La suerte, en el sitio adecuado

La suerte, en el sitio adecuado


MADRID. Una lotera con sus mejores galas -y un presentimiento-. Un gallego serio con ganas de huir de la prensa. Una familia al completo. Y una parada de 26 años. Todos ellos forman el mosaico de historias que transitaron ayer por el pasillo de cajas del Carrefour-Los Ángeles. En él está la afortunada administración número 64 que ha repartido de forma casi íntegra los décimos del 78400, el segundo premio del sorteo de Navidad.
El centro comercial se sitúa en la zona más nueva de la Ciudad de Los Ángeles -«la city»-, barrio obrero con gran presencia del sector de la automoción, uno de los más tocados por la crisis económica. Pero ayer vivir en el sur de Madrid tenía premio. Una lluvia de millones destinada a tapar «algo más que agujeros».
El primero en presentarse allí fue José Mellado. Compró el número porque era la única terminación que le faltaba y en el camino se encontró a la suerte, aunque como confiesa no sabe muy bien que va a hacer con el premio. Vive en el barrio desde hace 40 años porque «trabajaba para la Peugeot». «Mis compañeros ahora lo están pasando mal, pero a mi también me tocó eso», afirma este gallego.
Un décimo a buen recaudo
Tamara tiene 21 años y es de Orcasitas, el barrio contiguo a la Ciudad de los Ángeles. Apareció por el centro comercial como quien va a hacer la compra y se pasa por la administración de lotería para ver porqué hay tanta cámara de televisión. Y en mitad del tumulto y con mano temblorosa enseñaba el tesoro. Un décimo premiado que le viene bien por infinidad de razones, pero sobre todo porque su abuela Dolores acaba de atravesar una enfermedad. Otra: su hija de 17 meses tendrá unos Reyes fastuosos.
«Hemos pasado épocas muy malas y ya era hora de que nos tocara algo bueno», dice nerviosa, al mismo tiempo que esconde en su pecho el billete. «Es que me ha dicho mi padre que lo enseñe poco», bromea.
«El premio es para toda la familia. Lo compramos el jueves». Confiesa que pensó: «Ya ves tú, en el Pryca -supermecado anterior al Carrefour- va a tocar. Pues mira al final ha tocado».
Y mientras se despiden del carrusel de medios, el «¡Madre mía! ¡Es que no me lo creo!», salta constante entre su boca y la de su hermana Jéssica con la que ha querido compartir este minuto de fama. Pero de fiesta nada. La familia entera enfila hacia el aparcamiento para esquivar los focos y en la administración la sequía de cava comienza a hacerse patente.
Con ellas llegó la fiesta
El festejo, la algarabía y el jaleo lo traen Isa, Lorena, Gemma y Vanesa. Todas de Villaverde. Empujan un carro de la compra con alguna botella y con Elena dentro. Imitan -a grito pelado- a los niños de San Idelfonso. Sobre ruedas llega otro décimo del segundo premio y entonces, por fin, se oye descorchar en la galería una botella de cava. Se mezcla con los «cachis» de güisqui con coca-cola con los que el grupo lleva celebrando desde las 11.11 horas de la mañana, cuando el salón de premios conocía el número agraciado con un millón de euros. El 78400, que «aunque es muy feo» ha sido vendido casi en su totalidad.
Han venido a festejar con los empleados de la lotería -y todo el que estuviera por allí-. «Me he acercado para darle dos besos a Soledad -la lotera-por venderme el décimo».
«No voy a gastarlo en ningún capricho, de verdad es que este premio es una necesidad», explica Elena ya fuera del carrito. Trabajaba como auxiliar administrativo pero desde hace dos años está parada porque no encuentra un trabajo que le permita atender a su abuelo «que está enfermo y es dependiente total».
El dinero irá destinado a «pagar unas deudas» y a salir adelante. «Bueno, dentro de poco es mi cumpleaños, así que lo celebraré con una fiesta». «Un fiestón», corrigen sus amigas por detrás. Como la mayoría de españoles, compró el número en el último momento. El sábado por la mañana después de hacer la compra.
Sin sabores de Navidad
Pero no todo fueron alegrías en el centro comercial. En cierto modo, los sinsabores de toda la plantilla del Carrefour -unas 500 personas-, y de las tiendas de alrededor se dejaron sentir, pues todos apostaron por esa administración, pero por un número diferente, lo que les ha dejado fuera del reparto.
Rosa, la vigilante de seguridad pregunta inquieta, «pero, ¿esta gente no come?» al ver a aún a las cámaras apostadas pese a haber pasado todo el follón. Un vecino más enterado responde, «se irán cuando acaben los telediarios, ahora están en directo». Cosas de la