Nadie quiere ponerse la placa de sheriff
EL PERIODISTA se juega la vida al patrullar una noche en Ciudad Juárez, la urbe en mano de los narcos donde o coges la plata o recibes el plomo
JACOBO GARCIA - Ciudad Juárez (México)
Ya ni los gringos vienen por putas», protesta el cantinero apoyado sobre la barra vacía de un local desierto. Está cabreado y lleva así varios meses. «Que se arreglen de una vez pero que vuelva a correr la lana (dinero)», se lamenta mientras abre una Tecate (cerveza local) tras otra. Echa de menos los tiempos en que tenía sentido el letrero que tiene colocado a la entrada: «Prohibida la entrada a cholos (macarras), menores, militares y perros».Hoy no puede permitírselo y daría la bienvenida a cualquiera que traspase la puerta con intención de hacer gasto.
El zumbido de los helicópteros forma parte del bullicio diario junto al puente fronterizo que conduce a El Paso (Texas). Una banda sonora a la que se han acostumbrado los dos millones de habitantes que viven en Ciudad Juárez y que incluye a vendedores de periódicos, cambistas de dólares con muchos gramos de oro en dientes y muñecas. El sonido de las ráfagas de AK-47 (el famoso cuerno de chivo) y el de las sirenas. Muchas sirenas.
Ahora aún más que la urbe vive sumida en el caos, con cifras récord de muertos y sin ningún jefe policial vivo o en activo después de que los dos últimos dimitieran minutos más tarde de que sus subordinados fueran acribillados. Después de la ejecución de 80 policías en 2008, el último Secretario de Seguridad Pública puso pies en polvorosa la semana pasada y está ya viviendo a más de 3.000 kilómetros de la ciudad fronteriza. La más peligrosa de México.
Su silla, su puesto y hasta el despacho, cama incluida, en el que vivió encerrado como en un búnker durante nueve meses hasta su dimisión, siguen esperando un sustituto que no llega a pesar de un sueldo envidiable para cualquier alto mando. Nadie quiere ser el siguiente en caer abatido porque nadie recuerda algo como lo que está pasando aquí. «Mira que en Juárez siempre ha habido malandros y hemos convivido con la droga, las ejecuciones o los feminicidios, pero lo de ahora nunca se había visto». Ni más ni menos que 1.600 muertes en 2008, un tercio de los aparecidas en todo el país durante uno de los periodos más sangrientos de la historia reciente de México. No son pocos los que piden ya que el gobierno se siente a negociar con los cárteles de la droga con tal de poner fin a las masacres y la desolación que vive la ciudad.
EL PRIMER MARGARITA
Nuestro cantinero habla a pocos metros del local al que se le atribuye la creación del primer Margarita de la historia. El mismo bar en el que un día se sentó Marilyn Monroe para probar el cóctel de tequila, licor de naranja y limón, y a pocos pasos de un decrépito cabaré donde muchas décadas atrás se presentaron Frank Sinatra o Pedro Infante. Pero esos eran otros tiempos.Fue la época dorada de una ciudad acostumbrada a convivir desde su fundación con el vicio, las drogas y los excesos, pero que a día de hoy atraviesa una cacería sin precedentes. Si pocos recuerdan los días de vino y rosas de esta ciudad, menos aún una ola de pánico como la que vive.
Una situación que, según los expertos y con muchos matices, se puede resumir así: Los cárteles de la droga mexicanos cada vez tienen más problemas para mover la droga e introducirla en Estados Unidos. El Gobierno de Felipe Calderón ha hecho de la lucha contra el crimen organizado el eje central de su mandato y para ello ha desplegado más de 30.000 soldados en algunos de los estados calientes del país. Paralelamente EEUU ha reforzado su control fronterizo y en el vecino del norte la demanda de cocaína ha caído de forma notable. El resultado de todo lo anterior es que grandes cantidades de cocaína se están quedando en México, dando paso a un nuevo mercado, descuidado hasta ahora por los grandes cárteles del narcotráfico, que sólo utilizaban al país azteca como lugar de tránsito y no como consumidor. Las principales organizaciones, fragmentadas y enfrentadas entre sí, más que mantener abiertas las tradicionales rutas de paso han apostado por hacerse con el control de los Estados, de las ciudades, de los pueblos y, claro está, de la policía. Para ello aplican la receta de siempre en la frontera; plata para el que quiera y plomo para el que se resista.
