LEYENDA URBANA
Acercaos a mí para que os cuente esta nefasta leyenda. Hace mucho, mucho tiempo aconteció el horrible suceso que os voy a relatar.
Él era Vigilante de seguridad y prestaba servicio en un monte cercano. Un monte que bien podría ser ese que hay cerca de vuestra ciudad.
Era un joven del pueblo, no destacaba por nada, era más bien anodino y los que le conocían no le auguraba un gran porvenir. Empezó a trabajar para una empresa de seguridad cuyas oficinas estaban cerca de su casa. Se decía a sí mismo que era un trabajo temporal, algo con lo que ganar dinero para ayudar en casa hasta encontrar su empleo ideal, pero en el fondo él sabía la verdad. Sabía que se quedaría en aquel trabajo para siempre jamás.
Su Jefe de servicios, de quien muchos comentan que era el mismísimo diablo, le asignó un H24 de vigilancia en una explotación de una empresa maderera durante las vacaciones de Semana Santa. Lo que en castellano antiguo quiere decir "un trabajo en el puto monte con turnos de 12 horas".
Para llegar a él debía subir en coche durante media hora por un camino de tierra, aparcar y continuar los últimos 20 minutos a pie. Estaba lejos, pero se consolaba pensando en lo que subiría su sueldo por el plus de transporte.
Si hubiese llegado a final de mes se habría llevado una desagradable sorpresa al ver su nómina.
Cuando llegó al lugar el encargado de la explotación le explicó que su cometido era vigilar las herramientas y la maquinaria. Si bien era difícil que alguien subiera hasta allí para robar, no había que subestimar a los jipis ecologistas. En apenas dos minutos de conversación el encargado le dejó bien claro lo que opinaba de esos saboteadores vagos y abraza-árboles.
Tras la marcha de todos los trabajadores se cambió en la pequeña garita de 3x3 metros, sin poder evitar golpearse repetidas veces contra las paredes. Y mientras el sol se ocultaba, y la oscuridad comenzaba a cubrir el bosque, el Vigilante trató de luchar contra el sentimiento de soledad y aislamiento que crecía en su interior. En mitad de aquel bosque perdido en algún lugar de aquel monte el Vigilante comprendió las verdaderas dimensiones del adjetivo "solo".
Las noches en el bosque no son como las que él conocía de la ciudad.
La oscuridad era tan rotunda que aunque enfocara a algún punto con su linterna de gran potencia, después de haber escuchado algún misterioso ruido o haber creído percibir un movimiento furtivo por el rabillo del ojo, no lograba ver más allá de sus narices.
Y el frío, que a pesar de haberse tapado con una manta y de haber puesto a tope el pequeño radiador de queroseno, se le filtraba hasta los huesos. El gélido viento se colaba por los bordes del cristal de la garita y le hizo la noche más incómoda.
Pero a pesar del frío y de un par de sobresaltos, y gracias a los libros que llevaba para entretenerse y al café que su madre le había preparado en el termo, consiguió superar el primer turno de 12 horas en aquel horrible servicio.
Esperaba que su relevo encontrara aquel sitio a la primera y llegara un poco antes de la hora.
Miró continuamente en dirección a la cuesta de subida, bañada por el sol de la recién estrenada mañana, pero nadie apareció.
Pasados 30 minutos de la hora acordada para el relevo, y bastante mosqueado, llamó por teléfono a la oficina donde un amable Inspector le dijo que no sabía nada del tema, pero que haría unas llamadas, se enteraría de que pasaba y le pegaría un toque al móvil.
Bastante disgustado, nuestro protagonista salió de la garita y estiró las piernas. 12 horas sentado acaban con la circulación de cualquiera. Durante unos segundos barajó la posibilidad de que no viniera nadie y tuviera que hacer doble turno, pero desechó rápidamente la idea. Se dijo a sí mismo que era un malpensado, aquella era una empresa pequeña, pero seria.
O al menos eso le había dicho su Jefe de servicios al contratarle...
Después de una hora de que se comunicara con la oficina, y viendo que no le iban a llamar, decidió hacerlo él. Le respondió otro Inspector que le aseguró que tampoco él sabía nada de aquello. Le rogó que se mantuviera a la escucha y tras unos minutos en espera la voz del Inspector regresó para confirmar sus más oscuras sospechas.
Debía doblar turno.
