha oscura, ¿qué suele atraer a nuestra mirada?
Generalmente es la pequeña mancha, que con su ínfima existencia perturba la pureza del gran resto.
¿No sería más provechoso reconocer lo positivo, lo que se tiene a favor, que solamente dar vueltas alrededor de lo que está manchado, o nos falta?
¿No estaríamos en camino a resolver nuestros problemas si apreciamos certeramente nuestros recursos y los utilizamos apropiadamente, sin olvidar nuestras limitaciones?
¿Por qué detener la mirada en el punto infausto, habiendo un vasto campo de oportunidades esperanzadoras?
Si cambiamos el punto de vista, nos podemos llevar la agradable sorpresa de encontrarnos más cerca de la solución que del problema.
3. Centro de gravedad.
Cuando pensamos en el problema, y rumiamos acerca de él... ¿en qué estamos pensando?
Cuando no queremos pensar en un objeto, y nos decimos que no queremos pensar en él... ¿en qué pensaremos constantemente?
Los pensamientos son fugaces, por lo cual buscan un centro de gravedad que los atrape y les dé peso. Si permitimos que lo negativo se convierta en el centro de gravedad, todos los pensamientos estarán teñidos de negatividad. Por el contrario, si pensamos positivamente, estamos alumbrando incluso los rincones más oscuros.
Por lo cual, permítase concentrarse en las soluciones, más que en los problemas.
4. Orientarse para llegar a puerto.
Hacia el pasado no tenemos que dirigirnos.
A lo oscuro del presente no tenemos que dedicar nuestros esfuerzos.
A lo inalcanzable no conviene encaminarse.
Por lo cual, es imprescindible tener presente el objetivo que se persigue, y poner nuestras reservas a trabajar para alcanzarlo. Y si el objetivo se ha vuelto inalcanzable, es tiempo de reestudiar la situación y quizás de redefinir objetivos coherentes con la realidad.
5. Adaptarse es vivir.
Suele hacer bien el carpintero cuando clava con su martillo los clavos. Pero, ¿es la conducta inteligente la de martillar siempre y en toda ocasión (haya o no clavos para clavar de por medio)?
La repetición de una conducta que ha fracasado, y que no tiene visos de triunfar, suele ser una pérdida de energías y tiempo.
Es imprescindible redefinir inteligentemente las estrategias, adaptarse creativamente a los cambios, implementar imaginativas soluciones novedosas.
Si se persiste en golpear con el martillo cuando hay que acariciar con la pluma, seguramente no se obtendrán beneficios y sí perjuicios.
6. Compartir, desde las entrañas.
Es un mecanismo normal retraerse cuando el dolor aflige el alma.
En los momentos de presión externa, un modo de preservar energía se halla en escudarse y cerrarse sobre sí mismo.
Pero, en el compartir se encuentra un solaz, un refresco, sugerencias constructivas, opciones no pensadas, generosidad desplegada y rasgos en común con otros en similar situación penosa.
Así pues, en la difusión de los sentimientos y pensamiento, puede encontrar que la pesadumbre pierde vigor y deja de atenazar el corazón y carcomer el seso.
7. Llevar las riendas con responsabilidad.
La culpa es un peso muerto.
La vergüenza es una trampa abierta ante el camino del ciego.
Las excusas son la sagacidad del débil.
Pero, la responsabilidad es asir con entereza y confianza las riendas del propio destino.
Si en una etapa de crisis nos ahogamos en culpa, morimos en vida. Si nos aferramos a la vergüenza, nos marchitamos resecos junto a un freso arroyo. Si hacemos malabares con excusas, nos arriesgamos a no arriesgarnos.
Pero, si aceptamos que somos falibles, limitados, humanos y por lo tanto actuamos responsablemente; si alcanzamos nuestras metas, o nos quedamos a mitad de camino, sabemos que hemos sido enteros, valientes y capaces.
8. Amor, es posibilitar que el otro crezca.
Si desplazamos el foco de nosotros, y lo ubicamos en el prójimo, encontraremos que muchos de nuestros dramas y llantos son desmedidos.
El egoísmo es un parásito voraz e imperdonable, nunca se sacia, nunca se colma.
Si apagamos el egoísmo y reanimamos el amor hacia el prójimo no tardaremos en descubrir que el gozo se encuentra en dar, en el acto procurar bienestar al otro.
9. Tomar en serio la sonrisa.
El buen humor no ha matado a nadie, en tanto que la melancolía lleva muchos cadáveres en su haber.
El buen humor es hallar motivo de calma, o de dicha, incluso allí donde no pareciera que se escondiera la sonrisa.