Precisamente controlar a la policía de la ciudad fronteriza es la gran batalla que libran en Ciudad Juárez los cárteles de Sinaloa y Juárez, explica a Crónica el alcalde de la localidad José Reyes, colocado también en el punto de mira. Una batalla que cuenta con un tercer ingrediente para entender lo que sucede.
Penetrada hasta el tuétano por el narco, poco después de que dimitiera el último jefe de la policía, el gobierno de Calderón escogió a un ex militar, un Mayor (equivalente a comandante en España) del Ejército con fama de duro para que llevara a cabo una depuración que nadie se atrevía a emprender. El comandante Roberto Orduña Cruz echó casi al 50% de la plantilla, 600 agentes de una corporación de 1.400, y destituyó a todos los mandos y comandantes al frente. Una osadía imperdonable que le costó el puesto minutos antes de que le costara la vida.
Atrincherado en su oficina, el único lugar donde se sentía seguro, y en vista de la dificultad para acabar con él, llegó una amenaza que no dejaba lugar a la duda: «Si no dimite Orduña Cruz mataremos a un policía cada 48 horas». La única equivocación aparecida en la narcoamenaza era que en lugar de hacerlo cada dos días, los cárteles de la droga pisaron el acelerador y ejecutaron a cinco agentes y un vigilante de prisiones en cuatro días, uno cada 16 horas.
Con este panorama, el militar anunció el pasado 20 de febrero su dimisión como secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez, después de que el crimen organizado consumara su aviso. Para ayudarle a tomar la decisión, un agente municipal de 25 años y un vigilante de prisiones aparecieron frente a su casa con decenas de proyectiles de alto calibre incrustados en el cuerpo y junto a una nota que recordaba la advertencia: «Ya pasaron las horas y el director de Seguridad Pública, Orduña Cruz, no ha renunciado».
Tan sólo tres días antes era su mano derecha, Sacramento Pérez, quien caía abatido y así hasta 16 policías en lo que va de 2009.Hasta el momento, de los 1.100 ejecutados en todo México en este año (entre civiles, policías y militares), Chihuahua y su principal motor económico, Ciudad Juárez, concentran el 40% de las muertes.Un asedio que ha puesto a la ciudad al borde del descontrol y a las autoridades estadounidenses en estado de alerta ante un fenómeno que amenaza con traspasar la frontera
Con el paso de las horas se supo que decenas de agentes habían decidido dejar de trabajar hasta que dimitiera el militar. Y es que 80 policías abatidos en los últimos 14 meses son muchos para una plantilla de poco más de 1.400 en total.
Ninguno de los que debía salir a patrullar quería formar parte del monumento levantado en la polvorienta ciudad en recuerdo al «policía caído en acto de servicio». Precisamente ahí, hace un año, alguien dejó una lista con los nombres de los uniformados «ejecutables» y que encabezaba otro jefe del cuerpo, Juan Antonio Román. La advertencia también se cumplió y el 10 de mayo Román fue asesinado. Pocos meses después lo hacía su segundo, Rodolfo Ramírez, quien apareció esposado y con el tiro de gracia en la sien.
EN EL COCHE DE LA MUERTE
«¡Al coche, al coche, rápido al coche!», me ordena el agente que será mi guía en la «jungla» de Ciudad Juárez. «Welcome to the jungle», me dice. El vehículo acelera y hace chirriar las ruedas en su salida, hasta que varios metros más adelante logramos cerrar la puerta. Es entonces cuando piloto y acompañantes resoplamos y dejamos atrás al grupo de curiosos que se disuelve a toda velocidad.Recientemente el ayuntamiento puso en marcha una campaña para que los padres de familia no llevaran a sus hijos a ver a los muertos y ejecutados que yacen recién acribillados en el asfalto, porque esta imagen podría marcarles para el resto de su vida.
Pero como ellos, la curiosidad puede más que los mensajes de radio y televisión y el reportero llega con la policía justo en el momento en que el cuerpo de un hombre cuelga frente al volante de un coche deportivo, con decenas de casquillos recién percutidos. La noche en que Crónica acompaña a una patrulla de policía por el letal territorio de Ciudad Juárez, este miércoles pasado, tampoco es tranquila. Desde hace un tiempo, no hay ocaso sin ensalada de tiros.
