Un redactor y un fotógrafo de 'La Verdad' han realizado un recorrido por las mismísimas entrañas de las obras de la nueva refinería y han comprobado cómo trabajan y viven todos los obreros que participan en la construcción de la fábrica. La organización y la seguridad a lo largo y ancho del complejo de sesenta hectáreas (equivalente a 120 campos de fútbol) es la máxima prioridad.
Ataviados con mono azul, chaleco reflectante, botas negras y casco, los cuatro mil obreros parecen todos iguales. Pero no lo son. Les diferencia el color del casco. Si es blanco es un obrero de empresas subcontratadas, si es azul se trata de un agente de seguridad, si lleva una franja morada sobre blanco es del departamento de control, si la franja es azul clara es ingeniero y si es naranja o roja de empresas constructoras. Éste es el código que tienen para conocerse.
La organización de tantos trabajadores no es una tarea fácil. Para ello se requiere que cada movimiento de una máquina o de un obrero esté perfectamente planificado, desde que acceden a la obra hasta que salen. Por ello, la entrada al complejo, por cuestiones de seguridad y organización, se realiza en tres turnos. Desde las siete de la mañana hasta las ocho y diez. Muchos llegan en autobuses, pero la gran mayoría lo hacen en vehículos propios que aparcan en tres parking, con capacidad para más de tres mil coches. El más grande es el ubicado en una colosal explanada frente a la mina La Miguelota.
Tres turnos bien planificados
Cada empleado tienen una tarjeta con código de barras que les identifica. Para acceder a la obra deben pasarla por unos lectores en la zona de control, vigilada permanentemente por agentes de seguridad.
Con la nueva fábrica, que costará más de 3.200 millones de euros, la inversión industrial más importante que se ha realizado nunca en España, Repsol duplicará su capacidad de producción y paliará el déficit de biocarburantes que existe actualmente en el país. Por ello, para montar este complejo petrolero de última generación, la especialización, la formación y preparación de los empleados es una pieza fundamental, de la que se encarga personalmente la empresa.
Cada trabajador, cuando es contratado, debe hacer varios cursos de iniciación para conocer todos los sistemas de seguridad existentes. De media, cada una de ellos realiza cuatro o cinco. Trabajo en las alturas, en recintos confinados o en cestas elevadoras, y soldadura y corte o manejo de una radial son algunos de los cursos que se hacen en las dos aulas de formación ubicadas en Villa Contratista, un gran pueblo construido a base de casetas prefabricadas, contiguo a la zona de obras.
Hasta febrero, técnicos especializados de la propia empresa han impartido más de mil quinientos cursos de formación. «En cada uno de ellos participan entre 25 y 30 alumnos y al terminar consiguen, además de la certificación que les capacita para realizar ese trabajo, una pegatina que obligatoriamente deben llevar en el casco como signo de identificación de que están autorizados para realizarlo», cuenta Juan José Monterroso.
Villa Contratista
En Villa Contratista trabajan a diario más de dos mil personas entre administrativos, técnicos en prevención de riesgos laborales, arquitectos, ingenieros o inspectores. En ella las 330 empresa subcontratistas que participan en el proyecto tienen sus propias instalaciones con oficinas equipadas con un pequeño salón comedor, vestuarios y servicios para los obreros. Por cada trabajador, Repsol monta dos metros cuadrados de este tipo de instalaciones, acondicionadas para la comodidad de los trabajadores.
Actualmente, las obras están al 60% de su ejecución final. Los trabajos de ingeniería están prácticamente acabados y los de construcción al 30%. En pocas semanas comenzarán a unir la veintena de unidades de producción del combustible de la nueva y vieja factoría, que funcionará como una sola refinería.
Según cuenta el jefe de obra, algunas unidades de producción podrían empezar a funcionar a principios del año que viene. «Comenzarían las más simples, las necesarias para que el resto pueda ponerse en marcha. A pleno rendimiento estaremos, si todo va bien, a finales del 2011», asegura.