El Inspector se disculpó, farfulló algo de un error con el programa informático de cuadrantes y le prometió que alguien de la oficina se pasaría por ahí para llevarle la comida.
A nuestro pobre Vigilante no le hizo gracia, pero se resignó y cortó la comunicación mientras se dejaba caer en su incómoda silla. Gajes del oficio. Había escuchado historias similares de algunos de sus compañeros y hoy le había tocado a él.
Tan resignado estaba que no se enfadó cuando, llegada la hora del almuerzo, nadie se presentó allí a traerle su comida. No le extrañó que se olvidaran de él, y consiguió mantener a raya el hambre con las sobras de la cena de la noche anterior. Pero cuando volvió a llegar la noche y nadie vino a darle el relevo sí que se enfadó.
Llamó a la oficina donde volvió a informar de su situación a un Inspector, que no era ninguno de los dos anteriores. Tras varios minutos de sonidos de papeles al otro lado de la línea telefónica éste le indicó que no había ningún error, que era él el que tenía que estar allí aquella noche.
El Vigilante, malhumorado, le explicó que sí, que aquello era cierto según el cuadrante original, pero que se había tenido que quedar doblando el turno porque nadie le había relevado la mañana anterior y ahora quería marcharse a casa. Y remató con un "o mandáis a alguien ya o me marcho" antes de colgar.
Veinte minutos después, tiempo que el Vigilante había aprovechado para cambiarse y recoger sus cosas, recibió una llamada telefónica. Era su Jefe de servicios, el diablo que da cuadrantes a los hombres.
Con voz de evidente mal humor informó al Vigilante de que le habían llamado de la oficina y molestado en sus vacaciones para contarle lo ocurrido. El pobre Vigilante intentó repetir su amenaza de marcharse, pero la voz llena de ira de su Jefe de servicios le interrumpió. Le dijo que si lo hacía no solo quedaría inmediatamente despedido, si no que le denunciaría personalmente por abandono de servicio y que aquello le saldría por la torta´un pico. Le ordenó esperar allí arriba a la llegada de su relevo, tardase lo que tardase y le sugirió no cabrearlo más de lo que ya estaba.
Finalmente añadió, con voz falsamente tranquilizadora, que tenía que verle el lado bueno al asunto ya que a final de mes tendría que ir con carretilla al banco a cobrar su sueldo.
Cuando su jefe le colgó la primera reacción del Vigilante fue la de liarse a patadas con la garita. Pero enseguida paró, y cayó al suelo llorando.
Necesitaba el trabajo, tenía que pagar la hipoteca de la casa en la que vivía con su madre, y con la pensión de ella no le llegaba para pagar ni una cuarta parte. Y si le denunciaban por abandono de servicio e iba a la cárcel... ¿Quien se haría cargo de su anciana madre?
Así que esperó y esperó, pero en los días siguientes nadie fue a relevarle. Nadie fue siquiera a llevarle comida.
Imagináoslo: Abandonado a su suerte, en la más profunda soledad, viendo los mismos árboles día tras día, lleno de tristeza y amargura. Pasando hambre, pasando frío, atrapado entre las estrechas paredes de su garita. Sin poder llamar a nadie para pedir ayuda ya que se había agotado la batería de su móvil...
Dicen que su madre llamó a la oficina y que el Jefe de servicios, a un día de terminarse las vacaciones, se dio cuenta de que se le había olvidado aquel pobre Vigilante. Mandó a un Auxiliar de servicios a darle el relevo, pero pasó el tiempo y éste no llamó a la oficina tal y como le habían ordenado.
Al no responder a las llamadas, el Jefe de servicios envió un grupo formado por dos Inspectores y un par de Vigilantes armados. Cuando llegaron a la zona se dieron cuenta de que algo iba mal:
La garita estaba volcada en el suelo y había esparcido por el suelo todo tipo de objetos sacados de una mochila que destrozada que había junto a un árbol.
Al mirar en el interior de la garita encontraron al Auxiliar horriblemente mutilado. Su garganta había sido abierta, sus ojos hundidos en las cuencas, su brazo derecho arrancado de cuajo y lleno de marcas de lo que parecían mordiscos humanos.
Del Vigilante no se encontró ni rastro, solo un montón de jirones hechos con un par de mantas y la tela de un uniforme. Estaban colocados en un rincón a modo de lo que uno de los integrantes del grupo definió como un “nido”.