Sin embargo, es preciso recordar que la risa hueca, la broma pesada, el chiste que niega la realidad, la burla sádica NO son expresiones de buen humor, sino defensas/ataques para no asumir responsablemente nuestro lugar en el mundo.
10. Confianza en el Eterno.
Confiemos en el Eterno, que es el Bien, la Sabiduría, la Verdad.
Confiemos, pues todos Sus caminos son de bendición.
Confiemos en el valor de lo trascendente y eterno, pues lo pasajero pasa y al amanecer siguiente ya ni recuerdo deja.
Confiemos en Dios, mientras hacemos todo lo que está a nuestro alcance para embarcarnos en mejorar, a pesar de las contrariedades, de las dificultades, de las crisis.
Confiemos y hagamos nuestra parte, pues somos insustituibles, únicos e irrepetibles.
Recordemos que crisis en su idioma original (griego) remite entre otras posibilidades a cambio. Y no olvidemos que en hebreo crisis se dice mashber, que se asocia directamente con ruptura.
De aquí podemos aprender que el momento en el cual uno vivencia una crisis prolongada (o inmediatamente después de una crisis breve), es terreno fértil para discernir entre lo trascendente y lo transitorio, entre lo valioso y lo fútil; y a través de este discernimiento atreverse a romper con lo que es negativo, para procurar activamente un cambio edificante.
Así que, en lugar de sentir a la crisis como un enemigo devastador, podemos vivirla como un fogonazo de inspiración, pues es la ocasión propicia que tenemos para enfrentarnos sin tapujos a nosotros mismos y a lo que estamos siendo/haciendo, y para atrevernos a quebrar los puentes que nos vinculan con el error, lo extraviado, lo fatal.
En definitiva, la crisis es una inmejorable oportunidad para cambiar, más allá de los consabidos miedos a los cambios, rompiendo con lo que nos perjudica desde dentro y desde fuera.
Ahora bien, es cierto que la crisis que afecta a nuestro país, y a la región, puede ser sentida como un monstruo devorador.
Somos más los que hemos sido perjudicados que los que han salido indemnes, y no es fácil, creo que para ninguno.
Pero, si nos dejamos deslizar por el tobogán de la desesperación, tan sólo contribuimos a empeorar la vivencia de las circunstancias penosas.
Condolernos y sufrir, es razonable, es apropiado; pero desesperarnos y perder la confianza en un futuro mejor, es aliarse con nuestro adversario.
Por lo cual, si bien nuestra parte y fuerza para cambiar la realidad externa suele ser poca, es inmenso el resultado que obtenemos si modificamos nuestra actitud interna. Esto significa: cambiemos un poquito del cuadro, pero mucho de nuestra perspectiva.
Arriesguémonos a romper con lo negativo en nosotros, y a ejecutar el cambio para crecer.
Para conseguir esta modificación, permítame que le brinde unas cuantas pautas.
1. Aprender del pasado no significa empantanarse en él.
Es bueno conocer las causas que nos llevan a situaciones dolorosas, es correcto saber lo que aconteció en el pasado, es provechoso indagar en lo que aconteció.
Pero, imperdonable es perder el tiempo llorando por lo que fue; culpándose por lo que no se pudo alcanzar; penando por lo que se ha perdido; enojándose por las promesas que se esfumaron.
En lugar de anclarse al pasado, hay que aprender a usarlo como trampolín hacia el futuro.
Que el pasado sea el viento a nuestras espaldas, y no las cadenas que se aferran a nuestras narices que miran para atrás.
Que el pasado sea útil para buscar soluciones, y no que sea la excusa para quedarnos rumiando indefinidamente acerca de lo malo de nuestras vidas.
2. El punto de vista.
Si ante nuestros ojos se extiende una enorme, blanquísima y lisa sábana, que apenas tiene una pequeña mancha oscura, ¿qué suele atraer a nuestra mirada?
Generalmente es la pequeña mancha, que con su ínfima existencia perturba la pureza del gran resto.
¿No sería más provechoso reconocer lo positivo, lo que se tiene a favor, que solamente dar vueltas alrededor de lo que está manchado, o nos falta?
¿No estaríamos en camino a resolver nuestros problemas si apreciamos certeramente nuestros recursos y los utilizamos apropiadamente, sin olvidar nuestras limitaciones?
¿Por qué detener la mirada en el punto infausto, habiendo un vasto campo de oportunidades esperanzadoras?
Si cambiamos el punto de vista, nos podemos llevar la agradable sorpresa de encontrarnos más cerca de la solución que del problema.
3. Centro de gravedad.
Cuando pensamos en el problema, y rumiamos acerca de él... ¿en qué estamos pensando?
