El centro de Málaga es el escenario diario de unos 12 hurtos. Claveleras, piqueros o descuideros son los protagonistas de estas faltas o delitos que tienen por objetivo tanto a ciudadanos como a turistas y a comercios que ven cómo su cuenta de resultados mengua considerablemente. La Asociación de Comerciantes del Centro Histórico no tiene estadísticas de pérdidas por estos hechos, pero sí denuncia las amenazas que sufren cuando sorprenden a uno de estos ladrones. La situación se agrava en Navidad porque sus aglomeraciones se convierten en las tablas en las que estos delincuentes exhiben la agilidad de sus dedos.
T. M., un agente de la Comisaría Centro con nueve años de experiencia en este tipo de delitos, nos acompaña por las principales calles comerciales de esta zona y, mientras relata los distintos tipos de hurtos que se están realizando, muestra las pocas medidas que se adoptan para prevenirlos.
En el centro de la capital operan tres tipos de hurtadores cuyas víctimas son los ciudadanos: las claveleras, los ladrones de jubilados y el tradicional carterista. Las primeras son un clásico. Raro es una persona que no haya sido abordada por ellas en la Plaza de la Marina o el entorno de la Catedral. Suelen ir en grupos de tres y habitualmente son familiares, "hermanas o cuñadas y madres e hijas". "Las claveleras suelen actuar cuando llega un crucero al Puerto. Son avisadas de antemano por algún familiar que trabaja en el recinto portuario o por cualquier otro empleado que colabora con ellas. Una suele vigilar mientras otra le pone el ramo de flores en la cara a la víctima y con dos dedos que deja libre le saca el dinero", relata el agente.
"Prácticamente el cien por cien de este tipo de hurtadoras están identificadas porque tienen que tener un contacto visual directo con la víctima", señala el agente, que recuerda un caso ocurrido el año pasado en el que "robaron a una mujer 50.000 euros que minutos antes había cobrado por la venta de una propiedad, aunque especifica que los botines de los golpes habituales no son tan cuantiosos.
El segundo tipo de hurtadores son los más censurados por el policía porque las víctimas son ancianos de avanzada edad y su objetivos son sus pensiones. "Este es un tipo de hurto procedente de Suramérica. Sus protagonistas también son mujeres que suelen actuar en grupo y su entorno son las sucursales bancarias. Una de ellas vigila y marca a la posible víctima y otra persona es la que comete el robo", manifiesta T. M., que apunta que "si en la calle no lo ven claro, llegan a seguir al anciano hasta su vivienda y lo abordan dentro del ascensor".
Este tipo de robos, además de que están aumentando, tienen dobles consecuencias, pues el botín suele ser la totalidad del presupuesto mensual con el que el anciano tiene que pagar su alimentación y otros gastos domésticos. Por este motivo, el agente ofrece unos sencillos consejos para dificultar su trabajo a estas delincuentes, como vigilar a las personas que nos acompañan en la cola del banco, no extraer toda la paga, refugiarse en algún establecimiento si sienten que les siguen o acudir a la sucursal acompañado por alguien más joven.
El carterista tradicional es una figura en extinción, aunque aún quedan algún que otro elemento. "El pajarito tiene cerca de 80 años y siempre va impecablemente vestido. Es un auténtico artista robando carteras".
Las cifras policiales evidencian que en la zona centro se ha registrado durante 2008 una media diaria de 12 hurtos, un dato que mejora el del año anterior, que fue de 12,6. Esta reducción ha ido acompañada de un aumento de las detenciones.
El otro gran coto de caza de los hurtadores son los comercios. La Asociación de Comerciantes del Centro Histórico es conocedora de la situación. Su presidente, Rafael Prado, señala que existe una preocupación en el sector y que iban a transmitirla a la Policía Nacional, pues "los comerciantes han llegado a recibir amenazas cuando han sorprendido a alguien robando".