Se rastreó la zona, pero no se halló al desaparecido. El tema se zanjó como desaparición a secas, no en vano el Jefe de servicios tenía amistades en la comisaría policial local. Los cuadrantes corregidos fueron incinerados y se le ordenó a un Vigilante anónimo que declarara que había dado el relevo al desaparecido el día de autos y que lo había notado extrañamente irritado, tal vez por las drogas que "sabía" que tomaba.
A pesar de las terribles heridas infligidas al Auxiliar, la ausencia de sangre en el lugar hacía suponer que había sido atacado en otro sitio y depositado allí con posterioridad. No se encontraron vísceras en el interior del torso, y las marcas de furibundos mordiscos en las costillas parecían indicar que habían sido devoradas por su atacante.
Tras darle una miseria a la anciana madre a modo de indemnización el tema fue conminado al olvido. Pero los hechos estaban lejos de terminarse.
Al regreso de las vacaciones, varios de los trabajadores de la explotación reportaron haber visto una extraña sombra rondando por el bosque. Los rumores comenzaron a extenderse: gruñidos y gemidos en la oscuridad, misteriosas sombras corriendo entre los árboles, restos de animales parcialmente devorados...
Y entonces uno de los trabajadores fue atacado y asesinado por una bestia salvaje.
Los trabajadores abandonaron sus puestos, temerosos de la bestia, y al poco tiempo la explotación fue abandonada por que nadie quería trabajar en ella.
Y esa es la historia chicos, una historia sin final.
Dicen que esa cosa sigue allí arriba. Dicen que es el Vigilante, que se volvió loco y salvaje. Dicen que en noches como ésta, en las que las nubes tapan la luna y las estrellas, y el frío viento ulula a través de los callejones, el Vigilante lobo deja las montañas para merodear por la ciudad buscando el alimento que le negaron. Su hambre y su ira no pueden ser saciada.
saludos
Y O Y I
Acercaos a mí para que os cuente esta nefasta leyenda. Hace mucho, mucho tiempo aconteció el horrible suceso que os voy a relatar.
Él era Vigilante de seguridad y prestaba servicio en un monte cercano. Un monte que bien podría ser ese que hay cerca de vuestra ciudad.
Era un joven del pueblo, no destacaba por nada, era más bien anodino y los que le conocían no le auguraba un gran porvenir. Empezó a trabajar para una empresa de seguridad cuyas oficinas estaban cerca de su casa. Se decía a sí mismo que era un trabajo temporal, algo con lo que ganar dinero para ayudar en casa hasta encontrar su empleo ideal, pero en el fondo él sabía la verdad. Sabía que se quedaría en aquel trabajo para siempre jamás.
Su Jefe de servicios, de quien muchos comentan que era el mismísimo diablo, le asignó un H24 de vigilancia en una explotación de una empresa maderera durante las vacaciones de Semana Santa. Lo que en castellano antiguo quiere decir "un trabajo en el puto monte con turnos de 12 horas".
Para llegar a él debía subir en coche durante media hora por un camino de tierra, aparcar y continuar los últimos 20 minutos a pie. Estaba lejos, pero se consolaba pensando en lo que subiría su sueldo por el plus de transporte.
Si hubiese llegado a final de mes se habría llevado una desagradable sorpresa al ver su nómina.
Cuando llegó al lugar el encargado de la explotación le explicó que su cometido era vigilar las herramientas y la maquinaria. Si bien era difícil que alguien subiera hasta allí para robar, no había que subestimar a los jipis ecologistas. En apenas dos minutos de conversación el encargado le dejó bien claro lo que opinaba de esos saboteadores vagos y abraza-árboles.
Tras la marcha de todos los trabajadores se cambió en la pequeña garita de 3x3 metros, sin poder evitar golpearse repetidas veces contra las paredes. Y mientras el sol se ocultaba, y la oscuridad comenzaba a cubrir el bosque, el Vigilante trató de luchar contra el sentimiento de soledad y aislamiento que crecía en su interior. En mitad de aquel bosque perdido en algún lugar de aquel monte el Vigilante comprendió las verdaderas dimensiones del adjetivo "solo".
Las noches en el bosque no son como las que él conocía de la ciudad.
La oscuridad era tan rotunda que aunque enfocara a algún punto con su linterna de gran potencia, después de haber escuchado algún misterioso ruido o haber creído percibir un movimiento furtivo por el rabillo del ojo, no lograba ver más allá de sus narices.
