Nahr al Bared, entre la frustración y la esperanza
Las ruinas del 'campo viejo' de Nahr al Bared parecían ayer el escenario de una película. Los uniformes que habitualmente controlan hasta el último centímetro del lugar, plaza fuerte de los extremistas que se rebelaron contra el Gobierno libanés en el verano de 2007, habían sido sustituidos por trajes cortados a medida. Los carros de combate habían dejado paso a costosos todoterrenos con los cristales tintados y en lugar de soldados eran guardaespaldas los que controlaban el lugar.
Se trataba de la ceremonia con la que la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos) dio por comenzadas oficialmente las tareas de desescombro en lo que se considera el inicio de la reconstrucción del campamento, destruido por el Ejército libanés en su combate con los fanáticos de Fatah al Islam. Al acto fueron invitados responsables de las agencias involucradas y decenas de periodistas y diplomáticos, así como una escogida y limitada representación palestina.
Pero a Ahmed Ali, un pescador palestino de 50 años, y a su familia no le generaba demasiada confianza el despliegue de diseño. "Los occidentales vienen muy a menudo, y seguro que con buena fe", decía mientras apuraba un cigarrillo. "Llegan con intermediarios, miran, preguntan y ofrecen dinero. Y el dinero se lo queda el intermediario. Hasta que no vea con mis propios ojos cómo reconstruyen Nahr al Bared, no me creeré nada".
Más de un año después del final de la guerra, la desesperanza ha hecho mella en los refugiados. Son casi 40.000 las personas que perdieron sus viviendas, enseres y negocios y que aún hoy necesitan mendigar ayuda internacional para sobrevivir. La crisis económica está paralizando las donaciones, lo que implica que el subsidio mensual de 200 dólares que recibían para alimentarse será rebajado a 150. De ahí que, en medio de los discursos oficiales –entre otros, intervinieron el comisario de la Unión Europea, Patrick Laurent, y el coordinador especial de la ONU para el Líbano, Michael Williams-, varios palestinos extendieran una pancarta frente al tendido que acogía el acto y que hace las veces de escuela. "Dejen de hablar, basta de palabras. No queremos su dinero ni su comida, sólo queremos regresar a casa".
Así expresaron la frustración de las 5.500 familias que solían vivir en el lugar. Sólo 2.200 han sido autorizadas progresivamente a regresar al campamento. "Yo llegué el primero, hace un año", declara ufano Ahmed. Su domicilio, hoy un cúmulo de cascotes, está situado a las puertas de la zona donde se atrincheraron los islamistas –llamado el 'campo viejo'-, un lugar fácil de distinguir dado que no quedan edificios en pie y a donde los residentes no pueden entrar ni siquiera hoy.
"No teníamos otro sitio a dónde ir. Cuando acabaron los bombardeos entramos en el campo, todo estaba quemado. No pudimos salvar nada, sólo había escombros". De ahí que su familia, ocho miembros en total, haya habilitado un pequeño negocio –dos habitaciones sin ventanas y puerta de chapa- a modo de vivienda, como han hecho otros refugiados que hoy ocupan esta calle adyacente al 'campo viejo' repleta de cascotes, humedad y chasis calcinados. "Todos venían atraídos por las promesas de ayuda, pero aún las estamos esperando".
Situación dramática
"Con lo que se gasta el más insignificante príncipe saudí en el casino de París, se podría reconstruir todo el campo"
Pese a los esfuerzos de la UNRWA por acelerar la reconstrucción del campo, que antes de la rebelión islamista era el segundo más importante del Líbano y jugaba un importante papel comercial, la lentitud hace perder la esperanza en especial a los que vivían en el 'campo viejo', hoy asentados en el vecino campamento de Baddawi.
Sólo 15.000 palestinos, antiguos residentes de la 'zona nueva' del campo, han sido autorizados a volver para instalarse en sus viviendas, cuando queda algo en pie, o bien en barracones provisionales proporcionados por la ONU que, según los afectados, no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad dadas las extremas temperaturas.
Todos aquellos que habitaban el 'casco viejo', hoy un amasijo de ruinas, no pueden ni siquiera recuperar sus enseres o documentos personales, en teoría porque el Ejército libanés sigue hallando y desactivando los artefactos explosivos con los que Fatah al Islam hizo del lugar una zona inexpugnable.
"Aún hay minas, granadas, munición de gran calibre como 120 o 55 milímetros...” explica Nicholas Hugues, responsable del grupo de Handicap International contratado por la UNRWA para desminar y sustituir así al Ejército en esa tarea. Su equipo, 14 personas, ha sido contratado por 18 meses, lo cual da una idea del trabajo que aún queda por hacer. "Se calcula que hay que controlar a mano tres kilómetros cuadrados en los que se amontonan medio millón de metros cúbicos de escombros", prosigue.
La visión del 'campo viejo' resulta dantesca. Los esqueletos agujereados de los antiguos bloques de viviendas dan fe de fieros combates artilleros, pero los innumerables impactos de bala también delatan enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Nada es salvable, todo ya ha sido demolido por la munición o debe ser derribado. Entre mayo y septiembre de 2007, la guerra devoró el centro histórico de Nahr al Bared, y desde entonces las promesas de los políticos no generan resultados sobre el terreno.