Mientras llegan hasta la colonia Tapioca las últimas ambulancias, y los agentes extienden la cinta amarilla que acordona el lugar, decenas de curiosos intentamos ver algo más. Muchas mujeres, niños en bicicleta y otros aún en brazos, observan en este populoso barrio el trasiego de sirenas sin inmutarse. Repentinamente, a varias manzanas de distancia, suena un primer disparo y poco después una ráfaga más larga que acaba disolviendo la escena con carreras y algunas voces. No muchas.
«¡Qué casualidad!, le dieron la habitación 223» dice el muchacho que funge de botones en el hotel, pocas horas después de aterrizar en una ciudad más conocida por sus asesinatos en serie, primero de mujeres y ahora de narcotraficantes, que por aportar casi el 5% del PIB a la economía del país gracias a sus plantas ensambladoras y de confección de ropa. «El mismo calibre que usa la R-15» añade.Igual que conocen al dedillo el árbol genealógico de los narcotraficantes de la región, los habitantes del norte de México parecen dominar con la misma soltura los calibres, armas y novedades armamentísticas incorporadas por el narco.
«Hasta ahora, de los 1.600 muertos el año pasado, sólo 30 eran «civiles» o gente que no tenía nada que ver», explica el alcalde.«Pero el problema se salió de control cuando el crimen organizado, ahogado ante la falta de liquidez por las dificultades para transportar su carga, comenzó a secuestrar, a robar bancos y a extorsionar llevando el pánico a la población», señala. «Ya sabe cómo se las gastan aquí. Ahí están las amenazas, las ejecuciones y lo que le pasó al restaurante Aroma, señala un policía que prefiere omitir su nombre a pesar de que compartimos ya muchas horas de patrullaje.
-¿Qué le pasó al Aroma?, pregunta el periodista.
-¡Ah! ¿No lo sabe? «Hace bien poco fue a cenar el Chapo Guzmán» (líder del cártel de Sinaloa y huido de un penal de máxima seguridad durante el gobierno de Vicente Fox). «Una vez dentro ordenó cerrar el local y pidió a todos los comensales que le entregaran todos los móviles. Una vez que terminó de cenar se despidió de la gente, les devolvió los teléfonos y pagó la cuenta de todos los clientes.Pocos días después el local era pasto de un incendio provocado por un cartel rival.
CORRUPCION POLICIAL
Pero a pesar de la amabilidad de mi anfitrión en esta violenta urbe, una extraña sensación acompaña todo el recorrido. ¿Estoy con los malos o voy con uno de los pocos policías honestos de esta población? De los 1.400 agentes con los que cuenta la ciudad, el actual alcalde comenzó una limpia que acabó expulsando por vínculos con el narcotráfico a casi la mitad de la plantilla.Al último jefe del cuerpo, antes de que él pusiera un pie en el Ayuntamiento, lo detuvieron intentado introducir media tonelada de marihuana en Estados Unidos.
Además de depurar la institución el municipio decidió aumentar a 13.500 pesos (unos 700 euros) el sueldo base de los uniformados, darles casa y seguro de vida, convirtiéndolos de paso en los mejor pagados del país. Pero aún así, sigue siendo imposible para el Ayuntamiento completar las 4.000 plazas que harían falta para garantizar la seguridad. Entre los mandos el panorama es aún más desolador y, a pesar de un sueldo de 55.000 pesos (casi 3.000 euros), es casi imposible encontrar un Jefe de la policía en quien poder confiar. Así las cosas el gobierno central y el Ayuntamiento han decidido que sea el Ejército mexicano quien tome el control de la guardia municipal en un intento por reconducir la situación de la mano de la única esperanza que le queda al presidente Felipe Calderón en su intento por ganar esta guerra.
Pero la sensación de desconfianza que acompaña al periodista no es exclusiva. Es la misma que acompañó los nueve meses de gestión del comandante Orduña al frente de la seguridad en Ciudad Juárez. Durante ese tiempo el ex militar vivió en un búnker convertido en improvisado domicilio del que apenas salía. Con su familia a miles de kilómetros de distancia, sólo un tipo como él podía hacer frente al desafío... hasta que los muertos llegaron a su puerta.