Y el frío, que a pesar de haberse tapado con una manta y de haber puesto a tope el pequeño radiador de queroseno, se le filtraba hasta los huesos. El gélido viento se colaba por los bordes del cristal de la garita y le hizo la noche más incómoda.
Pero a pesar del frío y de un par de sobresaltos, y gracias a los libros que llevaba para entretenerse y al café que su madre le había preparado en el termo, consiguió superar el primer turno de 12 horas en aquel horrible servicio.
Esperaba que su relevo encontrara aquel sitio a la primera y llegara un poco antes de la hora.
Miró continuamente en dirección a la cuesta de subida, bañada por el sol de la recién estrenada mañana, pero nadie apareció.
Pasados 30 minutos de la hora acordada para el relevo, y bastante mosqueado, llamó por teléfono a la oficina donde un amable Inspector le dijo que no sabía nada del tema, pero que haría unas llamadas, se enteraría de que pasaba y le pegaría un toque al móvil.
Bastante disgustado, nuestro protagonista salió de la garita y estiró las piernas. 12 horas sentado acaban con la circulación de cualquiera. Durante unos segundos barajó la posibilidad de que no viniera nadie y tuviera que hacer doble turno, pero desechó rápidamente la idea. Se dijo a sí mismo que era un malpensado, aquella era una empresa pequeña, pero seria.
O al menos eso le había dicho su Jefe de servicios al contratarle...
Después de una hora de que se comunicara con la oficina, y viendo que no le iban a llamar, decidió hacerlo él. Le respondió otro Inspector que le aseguró que tampoco él sabía nada de aquello. Le rogó que se mantuviera a la escucha y tras unos minutos en espera la voz del Inspector regresó para confirmar sus más oscuras sospechas.
Debía doblar turno.
El Inspector se disculpó, farfulló algo de un error con el programa informático de cuadrantes y le prometió que alguien de la oficina se pasaría por ahí para llevarle la comida.
A nuestro pobre Vigilante no le hizo gracia, pero se resignó y cortó la comunicación mientras se dejaba caer en su incómoda silla. Gajes del oficio. Había escuchado historias similares de algunos de sus compañeros y hoy le había tocado a él.
Tan resignado estaba que no se enfadó cuando, llegada la hora del almuerzo, nadie se presentó allí a traerle su comida. No le extrañó que se olvidaran de él, y consiguió mantener a raya el hambre con las sobras de la cena de la noche anterior. Pero cuando volvió a llegar la noche y nadie vino a darle el relevo sí que se enfadó.
Llamó a la oficina donde volvió a informar de su situación a un Inspector, que no era ninguno de los dos anteriores. Tras varios minutos de sonidos de papeles al otro lado de la línea telefónica éste le indicó que no había ningún error, que era él el que tenía que estar allí aquella noche.
El Vigilante, malhumorado, le explicó que sí, que aquello era cierto según el cuadrante original, pero que se había tenido que quedar doblando el turno porque nadie le había relevado la mañana anterior y ahora quería marcharse a casa. Y remató con un "o mandáis a alguien ya o me marcho" antes de colgar.
Veinte minutos después, tiempo que el Vigilante había aprovechado para cambiarse y recoger sus cosas, recibió una llamada telefónica. Era su Jefe de servicios, el diablo que da cuadrantes a los hombres.
Con voz de evidente mal humor informó al Vigilante de que le habían llamado de la oficina y molestado en sus vacaciones para contarle lo ocurrido. El pobre Vigilante intentó repetir su amenaza de marcharse, pero la voz llena de ira de su Jefe de servicios le interrumpió. Le dijo que si lo hacía no solo quedaría inmediatamente despedido, si no que le denunciaría personalmente por abandono de servicio y que aquello le saldría por la torta´un pico. Le ordenó esperar allí arriba a la llegada de su relevo, tardase lo que tardase y le sugirió no cabrearlo más de lo que ya estaba.
Finalmente añadió, con voz falsamente tranquilizadora, que tenía que verle el lado bueno al asunto ya que a final de mes tendría que ir con carretilla al banco a cobrar su sueldo.
Cuando su jefe le colgó la primera reacción del Vigilante fue la de liarse a patadas con la garita. Pero enseguida paró, y cayó al suelo llorando.
Necesitaba el trabajo, tenía que pagar la hipoteca de la casa en la que vivía con su madre, y con la pensión de ella no le llegaba para pagar ni una cuarta parte. