El 'mal' se combate con el mal. La directiva de la vergüenza
Zapatero ha afirmado enfáticamente que “la directiva es un avance”. Todo ello parece conllevar la siguiente práctica: el `mal´ (porque, así las cosas, el hecho migratorio es visto como un mal) se combate con el mal.
27-06-2008 - Las cosas no cuadran. Por un lado el apoyo de los gobernantes de Occidente a reyes y reyezuelos, tiranos y tiranuelos de no sé cuantos países que sumen en la miseria más absoluta a sus pueblos; de otro lado, la directiva de la vergüenza contra los emigrantes que huyen de aquellas latitudes. No cuadran las cosas. Se apoya a tales regímenes por intereses geoestratégicos, pero los mandamases de Occidente no aceptan las consecuencias de dicho apoyo: el éxodo de masas de quines han visto cómo los recursos son esquilmados por las castas corruptas que les gobiernan. O una u otra, pero ambas cosas a la vez hace que el teorema no cuadre. Especialmente en el mundo de la globalización.
En esas condiciones el laberinto no tiene salida. Así pues, los votos contrarios de los eurodiputados a la directiva de la vergüenza es, por supuesto, un acto de coraje moral, pero también el aviso fuerte de que por ahí no hay salida, de que el teorema no cuadra. ¿En qué estará pensando la izquierda putativa?
Y por decir algo, entiendo el voto de los eurodiputados del Partito democratico europeo; ya saben, Walter Veltroni et alia, quienes se han abstenido. Lo entiendo porque, al decir de Veltroni, “no son de derechas ni de izquierdas”. Pero, ¿qué decir de los eurodiputados y, por supuesto, eurodiputadas de la izquierda putativa española? De momento he apuntado en mi libretilla el comportamiento de cada cual. Y de cada cuala.
Hemos oído, por cierto, que algunos eurodiputados han afirmado que “es mejor una directiva de estas características que ninguna”. En mi opinión se trata de un mecanismo mental artificioso, que llevaría a justificar el estropicio justificando el voto afirmativo a la directiva de la vergüenza, y una vez metabolizada dicha justificación se entraría en la rutina cotidiana que acabaría hablando la mar de bien de la mencionada directiva. Sin ir más lejos, Zapatero ha afirmado enfáticamente que “la directiva es un avance”. Todo ello parece conllevar la siguiente práctica: el `mal´ (porque, así las cosas, el hecho migratorio es visto como un mal) se combate con el mal. En resumidas cuentas, la apoteosis de la indistinción entre la izquierda putativa y las derechas.
Puestos en esa tesitura, no me extrañaría que algunos eurodiputados de piel excesivamente versátil acabaran diciéndole a su cofrade: “Hay que observar, candidísimo Sócrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto… y esto lo conocerás con la máxima facilidad si te pones en la injusticia extrema que es la que hace más feliz al injusto y más desdichados a los que padecen la injusticia y no quieren cometerla”. Según advirtió Trasímaco a Sócrates en La República, tal como lo dejó sentado Platón, aunque yo me inclino –desde la indocumentación del hermeneuta chusquero-- por la siguiente interpretación: no era a Sócrates a quien se dirigía Trasímaco sino a Raimon Obiols. Porque, según tengo entendido, Obiols tiene esta peregrina idea: la justicia antes que el poder. Seguramente lo aprendió de gente tan seria y formal como los `fabianos´ que ya dejaron claro que el partido se había acomodado al abrazo del oso (de las derechas); un abrazo interesado donde los haya.
Dígase con claridad: la directiva de la vergüenza no resolverá gran cosa. De entrada, si se lleva a cabo desviará un enorme potencial de dineros públicos con un coste doble: el gasto en sí y el coste de oportunidad, es decir: mientras se transfieren esos recursos a la vigilancia enclaustrada de los emigrantes, no se destinan dichos fondos a otros menesteres. Pero, además y esencialmente, ¿alguien piensa que con esas políticas tradicionales, propias de tiempos pretéritos (de cuando el Estado nacional era el auténtico `soberano´), se pueden enfocar las grandes cuestiones de una época globalizadora y globalizante? Lo que nos viene a mostrar, de manera desnudamente descubierta, que el modelo político que tienen en la cabeza, también la izquierda putativa, los dirigentes está definitivamente agotado. Porque no entienden que la cesura histórica que representa la globalización lo ha cambiado todo.
Bien, ¿en qué quedamos? ¿Son iguales las izquierdas que las derechas? Ni hablar del peluquín. En todo caso serán tendencialmente iguales aquellos eurodiputados de la izquierda putativa que se van de excusión hacia el hemisferio de estribor. Por lo que se ve es una excusión gratificante por las veces en que se reincide en justificar que el mal se combate con el mal.
Ahora bien, quien todavía albergue dudas acerca de la indiferenciación entre izquierdas y derechas hará bien en leer un librito de un anciano que nos dejó a principios de año, Norberto Bobbio: “Derecha e izquierda”, se llama. Quiero aclarar que Bobbio no fue un peligroso militante de Comisiones Obreras o de UGT. Era un socialista liberal, un jurista recto y cabal. Eso sí, también este turinés tenía algunas ideas peregrinas. Por ejemplo, en cierta ocasión escribió que “sin reconocimiento y protección de los derechos humanos no hay democracia”. Quien quiera comprobarlo, sólo tiene que acudir a su famoso libro “La edad de los derechos”.
José Luis López Bulla
Zapatero ha afirmado enfáticamente que “la directiva es un avance”. Todo ello parece conllevar la siguiente práctica: el `mal´ (porque, así las cosas, el hecho migratorio es visto como un mal) se combate con el mal.
27-06-2008 - Las cosas no cuadran. Por un lado el apoyo de los gobernantes de Occidente a reyes y reyezuelos, tiranos y tiranuelos de no sé cuantos países que sumen en la miseria más absoluta a sus pueblos; de otro lado, la directiva de la vergüenza contra los emigrantes que huyen de aquellas latitudes. No cuadran las cosas. Se apoya a tales regímenes por intereses geoestratégicos, pero los mandamases de Occidente no aceptan las consecuencias de dicho apoyo: el éxodo de masas de quines han visto cómo los recursos son esquilmados por las castas corruptas que les gobiernan. O una u otra, pero ambas cosas a la vez hace que el teorema no cuadre. Especialmente en el mundo de la globalización.
En esas condiciones el laberinto no tiene salida. Así pues, los votos contrarios de los eurodiputados a la directiva de la vergüenza es, por supuesto, un acto de coraje moral, pero también el aviso fuerte de que por ahí no hay salida, de que el teorema no cuadra. ¿En qué estará pensando la izquierda putativa?
Y por decir algo, entiendo el voto de los eurodiputados del Partito democratico europeo; ya saben, Walter Veltroni et alia, quienes se han abstenido. Lo entiendo porque, al decir de Veltroni, “no son de derechas ni de izquierdas”. Pero, ¿qué decir de los eurodiputados y, por supuesto, eurodiputadas de la izquierda putativa española? De momento he apuntado en mi libretilla el comportamiento de cada cual. Y de cada cuala.
Hemos oído, por cierto, que algunos eurodiputados han afirmado que “es mejor una directiva de estas características que ninguna”. En mi opinión se trata de un mecanismo mental artificioso, que llevaría a justificar el estropicio justificando el voto afirmativo a la directiva de la vergüenza, y una vez metabolizada dicha justificación se entraría en la rutina cotidiana que acabaría hablando la mar de bien de la mencionada directiva. Sin ir más lejos, Zapatero ha afirmado enfáticamente que “la directiva es un avance”. Todo ello parece conllevar la siguiente práctica: el `mal´ (porque, así las cosas, el hecho migratorio es visto como un mal) se combate con el mal. En resumidas cuentas, la apoteosis de la indistinción entre la izquierda putativa y las derechas.
Puestos en esa tesitura, no me extrañaría que algunos eurodiputados de piel excesivamente versátil acabaran diciéndole a su cofrade: “Hay que observar, candidísimo Sócrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto… y esto lo conocerás con la máxima facilidad si te pones en la injusticia extrema que es la que hace más feliz al injusto y más desdichados a los que padecen la injusticia y no quieren cometerla”. Según advirtió Trasímaco a Sócrates en La República, tal como lo dejó sentado Platón, aunque yo me inclino –desde la indocumentación del hermeneuta chusquero-- por la siguiente interpretación: no era a Sócrates a quien se dirigía Trasímaco sino a Raimon Obiols. Porque, según tengo entendido, Obiols tiene esta peregrina idea: la justicia antes que el poder. Seguramente lo aprendió de gente tan seria y formal como los `fabianos´ que ya dejaron claro que el partido se había acomodado al abrazo del oso (de las derechas); un abrazo interesado donde los haya.
Dígase con claridad: la directiva de la vergüenza no resolverá gran cosa. De entrada, si se lleva a cabo desviará un enorme potencial de dineros públicos con un coste doble: el gasto en sí y el coste de oportunidad, es decir: mientras se transfieren esos recursos a la vigilancia enclaustrada de los emigrantes, no se destinan dichos fondos a otros menesteres. Pero, además y esencialmente, ¿alguien piensa que con esas políticas tradicionales, propias de tiempos pretéritos (de cuando el Estado nacional era el auténtico `soberano´), se pueden enfocar las grandes cuestiones de una época globalizadora y globalizante? Lo que nos viene a mostrar, de manera desnudamente descubierta, que el modelo político que tienen en la cabeza, también la izquierda putativa, los dirigentes está definitivamente agotado. Porque no entienden que la cesura histórica que representa la globalización lo ha cambiado todo.
Bien, ¿en qué quedamos? ¿Son iguales las izquierdas que las derechas? Ni hablar del peluquín. En todo caso serán tendencialmente iguales aquellos eurodiputados de la izquierda putativa que se van de excusión hacia el hemisferio de estribor. Por lo que se ve es una excusión gratificante por las veces en que se reincide en justificar que el mal se combate con el mal.
Ahora bien, quien todavía albergue dudas acerca de la indiferenciación entre izquierdas y derechas hará bien en leer un librito de un anciano que nos dejó a principios de año, Norberto Bobbio: “Derecha e izquierda”, se llama. Quiero aclarar que Bobbio no fue un peligroso militante de Comisiones Obreras o de UGT. Era un socialista liberal, un jurista recto y cabal. Eso sí, también este turinés tenía algunas ideas peregrinas. Por ejemplo, en cierta ocasión escribió que “sin reconocimiento y protección de los derechos humanos no hay democracia”. Quien quiera comprobarlo, sólo tiene que acudir a su famoso libro “La edad de los derechos”.
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