Sílvia Tarragona
Sílvia Tarragona es esta exuberante mujer que tienen en la foto. Es locutora de radio desde hace mucho. La recordarán, seguramente, por Sota la palmera o más tarde por hacerse cargo del exitoso La nit dels ignorants, en Catalunya Ràdio (eran otros tiempos). Ahora presenta y dirige Afectos en la noche junto a Jordi Tuñón, del que tenemos que hablar un día de éstos.
Tarragona tiene un estilo inconfundible. No es sólo su voz, que -por una vez, y sin que sirva de precedente- podemos llamar aterciopelada. Son también sus complementos. Digamos que ya en Catalunya Ràdio los oyentes la escuchábamos acompañada siempre de un suave tintineo. Una especie de ruidito como el que ponen en la televisión cuando el protagonista recuerda algo. Luego, en Radio 4, donde también estuvo algunos años, seguíamos oyendo ese ruidito. Y lo oyen ahora todos los camioneros, vigilantes de seguridad, trabajadores de la limpieza, insomnes, médicos de guardia y padres de criaturas lloronas, cuando la escuchan cada madrugada. Ese ruido, les tengo que informar, son sus pulseras. Tarragona no se las quita para hacer el programa y si ahora lo hiciese los camioneros, vigilantes de seguridad, trabajadores de la limpieza, insomnes, médicos de guardia y padres de criaturas lloronas sentirían que les han quitado algo esencial. "¿Qué nos pasa?", dirían. "¿Qué ha cambiado?".
Verán, cuando Tarragona fue fichada por los de Radio Nacional, el jefe de técnicos de Barcelona quiso hablar con ella y la citó en un café. Le dijo que se quitara las pulseras, porque hacían ruido. Tarragona le soltó algún improperio con la voz aterciopelada, pero en lugar de enfadarse, el jefe de los técnicos se enamoró de ella. Lo supe el otro día cuando los dos me lo contaron tras una copita de cava que les puso -ellos son así- alegres. Mientras yo escuchaba, ellos se abanicaban con los pies descalzos encima de la mesa baja, delicadamente. Pensé que eso que estaba viendo era un programa de tele que tendría más share que el de los matrimonios de José Luis Moreno. No es una broma.
Tarragona hace algo que no es habitual: explica, con mucha comicidad y a la vez seriedad, que antes estaba muy gorda y que ahora, a dieta permanente (una dieta un poco sui géneris, todo hay que decirlo) es una mujer nueva. Quiero decir que habla de sus kilos con alegría, mucho humor y sin conmiseración. Escribió un libro sobre ello, pero, lo digo por experiencia. Lo mejor es escucharle explicar, indignada, su vida de mujer que va a las tiendas de ropa y nada le cabe. Es tan divertido que sería un show televisivo de gran magnitud.
Sí, Tarragona ya hace televisión. Colabora en las tardes de TV-3, con Albert Om, y hacía una sección en el programa de Ángel Casas en TV Sant Cugat, junto con Carles Flavià. A mí esa sección me arrancaba lágrimas de risa. Ella era la recatada y Flavià se dedicaba, digamos, a molestarla. Era muy gracioso. Por eso yo diría que Tarragona en la tele debería tener un show propio. Las aventuras de Tarragona. Y allí ella debería contar o enseñarnos las cosas que nos cuenta en privado. Que va al todo a cien con su madre y se pelea con una señora por la misma pieza rebajada. Que, en un atasco, el señor del coche de al lado la ha llamado "gorda" y ella ha salido del suyo dispuesta a darle un guantazo. Que un día, tal cantante le contó un chiste de gordas en la radio y ella no tuvo más remedio que humillarle durante toda la entrevista... (Eso también lo explica en el libro.)
Por la noche, alguna vez, veo la redacción del programa. Radio Nacional está en la calle de Roc Boronat, y es un edificio muy moderno, con grandes cristaleras. En su mesa, Tarragona come nueces (cosas de su dieta) mientras escucha música de Abba a todo volumen y teclea en su ordenador con sus uñas rojas. Jordi Tuñón y los demás trabajadores del programa me miran con cara de dolor. "Esto es mobbing", gritan, porque si no no les oiría. Pero Tarragona no se da cuenta. Ella es, en verdad, una dancing queen, y lo será durante todo el programa, con sus pulseras, su maquillaje impecable (toda la noche) su tierna fragilidad y, claro, su voz aterciopelada. Una voz que, en los tiempos de radio que corren, no nos engañemos, es algo muy extraño.