Prado manifestó que no disponen de cifras de las pérdidas que sufren con este tipo de robos, pero un estudio realizado por la consultora británica Centre for Retail Research (CRR) señala que en los comercios de Europa ascienden a 4.821 millones de euros durante las últimas seis semanas del año, convirtiendo a la Navidad en la época en la que se concentran más estos delitos -se incrementan entre un cuatro y nueve por ciento-.
Los continuos hurtos han llevado a los responsables de algunos negocios a aumentar las medidas de seguridad. El responsable de una lujosa joyería del centro, al que le robaron dos relojes de incalculable valor, señala que "además de las cámaras y el inventario diario estamos obligados a cerciorarnos varias veces de que las vitrinas están debidamente cerradas y extremamos la vigilancia de los sospechosos". Al lado de este comercio, otro ha optado por contratar los servicios de un vigilante.
Los productos de estos negocios no son únicamente el objetivo de los hurtadores. T. M. demuestra con ejemplos cómo la mayoría de los ciudadanos se relajan y no adoptan unas mínimas medidas de precaución. En la cola de la caja de un establecimiento observamos a una mujer con un bolso hacia atrás, el agente se identifica y, tras pedir su colaboración, le sisa el monedero. Junto a ella, una joven madre lleva una bolsa con compras en los bajos del carrito del bebé y al alcance de cualquiera.
En una zapatería de calle Nueva, una clienta se prueba unas botas sin tener a la vista el bolso y otras bolsas.
La misma vía es el escenario en el que se observa cómo una tienda de bisutería tiene sus expositores al alcance de cualquier viandante y las alhajas no tienen ningún sistema de protección. "Antes estaban sujetas, pero mi jefe las quitó", afirma una empleada.
Posteriormente nos desplazamos a una cafetería. Un grupo de turistas venezolanos conversa. Una de los tertulianas ha dejado su bolso en una silla. Charla despreocupada y le da la espalda a sus pertenencias. El agente pasa a su lado y se las lleva sin que se percaten. Cuando se las devuelve, los visitantes se sorprenden y reconocen que "aquí hemos hecho lo que jamás se nos hubiese pasado por la cabeza en Venezuela".
Esta relajación es la que intenta corregir el agente, que señala que "los hurtos al descuido en el centro disminuirían un 85 por ciento si el ciudadano tuviese sólo un poco de cuidado
T. M., un agente de la Comisaría Centro con nueve años de experiencia en este tipo de delitos, nos acompaña por las principales calles comerciales de esta zona y, mientras relata los distintos tipos de hurtos que se están realizando, muestra las pocas medidas que se adoptan para prevenirlos.
En el centro de la capital operan tres tipos de hurtadores cuyas víctimas son los ciudadanos: las claveleras, los ladrones de jubilados y el tradicional carterista. Las primeras son un clásico. Raro es una persona que no haya sido abordada por ellas en la Plaza de la Marina o el entorno de la Catedral. Suelen ir en grupos de tres y habitualmente son familiares, "hermanas o cuñadas y madres e hijas". "Las claveleras suelen actuar cuando llega un crucero al Puerto. Son avisadas de antemano por algún familiar que trabaja en el recinto portuario o por cualquier otro empleado que colabora con ellas. Una suele vigilar mientras otra le pone el ramo de flores en la cara a la víctima y con dos dedos que deja libre le saca el dinero", relata el agente.
"Prácticamente el cien por cien de este tipo de hurtadoras están identificadas porque tienen que tener un contacto visual directo con la víctima", señala el agente, que recuerda un caso ocurrido el año pasado en el que "robaron a una mujer 50.000 euros que minutos antes había cobrado por la venta de una propiedad, aunque especifica que los botines de los golpes habituales no son tan cuantiosos.