«Es como si estuvieras en un pequeño pueblo. Aquí tenemos todos los servicios que pedemos imaginar a nuestra disposición», explica la técnico en prevención de la empresa Vías y Construcciones SL, Teresa Galindo, que a diario convive con cientos de trabajadores en Villa Contratista. Su compañero Fernando Ortiz es el jefe de obra de la empresa y lo que más le impresiona es la seguridad y comodidad con la que se trabaja.
Esta es la zona donde se planifica todo el proyecto. Es el pulmón desde el que se gestiona toda la ampliación de Repsol. Aquí también trabaja el jefe de producción de Vías, José Ávila. Dice que ha estado en muchas obras de construcción pero como esta ninguna. «Aquí tenemos hasta transporte público. Aunque está todo muy protocolarizado, ya estamos acostumbrados a estas condiciones de trabajo. Es como hacerlo en un pueblo, pero con todas las comodidades», relata este trabajador.
En esta pequeña ciudad está instalado el hospital que dirige el doctor Pedro Pérez Fernández, auxiliado por la enfermera Virginia Sarabia. Este centro está equipado con quirófano y sala de consultas. «Atendemos de diez a quince personas a diario sobre todo tipo de incidencias. Resfriados, dolores de cabeza o accidentes donde hay roturas de huesos. Cualquier enfermedad», apunta el doctor.
UVI móvil y servicio médico
En esta pequeña ciudad hay dos comedores dirigidos por la empresa de restauración Serunión, en el que trabajan una treintena de empleados, entre jefes de cocina y salón, cocineras y camareros. Tienen capacidad para setecientas personas cada uno y para organizarse hacen tres turnos. Cada día sirven cerca de dos mil comidas. Ambos comedores tiene una zona reservada para los obreros que llevan la comida ya preparada de su casa, en el que tienen microondas, máquinas del agua y café.
Para que todo ello funcione a la perfección, lo más importante es la organización, y de eso sabe, y mucho, la jefa de cocina de la empresa, Victoria Chorro. «Por seis euros y medio ofrecemos una ensalada; tres primeros a elegir entre un guiso, pasta y verduras; un segundo a elegir entre dos tipos de carnes y un pescado, acompañado de guarnición. Para terminar damos el postre, casero o ya preparados, además de agua o refresco», señala Chorro.
Para servir a tantos comensales organizan las comidas con una semana de antelación. «No congelamos nada y casi todo es del día. Así es más complicado, pero al final los trabajadores, te lo agradecen», apunta.
En la villa también se encuentra uno de los departamentos más importantes de toda la obra. El de inspección. Mensualmente se revisan una media de 16.000 herramientas y maquinarias por seis inspectores. Cualquier andamio, plataforma elevadora, escalera mecánica, soldadora, extintores e instalaciones eléctricas debe pasar unos estrictos controles de seguridad.
Seguridad y comodidad
Dos microbuses internos con capacidad para treinta personas recorren el recito de la obra durante todo el día. Existe quince paradas. «Esto es para evitar aglomeraciones y para que los trabajadores no se tengan que trasladar de un lugar a otro a pie. Esto aumenta la seguridad en todo el recinto», apunta la coordinadora central de ingeniería, María Llanos García.
La ciudad del petróleo está pensada por y para el trabajador, porque ellos son los principales artífices de este proyecto que pasará a la historia de Cartagena y la Región, y que servirá de referente en toda España.
Desde lo alto de la gran mole de hormigón y acero de una colosal unidad de producción, a más de ochenta metros de altura, los más de cuatro mil obreros que ya trabajan en las obras de ampliación de la refinería de Repsol en el Valle de Escombreras, parecen diminutas hormigas, laboriosas y muy bien organizadas dentro de una gran ciudad del petróleo. En ella hay restaurantes, un hospital, varios puestos de socorro, áreas de descanso y repostaje, seguridad privada, aulas de formación, parking y hasta microbuses para el transporte urbano. Todo los necesario para la comodidad del trabajador, la principal figura de este complejo entramado de ingeniería y arquitectura de última generación que levanta la refinería más moderna del mundo.