Cuando no queremos pensar en un objeto, y nos decimos que no queremos pensar en él... ¿en qué pensaremos constantemente?
Los pensamientos son fugaces, por lo cual buscan un centro de gravedad que los atrape y les dé peso. Si permitimos que lo negativo se convierta en el centro de gravedad, todos los pensamientos estarán teñidos de negatividad. Por el contrario, si pensamos positivamente, estamos alumbrando incluso los rincones más oscuros.
Por lo cual, permítase concentrarse en las soluciones, más que en los problemas.
4. Orientarse para llegar a puerto.
Hacia el pasado no tenemos que dirigirnos.
A lo oscuro del presente no tenemos que dedicar nuestros esfuerzos.
A lo inalcanzable no conviene encaminarse.
Por lo cual, es imprescindible tener presente el objetivo que se persigue, y poner nuestras reservas a trabajar para alcanzarlo. Y si el objetivo se ha vuelto inalcanzable, es tiempo de reestudiar la situación y quizás de redefinir objetivos coherentes con la realidad.
5. Adaptarse es vivir.
Suele hacer bien el carpintero cuando clava con su martillo los clavos. Pero, ¿es la conducta inteligente la de martillar siempre y en toda ocasión (haya o no clavos para clavar de por medio)?
La repetición de una conducta que ha fracasado, y que no tiene visos de triunfar, suele ser una pérdida de energías y tiempo.
Es imprescindible redefinir inteligentemente las estrategias, adaptarse creativamente a los cambios, implementar imaginativas soluciones novedosas.
Si se persiste en golpear con el martillo cuando hay que acariciar con la pluma, seguramente no se obtendrán beneficios y sí perjuicios.
6. Compartir, desde las entrañas.
Es un mecanismo normal retraerse cuando el dolor aflige el alma.
En los momentos de presión externa, un modo de preservar energía se halla en escudarse y cerrarse sobre sí mismo.
Pero, en el compartir se encuentra un solaz, un refresco, sugerencias constructivas, opciones no pensadas, generosidad desplegada y rasgos en común con otros en similar situación penosa.
Así pues, en la difusión de los sentimientos y pensamiento, puede encontrar que la pesadumbre pierde vigor y deja de atenazar el corazón y carcomer el seso.
7. Llevar las riendas con responsabilidad.
La culpa es un peso muerto.
La vergüenza es una trampa abierta ante el camino del ciego.
Las excusas son la sagacidad del débil.
Pero, la responsabilidad es asir con entereza y confianza las riendas del propio destino.
Si en una etapa de crisis nos ahogamos en culpa, morimos en vida. Si nos aferramos a la vergüenza, nos marchitamos resecos junto a un freso arroyo. Si hacemos malabares con excusas, nos arriesgamos a no arriesgarnos.
Pero, si aceptamos que somos falibles, limitados, humanos y por lo tanto actuamos responsablemente; si alcanzamos nuestras metas, o nos quedamos a mitad de camino, sabemos que hemos sido enteros, valientes y capaces.
8. Amor, es posibilitar que el otro crezca.
Si desplazamos el foco de nosotros, y lo ubicamos en el prójimo, encontraremos que muchos de nuestros dramas y llantos son desmedidos.
El egoísmo es un parásito voraz e imperdonable, nunca se sacia, nunca se colma.
Si apagamos el egoísmo y reanimamos el amor hacia el prójimo no tardaremos en descubrir que el gozo se encuentra en dar, en el acto procurar bienestar al otro.
9. Tomar en serio la sonrisa.
El buen humor no ha matado a nadie, en tanto que la melancolía lleva muchos cadáveres en su haber.
El buen humor es hallar motivo de calma, o de dicha, incluso allí donde no pareciera que se escondiera la sonrisa.
Sin embargo, es preciso recordar que la risa hueca, la broma pesada, el chiste que niega la realidad, la burla sádica NO son expresiones de buen humor, sino defensas/ataques para no asumir responsablemente nuestro lugar en el mundo.
10. Confianza en el Eterno.
Confiemos en el Eterno, que es el Bien, la Sabiduría, la Verdad.
Confiemos, pues todos Sus caminos son de bendición.
Confiemos en el valor de lo trascendente y eterno, pues lo pasajero pasa y al amanecer siguiente ya ni recuerdo deja.
Confiemos en Dios, mientras hacemos todo lo que está a nuestro alcance para embarcarnos en mejorar, a pesar de las contrariedades, de las dificultades, de las crisis.
Confiemos y hagamos nuestra parte, pues somos insustituibles, únicos e irrepetibles.
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