Hace ya más de un lustro, el cenicero de los locales de una marca de comida rápida se erigió en aliado de excepción del amigo de lo ajeno. Fabricado en aluminio, su grosor y moldeabilidad eran ideales para afanar, bien envueltos, productos de las tiendas. Sin pagar y, sobre todo, sin que se disparasen las alarmas. Aquel descubrimiento ha evolucionado hasta convertirse, especialmente con el advenimiento de la crisis, en herramienta habitual del hurto en comercios. Ahora este lucrativo material se aprovecha para revestir el interior de bolsos que se transforman en coquetos y disimulados bunkers impenetrables a la detección de los sistemas de seguridad.
En Vizcaya se han puesto de moda. Sin ir más lejos, la Ertzaintza detenía el 20 de mayo a tres jóvenes en Bilbao que intentaban hacer el día con ellos. En varios negocios sustrajeron trece bolsas con prendas. La mayoría todavía tenían puestas las alarmas sin que nadie se hubiese percatado de su desaparición. Aunque la mejor prueba del auge de esta práctica se aprecia en grandes superficies como Megapark. El director de operaciones del complejo, Manuel Andrés, reconoce que en apenas un año se ha pasado de detectar un bolso al mes a «cazar al menos dos a la semana, sin contar los que descubren las propias tiendas y de los que no nos informan».
En su despacho tiene de todos los tipos. Desde el más burdo, «donde se limitan al papel 'albal'», a trabajos de especialistas. «Meten dentro de los forros planchas de aluminio que hacen de pantalla y los vuelven a coser», explica. Otros «rizan el rizo» al preparar bolsos con la marca de la tienda donde van a robar. Para no despertar la mínima sospecha.
Los comercios ya conocen la jugada e intentan ponerle freno. Hay detectores especiales capaces de descubrirlos. Alertan de bolsas «con una gran carga metálica». «A nadie se le puede acusar de robar por llevarlas, pero permite seguirles la pista», subraya Manuel Andrés.
Inhibidores de sistemas
El aluminio, sin embargo, está lejos de ser el único sistema en boga. «Algunos ladrones están muy preparados», reconoce Mariano Tudela, director general en el sur de Europa de Checkpoint, la principal suministradora de sistemas de seguridad a los establecimientos españoles.
Hay inhibidores para desactivar las alarmas. «Descubren el nivel de radiofrecuencia», enfatiza. También son muy recurridos unos potentes imanes, «que anulan los sistemas». E incluso se estudian los cambios de hora de los vigilantes o los arcos de detección que no funcionan.
Por último, están los recursos «propios». «El arma más bestia que tiene un ladrón es el cuerpo», ilustra Tudela. La gente llega a guardarse «hasta salchichones» entre la ropa. Y cada producto tiene su ubicación concreta. «Los envasados se amoldan muy bien al abdomen, las latas de conserva en los bolsillos y las botellas, de forma oblicua junto a la ingle», enumera.
El perfil del artista del menudeo es muy variado. «Ya no hay una edad o una apariencia concretas». Está el ladrón «ocasional», que puede ser desde el aparatoso toxicómano a, cada vez con más frecuencia, «jóvenes sin recursos que no tienen dinero para comprar algo y que, simplemente, se arriesgan a robarlo».
Sin embargo, también se ha pillado a «apacibles amas de casa, ancianas e incluso a elegantes hombres de traje y corbata». Por último, en la lista figuran los que trabajan por encargo, «o los que se hacen la ruta de los comercios y que, por ejemplo, viven en Asturias y se dedican a robar en centros comerciales de toda la cornisa cantábrica».
Menos de 400 euros
Salvo los primeros, el resto cumple a rajatabla una de las grandes premisas del hurto: no sustraer nada que supere los 400 euros. «Es la línea que delimita la falta del delito», argumenta el director de operaciones de Megapark. La razón: la primera se salda con una multa que se incrementa, como mucho, con el abono del valor del producto si éste ha sido deteriorado. La segunda, sin embargo, implica pena de prisión.
Lo que si contempla la Ley es que, a las tres faltas, la acción pasa a convertirse en delito, «y entonces sí que puede meterse a alguien en la cárcel». Esta opción, sin embargo, pocas veces se lleva a efecto porque, según lamenta Manuel Andrés, un gran número de juzgados «no guarda un fichero actualizado de las faltas por hurtos, con lo que muchos se van de rositas».
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