El segundo tipo de hurtadores son los más censurados por el policía porque las víctimas son ancianos de avanzada edad y su objetivos son sus pensiones. "Este es un tipo de hurto procedente de Suramérica. Sus protagonistas también son mujeres que suelen actuar en grupo y su entorno son las sucursales bancarias. Una de ellas vigila y marca a la posible víctima y otra persona es la que comete el robo", manifiesta T. M., que apunta que "si en la calle no lo ven claro, llegan a seguir al anciano hasta su vivienda y lo abordan dentro del ascensor".
Este tipo de robos, además de que están aumentando, tienen dobles consecuencias, pues el botín suele ser la totalidad del presupuesto mensual con el que el anciano tiene que pagar su alimentación y otros gastos domésticos. Por este motivo, el agente ofrece unos sencillos consejos para dificultar su trabajo a estas delincuentes, como vigilar a las personas que nos acompañan en la cola del banco, no extraer toda la paga, refugiarse en algún establecimiento si sienten que les siguen o acudir a la sucursal acompañado por alguien más joven.
El carterista tradicional es una figura en extinción, aunque aún quedan algún que otro elemento. "El pajarito tiene cerca de 80 años y siempre va impecablemente vestido. Es un auténtico artista robando carteras".
Las cifras policiales evidencian que en la zona centro se ha registrado durante 2008 una media diaria de 12 hurtos, un dato que mejora el del año anterior, que fue de 12,6. Esta reducción ha ido acompañada de un aumento de las detenciones.
El otro gran coto de caza de los hurtadores son los comercios. La Asociación de Comerciantes del Centro Histórico es conocedora de la situación. Su presidente, Rafael Prado, señala que existe una preocupación en el sector y que iban a transmitirla a la Policía Nacional, pues "los comerciantes han llegado a recibir amenazas cuando han sorprendido a alguien robando".
Prado manifestó que no disponen de cifras de las pérdidas que sufren con este tipo de robos, pero un estudio realizado por la consultora británica Centre for Retail Research (CRR) señala que en los comercios de Europa ascienden a 4.821 millones de euros durante las últimas seis semanas del año, convirtiendo a la Navidad en la época en la que se concentran más estos delitos -se incrementan entre un cuatro y nueve por ciento-.
Los continuos hurtos han llevado a los responsables de algunos negocios a aumentar las medidas de seguridad. El responsable de una lujosa joyería del centro, al que le robaron dos relojes de incalculable valor, señala que "además de las cámaras y el inventario diario estamos obligados a cerciorarnos varias veces de que las vitrinas están debidamente cerradas y extremamos la vigilancia de los sospechosos". Al lado de este comercio, otro ha optado por contratar los servicios de un vigilante.
Los productos de estos negocios no son únicamente el objetivo de los hurtadores. T. M. demuestra con ejemplos cómo la mayoría de los ciudadanos se relajan y no adoptan unas mínimas medidas de precaución. En la cola de la caja de un establecimiento observamos a una mujer con un bolso hacia atrás, el agente se identifica y, tras pedir su colaboración, le sisa el monedero. Junto a ella, una joven madre lleva una bolsa con compras en los bajos del carrito del bebé y al alcance de cualquiera.
En una zapatería de calle Nueva, una clienta se prueba unas botas sin tener a la vista el bolso y otras bolsas.
La misma vía es el escenario en el que se observa cómo una tienda de bisutería tiene sus expositores al alcance de cualquier viandante y las alhajas no tienen ningún sistema de protección. "Antes estaban sujetas, pero mi jefe las quitó", afirma una empleada.
Posteriormente nos desplazamos a una cafetería. Un grupo de turistas venezolanos conversa. Una de los tertulianas ha dejado su bolso en una silla. Charla despreocupada y le da la espalda a sus pertenencias. El agente pasa a su lado y se las lleva sin que se percaten. Cuando se las devuelve, los visitantes se sorprenden y reconocen que "aquí hemos hecho lo que jamás se nos hubiese pasado por la cabeza en Venezuela".
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