EL PERIODISTA se juega la vida al patrullar una noche en Ciudad Juárez, la urbe en mano de los narcos donde o coges la plata o recibes el plomo
JACOBO GARCIA - Ciudad Juárez (México)
Ya ni los gringos vienen por putas», protesta el cantinero apoyado sobre la barra vacía de un local desierto. Está cabreado y lleva así varios meses. «Que se arreglen de una vez pero que vuelva a correr la lana (dinero)», se lamenta mientras abre una Tecate (cerveza local) tras otra. Echa de menos los tiempos en que tenía sentido el letrero que tiene colocado a la entrada: «Prohibida la entrada a cholos (macarras), menores, militares y perros».Hoy no puede permitírselo y daría la bienvenida a cualquiera que traspase la puerta con intención de hacer gasto.
El zumbido de los helicópteros forma parte del bullicio diario junto al puente fronterizo que conduce a El Paso (Texas). Una banda sonora a la que se han acostumbrado los dos millones de habitantes que viven en Ciudad Juárez y que incluye a vendedores de periódicos, cambistas de dólares con muchos gramos de oro en dientes y muñecas. El sonido de las ráfagas de AK-47 (el famoso cuerno de chivo) y el de las sirenas. Muchas sirenas.
Ahora aún más que la urbe vive sumida en el caos, con cifras récord de muertos y sin ningún jefe policial vivo o en activo después de que los dos últimos dimitieran minutos más tarde de que sus subordinados fueran acribillados. Después de la ejecución de 80 policías en 2008, el último Secretario de Seguridad Pública puso pies en polvorosa la semana pasada y está ya viviendo a más de 3.000 kilómetros de la ciudad fronteriza. La más peligrosa de México.
Su silla, su puesto y hasta el despacho, cama incluida, en el que vivió encerrado como en un búnker durante nueve meses hasta su dimisión, siguen esperando un sustituto que no llega a pesar de un sueldo envidiable para cualquier alto mando. Nadie quiere ser el siguiente en caer abatido porque nadie recuerda algo como lo que está pasando aquí. «Mira que en Juárez siempre ha habido malandros y hemos convivido con la droga, las ejecuciones o los feminicidios, pero lo de ahora nunca se había visto». Ni más ni menos que 1.600 muertes en 2008, un tercio de los aparecidas en todo el país durante uno de los periodos más sangrientos de la historia reciente de México. No son pocos los que piden ya que el gobierno se siente a negociar con los cárteles de la droga con tal de poner fin a las masacres y la desolación que vive la ciudad.
EL PRIMER MARGARITA
Nuestro cantinero habla a pocos metros del local al que se le atribuye la creación del primer Margarita de la historia. El mismo bar en el que un día se sentó Marilyn Monroe para probar el cóctel de tequila, licor de naranja y limón, y a pocos pasos de un decrépito cabaré donde muchas décadas atrás se presentaron Frank Sinatra o Pedro Infante. Pero esos eran otros tiempos.Fue la época dorada de una ciudad acostumbrada a convivir desde su fundación con el vicio, las drogas y los excesos, pero que a día de hoy atraviesa una cacería sin precedentes. Si pocos recuerdan los días de vino y rosas de esta ciudad, menos aún una ola de pánico como la que vive.
Una situación que, según los expertos y con muchos matices, se puede resumir así: Los cárteles de la droga mexicanos cada vez tienen más problemas para mover la droga e introducirla en Estados Unidos. El Gobierno de Felipe Calderón ha hecho de la lucha contra el crimen organizado el eje central de su mandato y para ello ha desplegado más de 30.000 soldados en algunos de los estados calientes del país. Paralelamente EEUU ha reforzado su control fronterizo y en el vecino del norte la demanda de cocaína ha caído de forma notable. El resultado de todo lo anterior es que grandes cantidades de cocaína se están quedando en México, dando paso a un nuevo mercado, descuidado hasta ahora por los grandes cárteles del narcotráfico, que sólo utilizaban al país azteca como lugar de tránsito y no como consumidor. Las principales organizaciones, fragmentadas y enfrentadas entre sí, más que mantener abiertas las tradicionales rutas de paso han apostado por hacerse con el control de los Estados, de las ciudades, de los pueblos y, claro está, de la policía. Para ello aplican la receta de siempre en la frontera; plata para el que quiera y plomo para el que se resista.
