Un día en el polémico 'purgatorio' juvenil
El centro de adaptación psicosocial Picón del Jarama, en Paracuellos, es uno de los que presenta más quejas en el informe del Defensor del Pueblo hecho público ayer.
El último recurso para los menores con trastornos de comportamiento de Madrid. Así es como definen sus responsables al centro de adaptación psicosocial Picón del Jarama, en Paracuellos, el mismo que ahora acumula quejas en el informe del Defensor del Pueblo. En el centro se ofrece una atención específica dirigida a adolescentes con trastornos de comportamiento, jóvenes que en un momento pueden estar tranquilos y, al segundo, pueden destrozar todo lo que hallan a su alrededor.
El Picón del Jarama se encuentra en un espacioso palacete de fachada desconchada. En su tiempo, dicen que fue una de las residencias de los Duques de Medinacelli. En la entrada principal, un escudo heráldico de piedra da paso a una fría y espaciosa entrada. A su espalda, un espantapájaros observa quién entra y quién sale.No es el único. A la derecha del recibidor, un vigilante de seguridad hace lo propio. Una labor que es desempeñada por un total de ocho agentes de seguridad.
En el hall espera Juan Carlos Rodríguez, el director del centro.Es joven y algo tímido, con un aspecto que no es el de los siniestros mandamases de los internados de película. La de ellos no es una labor sencilla. En estos momentos, en el centro conviven 45 menores, 30 chicos y 15 chicas. Tienen edades comprendidas entre los 12 y los 18 años de edad, aunque ha habido momentos en los que niños de 10 años correteaban por sus pasillos. Menores que cuando ingresan en el centro, lo hacen con todas las consecuencias.
«El trato en estos sitios es complicado. Los internos poseen unos patrones de conducta basados en la violencia y un carácter altamente impulsivo-agresivo. Además, su problemática no es tratable desde su ámbito cotidiano, ya que son, normalmente, personas asociales como consecuencia de sus problemas emocionales y de relación con la sociedad. Poseen unos padres rígidos y dispersos y los niños tienen un gran déficit de relaciones y autoestima», aclara Juan Carlos.
El tratamiento de los internos se plantea en tres etapas. «En la primera los jóvenes tienen que aprender a contener sus emociones, a no soltar su ira a las primeras de cambio», explica Juan Carlos.Antes de entrar en el centro de Paracuellos, los menores pasan varios estudios psicológicos y un equipo se traslada a la casa del menor para conocer su entorno. Para superar esta etapa los residentes deben conseguir los objetivos que marca el educador, con quienes salen a todos los sitios. La segunda fase es la de integración y la última, de autonomía.
Si se puede, el joven efectúa la etapa formativa fuera del centro.Además, desde Paracuellos se intenta que los críos no se formen una burbuja social. «Deben entender que no todas las personas con las que van a ir a chocar en la vida van a tener la delicadeza de los educadores, pero no por ello están en su contra o deben mostrarse violentos con ellos», señala el director.
Controlar la agresividad del menor y encauzar sus impulsos suele ser clave. Cuando entran los jóvenes, se encuentran con un entorno especial. El espejo de los baños es de plástico. Los lavabos y los enchufes están protegidos con refuerzos antivandálicos.En la clase de Arte se guarda bajo llave el aguarrás para que nadie lo robe para inhalarlo. La calefacción de las habitaciones está protegida por un enrejado y la cama y el escritorio, atornillados al suelo. Los armarios no tienen puertas para que los cuidadores puedan ver lo que se guarda en su interior. Las ventanas tienen rejas y las persianas están hechas con una tela rígida con velcro para evitar suicidios.
«Los espacios más pasivos son los de más riesgo. Estos adolescentes son personas que le dan muchas vueltas a la cabeza. Siempre están pensando que si esto o lo otro, por eso se potencia mucho que estén ocupados». Y lo están. Sea cual sea la etapa en la que se encuentren, la actividad es frenética. Se levantan y no paran hasta que se van a acostar, haciendo todo tipo de actividades: jardinería, matemáticas, esgrima... A partir de su ingreso se establecen normas y rutinas. De que todo esté bajo control se encargan 103 personas, entre educadores sociales, médicos, enfermeros...
Obviamente, no todo es un campo de rosas. «Cuando salta uno, parece que salta un león», dice Juan Carlos, «y ha habido problemas y discusiones fuertes, pero desde que empezamos en 2006 no ha habido más de cuatro o cinco muy conflictivos a la vez».
Algunos no se adaptan a su nueva condición de vida: se colapsan, se niegan a asimilar nuevos conocimientos de forma violenta o se fugan. «Tienen 16 y 17 años y optan por buscarse la vida.Siempre han vivido fuera del sistema y no quieren acceder a él.Les gusta su mundo asocial. Han crecido con la idea de que su vecino vende, trapichea y no le pasa nada; su primo gana otro tipo de dinero fácil y tampoco. Y deciden que quieren esa vida», concluye.