Sílvia Tarragona es esta exuberante mujer que tienen en la foto. Es locutora de radio desde hace mucho. La recordarán, seguramente, por Sota la palmera o más tarde por hacerse cargo del exitoso La nit dels ignorants, en Catalunya Ràdio (eran otros tiempos). Ahora presenta y dirige Afectos en la noche junto a Jordi Tuñón, del que tenemos que hablar un día de éstos.
Tarragona tiene un estilo inconfundible. No es sólo su voz, que -por una vez, y sin que sirva de precedente- podemos llamar aterciopelada. Son también sus complementos. Digamos que ya en Catalunya Ràdio los oyentes la escuchábamos acompañada siempre de un suave tintineo. Una especie de ruidito como el que ponen en la televisión cuando el protagonista recuerda algo. Luego, en Radio 4, donde también estuvo algunos años, seguíamos oyendo ese ruidito. Y lo oyen ahora todos los camioneros, vigilantes de seguridad, trabajadores de la limpieza, insomnes, médicos de guardia y padres de criaturas lloronas, cuando la escuchan cada madrugada. Ese ruido, les tengo que informar, son sus pulseras. Tarragona no se las quita para hacer el programa y si ahora lo hiciese los camioneros, vigilantes de seguridad, trabajadores de la limpieza, insomnes, médicos de guardia y padres de criaturas lloronas sentirían que les han quitado algo esencial. "¿Qué nos pasa?", dirían. "¿Qué ha cambiado?".
Verán, cuando Tarragona fue fichada por los de Radio Nacional, el jefe de técnicos de Barcelona quiso hablar con ella y la citó en un café. Le dijo que se quitara las pulseras, porque hacían ruido. Tarragona le soltó algún improperio con la voz aterciopelada, pero en lugar de enfadarse, el jefe de los técnicos se enamoró de ella. Lo supe el otro día cuando los dos me lo contaron tras una copita de cava que les puso -ellos son así- alegres. Mientras yo escuchaba, ellos se abanicaban con los pies descalzos encima de la mesa baja, delicadamente. Pensé que eso que estaba viendo era un programa de tele que tendría más share que el de los matrimonios de José Luis Moreno. No es una broma.
Tarragona hace algo que no es habitual: explica, con mucha comicidad y a la vez seriedad, que antes estaba muy gorda y que ahora, a dieta permanente (una dieta un poco sui géneris, todo hay que decirlo) es una mujer nueva. Quiero decir que habla de sus kilos con alegría, mucho humor y sin conmiseración. Escribió un libro sobre ello, pero, lo digo por experiencia. Lo mejor es escucharle explicar, indignada, su vida de mujer que va a las tiendas de ropa y nada le cabe. Es tan divertido que sería un show televisivo de gran magnitud.
Sí, Tarragona ya hace televisión. Colabora en las tardes de TV-3, con Albert Om, y hacía una sección en el programa de Ángel Casas en TV Sant Cugat, junto con Carles Flavià. A mí esa sección me arrancaba lágrimas de risa. Ella era la recatada y Flavià se dedicaba, digamos, a molestarla. Era muy gracioso. Por eso yo diría que Tarragona en la tele debería tener un show propio. Las aventuras de Tarragona. Y allí ella debería contar o enseñarnos las cosas que nos cuenta en privado. Que va al todo a cien con su madre y se pelea con una señora por la misma pieza rebajada. Que, en un atasco, el señor del coche de al lado la ha llamado "gorda" y ella ha salido del suyo dispuesta a darle un guantazo. Que un día, tal cantante le contó un chiste de gordas en la radio y ella no tuvo más remedio que humillarle durante toda la entrevista... (Eso también lo explica en el libro.)
Por la noche, alguna vez, veo la redacción del programa. Radio Nacional está en la calle de Roc Boronat, y es un edificio muy moderno, con grandes cristaleras. En su mesa, Tarragona come nueces (cosas de su dieta) mientras escucha música de Abba a todo volumen y teclea en su ordenador con sus uñas rojas. Jordi Tuñón y los demás trabajadores del programa me miran con cara de dolor. "Esto es mobbing", gritan, porque si no no les oiría. Pero Tarragona no se da cuenta. Ella es, en verdad, una dancing queen, y lo será durante todo el programa, con sus pulseras, su maquillaje impecable (toda la noche) su tierna fragilidad y, claro, su voz aterciopelada. Una voz que, en los tiempos de radio que corren, no nos engañemos, es algo muy extraño.
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