MÁLAGA
La víctima se aproximó al vehículo al comprobar que estaba arrancado en un semáforo, pero sin conductor El detenido habría utilizado un hierro afilado para la agresión
Le llamó la atención ver una moto arrancada y con la luz encendida sin conductor. Poco podía imaginar entonces que esa mirada curiosa iba a desatar una reacción violenta de su dueño, que supuestamente le atacó con un objeto afilado. Sufrió un corte profundo en la cara por el que tuvo que recibir una veintena de puntos de sutura.
La víctima de este insólito suceso se llama Francisco -prefiere ocultar sus apellidos-, tiene unos 40 años y trabaja en el Hospital Civil como vigilante de seguridad. El miércoles le tocó turno de noche. A las tres de la madrugada acabó su jornada, se dirigió al aparcamiento y cogió su moto para volver a casa.
Al salir del hospital se detuvo en un semáforo en rojo en la calle Doctor Gálvez Ginachero. Allí fue donde vio el ciclomotor sospechoso parado junto a unos contenedores. «Me quedé mirando al comprobar que la moto estaba arrancada y no vi a nadie en la calle», cuenta el guarda, aún desconcertado por lo que le ha ocurrido.
Entonces apareció el conductor. Un hombre que rondaba la treintena surgió de entre unos contenedores y, siempre según su versión de los hechos, empezó a gritarle. «Me dijo 'tú qué miras, vete que te voy a matar'», relata Francisco.
Asegura que no entró en la discusión. Giró la cabeza, miró al frente y siguió esperando que el semáforo se pusiera en verde. «Entonces, él se subió en su moto, pasó junto a mí y me atacó». En la oscuridad de la noche, el vigilante vio un cuchillo que le acertaba en la cara.
El hombre no se marchó. «Se quedó allí, quería seguir», añade Francisco. «Le agarré la mano -prosigue- en la que llevaba el arma y lo tiré al suelo». Forcejearon durante unos minutos. El vigilante sangraba abundantemente, pero consiguió reducirlo y ponerle los grilletes.
En esos momentos llegó una patrulla de la policía, posiblemente avisada por los vecinos, que se asomaron a sus balcones alarmados por los gritos. «Los agentes creían que la sangre era de los dos, debido la cantidad que perdí, pero sólo era la mía», apostilla.
Los policías detuvieron al presunto agresor, al que inicialmente le leyeron los derechos por un presunto delito de homicidio en grado de tentativa, según confirmaron fuentes policiales.
Puntos por dentro y fuera
Lo más sorprendente fue el arma que utilizó, un hierro de grandes dimensiones y muy afilado que hacía las veces de una daga. «Y llevaba dos o tres más en el maletín de la moto», recuerda Francisco.
El vigilante fue atendido en el Hospital Civil, del que acababa de salir. La doctora que lo asistió reflejó en el parte facultativo que la herida tenía unos 15 centímetros de longitud y cinco de profundidad. «Me tuvieron que dar un montón de puntos por fuera, pero más todavía por dentro».
Horas después fue dado de alta en el hospital, aunque ahora está de baja y sufre las secuelas que le ha dejado la herida. «No puedo abrir la boca, tragar ni masticar. Estoy comiendo papilla», confiesa. En el área de maxilofacial intentarán reconstruirle el tejido dañado para que le queden los mínimos daños estéticos de la agresión.
La víctima se aproximó al vehículo al comprobar que estaba arrancado en un semáforo, pero sin conductor El detenido habría utilizado un hierro afilado para la agresión
Le llamó la atención ver una moto arrancada y con la luz encendida sin conductor. Poco podía imaginar entonces que esa mirada curiosa iba a desatar una reacción violenta de su dueño, que supuestamente le atacó con un objeto afilado. Sufrió un corte profundo en la cara por el que tuvo que recibir una veintena de puntos de sutura.
La víctima de este insólito suceso se llama Francisco -prefiere ocultar sus apellidos-, tiene unos 40 años y trabaja en el Hospital Civil como vigilante de seguridad. El miércoles le tocó turno de noche. A las tres de la madrugada acabó su jornada, se dirigió al aparcamiento y cogió su moto para volver a casa.
Al salir del hospital se detuvo en un semáforo en rojo en la calle Doctor Gálvez Ginachero. Allí fue donde vio el ciclomotor sospechoso parado junto a unos contenedores. «Me quedé mirando al comprobar que la moto estaba arrancada y no vi a nadie en la calle», cuenta el guarda, aún desconcertado por lo que le ha ocurrido.
Entonces apareció el conductor. Un hombre que rondaba la treintena surgió de entre unos contenedores y, siempre según su versión de los hechos, empezó a gritarle. «Me dijo 'tú qué miras, vete que te voy a matar'», relata Francisco.
Asegura que no entró en la discusión. Giró la cabeza, miró al frente y siguió esperando que el semáforo se pusiera en verde. «Entonces, él se subió en su moto, pasó junto a mí y me atacó». En la oscuridad de la noche, el vigilante vio un cuchillo que le acertaba en la cara.
El hombre no se marchó. «Se quedó allí, quería seguir», añade Francisco. «Le agarré la mano -prosigue- en la que llevaba el arma y lo tiré al suelo». Forcejearon durante unos minutos. El vigilante sangraba abundantemente, pero consiguió reducirlo y ponerle los grilletes.
En esos momentos llegó una patrulla de la policía, posiblemente avisada por los vecinos, que se asomaron a sus balcones alarmados por los gritos. «Los agentes creían que la sangre era de los dos, debido la cantidad que perdí, pero sólo era la mía», apostilla.
Los policías detuvieron al presunto agresor, al que inicialmente le leyeron los derechos por un presunto delito de homicidio en grado de tentativa, según confirmaron fuentes policiales.
Puntos por dentro y fuera
Lo más sorprendente fue el arma que utilizó, un hierro de grandes dimensiones y muy afilado que hacía las veces de una daga. «Y llevaba dos o tres más en el maletín de la moto», recuerda Francisco.
El vigilante fue atendido en el Hospital Civil, del que acababa de salir. La doctora que lo asistió reflejó en el parte facultativo que la herida tenía unos 15 centímetros de longitud y cinco de profundidad. «Me tuvieron que dar un montón de puntos por fuera, pero más todavía por dentro».
Horas después fue dado de alta en el hospital, aunque ahora está de baja y sufre las secuelas que le ha dejado la herida. «No puedo abrir la boca, tragar ni masticar. Estoy comiendo papilla», confiesa. En el área de maxilofacial intentarán reconstruirle el tejido dañado para que le queden los mínimos daños estéticos de la agresión.
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