Precisamente controlar a la policía de la ciudad fronteriza es la gran batalla que libran en Ciudad Juárez los cárteles de Sinaloa y Juárez, explica a Crónica el alcalde de la localidad José Reyes, colocado también en el punto de mira. Una batalla que cuenta con un tercer ingrediente para entender lo que sucede.
Penetrada hasta el tuétano por el narco, poco después de que dimitiera el último jefe de la policía, el gobierno de Calderón escogió a un ex militar, un Mayor (equivalente a comandante en España) del Ejército con fama de duro para que llevara a cabo una depuración que nadie se atrevía a emprender. El comandante Roberto Orduña Cruz echó casi al 50% de la plantilla, 600 agentes de una corporación de 1.400, y destituyó a todos los mandos y comandantes al frente. Una osadía imperdonable que le costó el puesto minutos antes de que le costara la vida.
Atrincherado en su oficina, el único lugar donde se sentía seguro, y en vista de la dificultad para acabar con él, llegó una amenaza que no dejaba lugar a la duda: «Si no dimite Orduña Cruz mataremos a un policía cada 48 horas». La única equivocación aparecida en la narcoamenaza era que en lugar de hacerlo cada dos días, los cárteles de la droga pisaron el acelerador y ejecutaron a cinco agentes y un vigilante de prisiones en cuatro días, uno cada 16 horas.
Con este panorama, el militar anunció el pasado 20 de febrero su dimisión como secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez, después de que el crimen organizado consumara su aviso. Para ayudarle a tomar la decisión, un agente municipal de 25 años y un vigilante de prisiones aparecieron frente a su casa con decenas de proyectiles de alto calibre incrustados en el cuerpo y junto a una nota que recordaba la advertencia: «Ya pasaron las horas y el director de Seguridad Pública, Orduña Cruz, no ha renunciado».
Tan sólo tres días antes era su mano derecha, Sacramento Pérez, quien caía abatido y así hasta 16 policías en lo que va de 2009.Hasta el momento, de los 1.100 ejecutados en todo México en este año (entre civiles, policías y militares), Chihuahua y su principal motor económico, Ciudad Juárez, concentran el 40% de las muertes.Un asedio que ha puesto a la ciudad al borde del descontrol y a las autoridades estadounidenses en estado de alerta ante un fenómeno que amenaza con traspasar la frontera
Con el paso de las horas se supo que decenas de agentes habían decidido dejar de trabajar hasta que dimitiera el militar. Y es que 80 policías abatidos en los últimos 14 meses son muchos para una plantilla de poco más de 1.400 en total.
Ninguno de los que debía salir a patrullar quería formar parte del monumento levantado en la polvorienta ciudad en recuerdo al «policía caído en acto de servicio». Precisamente ahí, hace un año, alguien dejó una lista con los nombres de los uniformados «ejecutables» y que encabezaba otro jefe del cuerpo, Juan Antonio Román. La advertencia también se cumplió y el 10 de mayo Román fue asesinado. Pocos meses después lo hacía su segundo, Rodolfo Ramírez, quien apareció esposado y con el tiro de gracia en la sien.
EN EL COCHE DE LA MUERTE
«¡Al coche, al coche, rápido al coche!», me ordena el agente que será mi guía en la «jungla» de Ciudad Juárez. «Welcome to the jungle», me dice. El vehículo acelera y hace chirriar las ruedas en su salida, hasta que varios metros más adelante logramos cerrar la puerta. Es entonces cuando piloto y acompañantes resoplamos y dejamos atrás al grupo de curiosos que se disuelve a toda velocidad.Recientemente el ayuntamiento puso en marcha una campaña para que los padres de familia no llevaran a sus hijos a ver a los muertos y ejecutados que yacen recién acribillados en el asfalto, porque esta imagen podría marcarles para el resto de su vida.
Pero como ellos, la curiosidad puede más que los mensajes de radio y televisión y el reportero llega con la policía justo en el momento en que el cuerpo de un hombre cuelga frente al volante de un coche deportivo, con decenas de casquillos recién percutidos. La noche en que Crónica acompaña a una patrulla de policía por el letal territorio de Ciudad Juárez, este miércoles pasado, tampoco es tranquila. Desde hace un tiempo, no hay ocaso sin ensalada de tiros.