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Ataviados con mono azul, chaleco reflectante, botas negras y casco, los cuatro mil obreros parecen todos iguales. Pero no lo son. Les diferencia el color del casco. Si es blanco es un obrero de empresas subcontratadas, si es azul se trata de un agente de seguridad, si lleva una franja morada sobre blanco es del departamento de control, si la franja es azul clara es ingeniero y si es naranja o roja de empresas constructoras. Éste es el código que tienen para conocerse.
La organización de tantos trabajadores no es una tarea fácil. Para ello se requiere que cada movimiento de una máquina o de un obrero esté perfectamente planificado, desde que acceden a la obra hasta que salen. Por ello, la entrada al complejo, por cuestiones de seguridad y organización, se realiza en tres turnos. Desde las siete de la mañana hasta las ocho y diez. Muchos llegan en autobuses, pero la gran mayoría lo hacen en vehículos propios que aparcan en tres parking, con capacidad para más de tres mil coches. El más grande es el ubicado en una colosal explanada frente a la mina La Miguelota.
Tres turnos bien planificados
Cada empleado tienen una tarjeta con código de barras que les identifica. Para acceder a la obra deben pasarla por unos lectores en la zona de control, vigilada permanentemente por agentes de seguridad.
Con la nueva fábrica, que costará más de 3.200 millones de euros, la inversión industrial más importante que se ha realizado nunca en España, Repsol duplicará su capacidad de producción y paliará el déficit de biocarburantes que existe actualmente en el país. Por ello, para montar este complejo petrolero de última generación, la especialización, la formación y preparación de los empleados es una pieza fundamental, de la que se encarga personalmente la empresa.
Cada trabajador, cuando es contratado, debe hacer varios cursos de iniciación para conocer todos los sistemas de seguridad existentes. De media, cada una de ellos realiza cuatro o cinco. Trabajo en las alturas, en recintos confinados o en cestas elevadoras, y soldadura y corte o manejo de una radial son algunos de los cursos que se hacen en las dos aulas de formación ubicadas en Villa Contratista, un gran pueblo construido a base de casetas prefabricadas, contiguo a la zona de obras.
Hasta febrero, técnicos especializados de la propia empresa han impartido más de mil quinientos cursos de formación. «En cada uno de ellos participan entre 25 y 30 alumnos y al terminar consiguen, además de la certificación que les capacita para realizar ese trabajo, una pegatina que obligatoriamente deben llevar en el casco como signo de identificación de que están autorizados para realizarlo», cuenta Juan José Monterroso.
Villa Contratista
En Villa Contratista trabajan a diario más de dos mil personas entre administrativos, técnicos en prevención de riesgos laborales, arquitectos, ingenieros o inspectores. En ella las 330 empresa subcontratistas que participan en el proyecto tienen sus propias instalaciones con oficinas equipadas con un pequeño salón comedor, vestuarios y servicios para los obreros. Por cada trabajador, Repsol monta dos metros cuadrados de este tipo de instalaciones, acondicionadas para la comodidad de los trabajadores.
Actualmente, las obras están al 60% de su ejecución final. Los trabajos de ingeniería están prácticamente acabados y los de construcción al 30%. En pocas semanas comenzarán a unir la veintena de unidades de producción del combustible de la nueva y vieja factoría, que funcionará como una sola refinería.
Según cuenta el jefe de obra, algunas unidades de producción podrían empezar a funcionar a principios del año que viene. «Comenzarían las más simples, las necesarias para que el resto pueda ponerse en marcha. A pleno rendimiento estaremos, si todo va bien, a finales del 2011», asegura.