El centro de adaptación psicosocial Picón del Jarama, en Paracuellos, es uno de los que presenta más quejas en el informe del Defensor del Pueblo hecho público ayer.
El último recurso para los menores con trastornos de comportamiento de Madrid. Así es como definen sus responsables al centro de adaptación psicosocial Picón del Jarama, en Paracuellos, el mismo que ahora acumula quejas en el informe del Defensor del Pueblo. En el centro se ofrece una atención específica dirigida a adolescentes con trastornos de comportamiento, jóvenes que en un momento pueden estar tranquilos y, al segundo, pueden destrozar todo lo que hallan a su alrededor.
El Picón del Jarama se encuentra en un espacioso palacete de fachada desconchada. En su tiempo, dicen que fue una de las residencias de los Duques de Medinacelli. En la entrada principal, un escudo heráldico de piedra da paso a una fría y espaciosa entrada. A su espalda, un espantapájaros observa quién entra y quién sale.No es el único. A la derecha del recibidor, un vigilante de seguridad hace lo propio. Una labor que es desempeñada por un total de ocho agentes de seguridad.
En el hall espera Juan Carlos Rodríguez, el director del centro.Es joven y algo tímido, con un aspecto que no es el de los siniestros mandamases de los internados de película. La de ellos no es una labor sencilla. En estos momentos, en el centro conviven 45 menores, 30 chicos y 15 chicas. Tienen edades comprendidas entre los 12 y los 18 años de edad, aunque ha habido momentos en los que niños de 10 años correteaban por sus pasillos. Menores que cuando ingresan en el centro, lo hacen con todas las consecuencias.
«El trato en estos sitios es complicado. Los internos poseen unos patrones de conducta basados en la violencia y un carácter altamente impulsivo-agresivo. Además, su problemática no es tratable desde su ámbito cotidiano, ya que son, normalmente, personas asociales como consecuencia de sus problemas emocionales y de relación con la sociedad. Poseen unos padres rígidos y dispersos y los niños tienen un gran déficit de relaciones y autoestima», aclara Juan Carlos.
El tratamiento de los internos se plantea en tres etapas. «En la primera los jóvenes tienen que aprender a contener sus emociones, a no soltar su ira a las primeras de cambio», explica Juan Carlos.Antes de entrar en el centro de Paracuellos, los menores pasan varios estudios psicológicos y un equipo se traslada a la casa del menor para conocer su entorno. Para superar esta etapa los residentes deben conseguir los objetivos que marca el educador, con quienes salen a todos los sitios. La segunda fase es la de integración y la última, de autonomía.
Si se puede, el joven efectúa la etapa formativa fuera del centro.Además, desde Paracuellos se intenta que los críos no se formen una burbuja social. «Deben entender que no todas las personas con las que van a ir a chocar en la vida van a tener la delicadeza de los educadores, pero no por ello están en su contra o deben mostrarse violentos con ellos», señala el director.
Controlar la agresividad del menor y encauzar sus impulsos suele ser clave. Cuando entran los jóvenes, se encuentran con un entorno especial. El espejo de los baños es de plástico. Los lavabos y los enchufes están protegidos con refuerzos antivandálicos.En la clase de Arte se guarda bajo llave el aguarrás para que nadie lo robe para inhalarlo. La calefacción de las habitaciones está protegida por un enrejado y la cama y el escritorio, atornillados al suelo. Los armarios no tienen puertas para que los cuidadores puedan ver lo que se guarda en su interior. Las ventanas tienen rejas y las persianas están hechas con una tela rígida con velcro para evitar suicidios.
«Los espacios más pasivos son los de más riesgo. Estos adolescentes son personas que le dan muchas vueltas a la cabeza. Siempre están pensando que si esto o lo otro, por eso se potencia mucho que estén ocupados». Y lo están. Sea cual sea la etapa en la que se encuentren, la actividad es frenética. Se levantan y no paran hasta que se van a acostar, haciendo todo tipo de actividades: jardinería, matemáticas, esgrima... A partir de su ingreso se establecen normas y rutinas. De que todo esté bajo control se encargan 103 personas, entre educadores sociales, médicos, enfermeros...
Obviamente, no todo es un campo de rosas. «Cuando salta uno, parece que salta un león», dice Juan Carlos, «y ha habido problemas y discusiones fuertes, pero desde que empezamos en 2006 no ha habido más de cuatro o cinco muy conflictivos a la vez».
Algunos no se adaptan a su nueva condición de vida: se colapsan, se niegan a asimilar nuevos conocimientos de forma violenta o se fugan. «Tienen 16 y 17 años y optan por buscarse la vida.Siempre han vivido fuera del sistema y no quieren acceder a él.Les gusta su mundo asocial. Han crecido con la idea de que su vecino vende, trapichea y no le pasa nada; su primo gana otro tipo de dinero fácil y tampoco. Y deciden que quieren esa vida», concluye.
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