Aportación española
Según Ahmed Ali y las demás familias que viven en las cercanías al campo viejo, las excavadoras llegaron hace 15 días y sólo ayer se pusieron en marcha, lo cual aumenta su indignación, ya que la reconstrucción tendría que haber comenzado el 15 de agosto. "Hace falta dinero. Si los donantes no responden, nunca veremos el nuevo Nahr al Bared", se lamenta Fawzi Duweiyeh, responsable palestino que desde la rebelión reside en Baddawi. "Las razones de seguridad por las que dicen que no podemos volver son excusas. Si reconstruyen el campo, ya nos encargaremos nosotros de limpiar minas. Pero mientras sigan así, los refugiados viviremos frustrados y los que han vuelto seguirán en condiciones miserables", decía Duweiyeh.
El reto de UNRWA es recibir fondos de países donantes suficientes para costear la reconstrucción del campo, estimada en 445 millones de dólares. En la Conferencia de Viena del verano apenas se recogieron 70 millones, 10 de ellos aportados por Madrid. "España ha respondido desde el comienzo a todos los llamamientos de la UNRWA, ya fuera para aportar ayuda urgente o para la reconstrucción", explica Luis Prados, cónsul español en el Líbano, presente en la ceremonia de ayer. De esa cantidad, seis millones de euros contriburán a la edificación. Otro medio millón de euros ya han sido desembolsados y están siendo empleados en la retirada de escombros, una labor titánica imprescindible para comenzar a construir.
Si se cumpliesen los plazos previstos y llegasen las donaciones, a partir de enero de 2009 las grúas comenzarán a levantar en lugar de derribar. El plan de las agencias internacionales y el Gobierno libanés implica que, para mediados de 2011, Nahr al Bared debe un lugar habitable. "Si hubiera dinero, en tres años estaría levantado. Y mientras no volvamos a casa, no retomaremos nuestra vida", continúa Duweiyeh.
Hasta el momento, el 88% de las donaciones llegan desde Occidente. ¿Dónde se meten los países árabes? "Son cuestiones políticas", zanja Duweiyeh. "Con lo que se gasta el más insignificante príncipe saudí en el casino de París, se podría reconstruir todo el campo", concluye Ahmed Ali chasqueando la lengua.
- Sólo 2.200 familias han sido autorizadas progresivamente a regresar al campamento
- Aún hay minas, granadas, munición de gran calibre como 120 o 55 milímetros...'
- La reconstrucción tendría que haber comenzado el 15 de agosto
Las ruinas del 'campo viejo' de Nahr al Bared parecían ayer el escenario de una película. Los uniformes que habitualmente controlan hasta el último centímetro del lugar, plaza fuerte de los extremistas que se rebelaron contra el Gobierno libanés en el verano de 2007, habían sido sustituidos por trajes cortados a medida. Los carros de combate habían dejado paso a costosos todoterrenos con los cristales tintados y en lugar de soldados eran guardaespaldas los que controlaban el lugar.
Se trataba de la ceremonia con la que la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos) dio por comenzadas oficialmente las tareas de desescombro en lo que se considera el inicio de la reconstrucción del campamento, destruido por el Ejército libanés en su combate con los fanáticos de Fatah al Islam. Al acto fueron invitados responsables de las agencias involucradas y decenas de periodistas y diplomáticos, así como una escogida y limitada representación palestina.
Pero a Ahmed Ali, un pescador palestino de 50 años, y a su familia no le generaba demasiada confianza el despliegue de diseño. "Los occidentales vienen muy a menudo, y seguro que con buena fe", decía mientras apuraba un cigarrillo. "Llegan con intermediarios, miran, preguntan y ofrecen dinero. Y el dinero se lo queda el intermediario. Hasta que no vea con mis propios ojos cómo reconstruyen Nahr al Bared, no me creeré nada".
Más de un año después del final de la guerra, la desesperanza ha hecho mella en los refugiados. Son casi 40.000 las personas que perdieron sus viviendas, enseres y negocios y que aún hoy necesitan mendigar ayuda internacional para sobrevivir. La crisis económica está paralizando las donaciones, lo que implica que el subsidio mensual de 200 dólares que recibían para alimentarse será rebajado a 150. De ahí que, en medio de los discursos oficiales –entre otros, intervinieron el comisario de la Unión Europea, Patrick Laurent, y el coordinador especial de la ONU para el Líbano, Michael Williams-, varios palestinos extendieran una pancarta frente al tendido que acogía el acto y que hace las veces de escuela. "Dejen de hablar, basta de palabras. No queremos su dinero ni su comida, sólo queremos regresar a casa".
Así expresaron la frustración de las 5.500 familias que solían vivir en el lugar. Sólo 2.200 han sido autorizadas progresivamente a regresar al campamento. "Yo llegué el primero, hace un año", declara ufano Ahmed. Su domicilio, hoy un cúmulo de cascotes, está situado a las puertas de la zona donde se atrincheraron los islamistas –llamado el 'campo viejo'-, un lugar fácil de distinguir dado que no quedan edificios en pie y a donde los residentes no pueden entrar ni siquiera hoy.