Mientras llegan hasta la colonia Tapioca las últimas ambulancias, y los agentes extienden la cinta amarilla que acordona el lugar, decenas de curiosos intentamos ver algo más. Muchas mujeres, niños en bicicleta y otros aún en brazos, observan en este populoso barrio el trasiego de sirenas sin inmutarse. Repentinamente, a varias manzanas de distancia, suena un primer disparo y poco después una ráfaga más larga que acaba disolviendo la escena con carreras y algunas voces. No muchas.
«¡Qué casualidad!, le dieron la habitación 223» dice el muchacho que funge de botones en el hotel, pocas horas después de aterrizar en una ciudad más conocida por sus asesinatos en serie, primero de mujeres y ahora de narcotraficantes, que por aportar casi el 5% del PIB a la economía del país gracias a sus plantas ensambladoras y de confección de ropa. «El mismo calibre que usa la R-15» añade.Igual que conocen al dedillo el árbol genealógico de los narcotraficantes de la región, los habitantes del norte de México parecen dominar con la misma soltura los calibres, armas y novedades armamentísticas incorporadas por el narco.
«Hasta ahora, de los 1.600 muertos el año pasado, sólo 30 eran «civiles» o gente que no tenía nada que ver», explica el alcalde.«Pero el problema se salió de control cuando el crimen organizado, ahogado ante la falta de liquidez por las dificultades para transportar su carga, comenzó a secuestrar, a robar bancos y a extorsionar llevando el pánico a la población», señala. «Ya sabe cómo se las gastan aquí. Ahí están las amenazas, las ejecuciones y lo que le pasó al restaurante Aroma, señala un policía que prefiere omitir su nombre a pesar de que compartimos ya muchas horas de patrullaje.
-¿Qué le pasó al Aroma?, pregunta el periodista.
-¡Ah! ¿No lo sabe? «Hace bien poco fue a cenar el Chapo Guzmán» (líder del cártel de Sinaloa y huido de un penal de máxima seguridad durante el gobierno de Vicente Fox). «Una vez dentro ordenó cerrar el local y pidió a todos los comensales que le entregaran todos los móviles. Una vez que terminó de cenar se despidió de la gente, les devolvió los teléfonos y pagó la cuenta de todos los clientes.Pocos días después el local era pasto de un incendio provocado por un cartel rival.
CORRUPCION POLICIAL
Pero a pesar de la amabilidad de mi anfitrión en esta violenta urbe, una extraña sensación acompaña todo el recorrido. ¿Estoy con los malos o voy con uno de los pocos policías honestos de esta población? De los 1.400 agentes con los que cuenta la ciudad, el actual alcalde comenzó una limpia que acabó expulsando por vínculos con el narcotráfico a casi la mitad de la plantilla.Al último jefe del cuerpo, antes de que él pusiera un pie en el Ayuntamiento, lo detuvieron intentado introducir media tonelada de marihuana en Estados Unidos.
Además de depurar la institución el municipio decidió aumentar a 13.500 pesos (unos 700 euros) el sueldo base de los uniformados, darles casa y seguro de vida, convirtiéndolos de paso en los mejor pagados del país. Pero aún así, sigue siendo imposible para el Ayuntamiento completar las 4.000 plazas que harían falta para garantizar la seguridad. Entre los mandos el panorama es aún más desolador y, a pesar de un sueldo de 55.000 pesos (casi 3.000 euros), es casi imposible encontrar un Jefe de la policía en quien poder confiar. Así las cosas el gobierno central y el Ayuntamiento han decidido que sea el Ejército mexicano quien tome el control de la guardia municipal en un intento por reconducir la situación de la mano de la única esperanza que le queda al presidente Felipe Calderón en su intento por ganar esta guerra.
Pero la sensación de desconfianza que acompaña al periodista no es exclusiva. Es la misma que acompañó los nueve meses de gestión del comandante Orduña al frente de la seguridad en Ciudad Juárez. Durante ese tiempo el ex militar vivió en un búnker convertido en improvisado domicilio del que apenas salía. Con su familia a miles de kilómetros de distancia, sólo un tipo como él podía hacer frente al desafío... hasta que los muertos llegaron a su puerta.
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