«Es como si estuvieras en un pequeño pueblo. Aquí tenemos todos los servicios que pedemos imaginar a nuestra disposición», explica la técnico en prevención de la empresa Vías y Construcciones SL, Teresa Galindo, que a diario convive con cientos de trabajadores en Villa Contratista. Su compañero Fernando Ortiz es el jefe de obra de la empresa y lo que más le impresiona es la seguridad y comodidad con la que se trabaja.
Esta es la zona donde se planifica todo el proyecto. Es el pulmón desde el que se gestiona toda la ampliación de Repsol. Aquí también trabaja el jefe de producción de Vías, José Ávila. Dice que ha estado en muchas obras de construcción pero como esta ninguna. «Aquí tenemos hasta transporte público. Aunque está todo muy protocolarizado, ya estamos acostumbrados a estas condiciones de trabajo. Es como hacerlo en un pueblo, pero con todas las comodidades», relata este trabajador.
En esta pequeña ciudad está instalado el hospital que dirige el doctor Pedro Pérez Fernández, auxiliado por la enfermera Virginia Sarabia. Este centro está equipado con quirófano y sala de consultas. «Atendemos de diez a quince personas a diario sobre todo tipo de incidencias. Resfriados, dolores de cabeza o accidentes donde hay roturas de huesos. Cualquier enfermedad», apunta el doctor.
UVI móvil y servicio médico
En esta pequeña ciudad hay dos comedores dirigidos por la empresa de restauración Serunión, en el que trabajan una treintena de empleados, entre jefes de cocina y salón, cocineras y camareros. Tienen capacidad para setecientas personas cada uno y para organizarse hacen tres turnos. Cada día sirven cerca de dos mil comidas. Ambos comedores tiene una zona reservada para los obreros que llevan la comida ya preparada de su casa, en el que tienen microondas, máquinas del agua y café.
Para que todo ello funcione a la perfección, lo más importante es la organización, y de eso sabe, y mucho, la jefa de cocina de la empresa, Victoria Chorro. «Por seis euros y medio ofrecemos una ensalada; tres primeros a elegir entre un guiso, pasta y verduras; un segundo a elegir entre dos tipos de carnes y un pescado, acompañado de guarnición. Para terminar damos el postre, casero o ya preparados, además de agua o refresco», señala Chorro.
Para servir a tantos comensales organizan las comidas con una semana de antelación. «No congelamos nada y casi todo es del día. Así es más complicado, pero al final los trabajadores, te lo agradecen», apunta.
En la villa también se encuentra uno de los departamentos más importantes de toda la obra. El de inspección. Mensualmente se revisan una media de 16.000 herramientas y maquinarias por seis inspectores. Cualquier andamio, plataforma elevadora, escalera mecánica, soldadora, extintores e instalaciones eléctricas debe pasar unos estrictos controles de seguridad.
Seguridad y comodidad
Dos microbuses internos con capacidad para treinta personas recorren el recito de la obra durante todo el día. Existe quince paradas. «Esto es para evitar aglomeraciones y para que los trabajadores no se tengan que trasladar de un lugar a otro a pie. Esto aumenta la seguridad en todo el recinto», apunta la coordinadora central de ingeniería, María Llanos García.
La ciudad del petróleo está pensada por y para el trabajador, porque ellos son los principales artífices de este proyecto que pasará a la historia de Cartagena y la Región, y que servirá de referente en toda España.
Desde lo alto de la gran mole de hormigón y acero de una colosal unidad de producción, a más de ochenta metros de altura, los más de cuatro mil obreros que ya trabajan en las obras de ampliación de la refinería de Repsol en el Valle de Escombreras, parecen diminutas hormigas, laboriosas y muy bien organizadas dentro de una gran ciudad del petróleo. En ella hay restaurantes, un hospital, varios puestos de socorro, áreas de descanso y repostaje, seguridad privada, aulas de formación, parking y hasta microbuses para el transporte urbano. Todo los necesario para la comodidad del trabajador, la principal figura de este complejo entramado de ingeniería y arquitectura de última generación que levanta la refinería más moderna del mundo.
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