"No teníamos otro sitio a dónde ir. Cuando acabaron los bombardeos entramos en el campo, todo estaba quemado. No pudimos salvar nada, sólo había escombros". De ahí que su familia, ocho miembros en total, haya habilitado un pequeño negocio –dos habitaciones sin ventanas y puerta de chapa- a modo de vivienda, como han hecho otros refugiados que hoy ocupan esta calle adyacente al 'campo viejo' repleta de cascotes, humedad y chasis calcinados. "Todos venían atraídos por las promesas de ayuda, pero aún las estamos esperando".
Situación dramática
"Con lo que se gasta el más insignificante príncipe saudí en el casino de París, se podría reconstruir todo el campo"
Pese a los esfuerzos de la UNRWA por acelerar la reconstrucción del campo, que antes de la rebelión islamista era el segundo más importante del Líbano y jugaba un importante papel comercial, la lentitud hace perder la esperanza en especial a los que vivían en el 'campo viejo', hoy asentados en el vecino campamento de Baddawi.
Sólo 15.000 palestinos, antiguos residentes de la 'zona nueva' del campo, han sido autorizados a volver para instalarse en sus viviendas, cuando queda algo en pie, o bien en barracones provisionales proporcionados por la ONU que, según los afectados, no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad dadas las extremas temperaturas.
Todos aquellos que habitaban el 'casco viejo', hoy un amasijo de ruinas, no pueden ni siquiera recuperar sus enseres o documentos personales, en teoría porque el Ejército libanés sigue hallando y desactivando los artefactos explosivos con los que Fatah al Islam hizo del lugar una zona inexpugnable.
"Aún hay minas, granadas, munición de gran calibre como 120 o 55 milímetros...” explica Nicholas Hugues, responsable del grupo de Handicap International contratado por la UNRWA para desminar y sustituir así al Ejército en esa tarea. Su equipo, 14 personas, ha sido contratado por 18 meses, lo cual da una idea del trabajo que aún queda por hacer. "Se calcula que hay que controlar a mano tres kilómetros cuadrados en los que se amontonan medio millón de metros cúbicos de escombros", prosigue.
La visión del 'campo viejo' resulta dantesca. Los esqueletos agujereados de los antiguos bloques de viviendas dan fe de fieros combates artilleros, pero los innumerables impactos de bala también delatan enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Nada es salvable, todo ya ha sido demolido por la munición o debe ser derribado. Entre mayo y septiembre de 2007, la guerra devoró el centro histórico de Nahr al Bared, y desde entonces las promesas de los políticos no generan resultados sobre el terreno.
Aportación española
Según Ahmed Ali y las demás familias que viven en las cercanías al campo viejo, las excavadoras llegaron hace 15 días y sólo ayer se pusieron en marcha, lo cual aumenta su indignación, ya que la reconstrucción tendría que haber comenzado el 15 de agosto. "Hace falta dinero. Si los donantes no responden, nunca veremos el nuevo Nahr al Bared", se lamenta Fawzi Duweiyeh, responsable palestino que desde la rebelión reside en Baddawi. "Las razones de seguridad por las que dicen que no podemos volver son excusas. Si reconstruyen el campo, ya nos encargaremos nosotros de limpiar minas. Pero mientras sigan así, los refugiados viviremos frustrados y los que han vuelto seguirán en condiciones miserables", decía Duweiyeh.
El reto de UNRWA es recibir fondos de países donantes suficientes para costear la reconstrucción del campo, estimada en 445 millones de dólares. En la Conferencia de Viena del verano apenas se recogieron 70 millones, 10 de ellos aportados por Madrid. "España ha respondido desde el comienzo a todos los llamamientos de la UNRWA, ya fuera para aportar ayuda urgente o para la reconstrucción", explica Luis Prados, cónsul español en el Líbano, presente en la ceremonia de ayer. De esa cantidad, seis millones de euros contriburán a la edificación. Otro medio millón de euros ya han sido desembolsados y están siendo empleados en la retirada de escombros, una labor titánica imprescindible para comenzar a construir.
Si se cumpliesen los plazos previstos y llegasen las donaciones, a partir de enero de 2009 las grúas comenzarán a levantar en lugar de derribar. El plan de las agencias internacionales y el Gobierno libanés implica que, para mediados de 2011, Nahr al Bared debe un lugar habitable. "Si hubiera dinero, en tres años estaría levantado. Y mientras no volvamos a casa, no retomaremos nuestra vida", continúa Duweiyeh.
Hasta el momento, el 88% de las donaciones llegan desde Occidente. ¿Dónde se meten los países árabes? "Son cuestiones políticas", zanja Duweiyeh. "Con lo que se gasta el más insignificante príncipe saudí en el casino de París, se podría reconstruir todo el campo", concluye Ahmed Ali chasqueando la lengua.
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