La Guardia Civil de Barajas trabaja en garitas sin medidas de seguridad

La lógica dice que, después de la salvajada, lo normal hubiese sido blindar de manera adecuada las distintas entradas al lugar por las que se pudiese volver a intentar algo parecido, extremar las precauciones en un complejo que ya se ha demostrado que es objetivo y en el que la repercusión mediática de cualquier acción es enorme. No parece que haya sido así, al menos en lo que respecta a la Guardia Civil. Las garitas donde trabajan los efectivos del cuerpo dedicados a tarea Fiscal y de Seguridad carecen a día de hoy, según denuncia la Asociación Unificada de la Guardia Civil, de las mínimas condiciones de prevención necesarias para que los agentes desempeñen su labor con tranquilidad.

Un simple vistazo permite comprobar que un ataque contra el puesto de control sería tan sencillo como letal. Se trata de un nuevo control de vehículos y trabajadores que se llama «acceso modular», y lo componen tres «casetas», una especie de garitas grandes donde está almacenado algún material de oficina y los detectores de metales y scanners de rayos x con los que se controla el paso de bultos y personas del exterior del aeropuerto a la zona de pistas y la plataforma de aviones.

Son estos agentes quienes aseguran que nadie o nada extraño entre en el recinto. Sin embargo, sus habitáculos están a escasísimos metros de un parking no controlado, un espacio al que puede acceder quien quiera y como quiera; de él los separa apenas una valla de reja de alambre. Las ventanas de las casetas carecen, además, de cualquier blindaje o protección especial. Así, se encuentran literalmente «a tiro» ante cualquier agresión de caracter terrorista, lo cual, denuncian, provoca un inevitable estrés entre aquellos que trabajan en el lugar. No es ni de lejos el único puesto de la Guardia Civil en la Comunidad de Madrid con una seguridad deficiente y sin cámaras de control. Abundan, pero el caso del aeropuerto de Barajas es un ejemplo tan evidente como fácil de subsanar.

Ruedas pinchadas

Esa inquietante cercanía a la zona «no controlada», tal y como están las cosas, no es sin embargo la única penuria por la que tienen que pasar los guardias civiles que trabajan en el lugar. Por ejemplo, se ven obligados a dejar cada día sus vehículos en una zona muy lejana a la de su trabajo, en un parking desde el que tienen que hacer un viaje de varios kilómetros en un autobús que les facilita AENA. Sus coches quedan estacionados en un espacio en el que se mezclan, pues, los coches de los civiles que trabajan en el aeropuerto con los de los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Una situación anómala cuyo resultado es desastroso según declaran los afectados, aunque en un principio se piense que no tendría por que ser así. Hay varias quejas formales de miembros de la Benemérita que, tras su tensa jornada en garitas no protegidas llegan de vuelta al aparcamiento para encontrar que alguien ha rayado su coche o le ha pinchado una rueda o, peor aún para el stress general, le ha dejado una nota amenazante prendida en el parabrisas.

Y lo peor está por llegar. La incorporación de cien nuevos guardias, que en sí es una buena noticia, ya que nunca sobran efectivos, puede colapsar definitivamente la situación en el aeropuerto a menos que se habilite una solución, ya que no existen en las dependencias del Instituto Armado ni taquillas ni vestuario para afrontar las necesidades básicas de estos agentes.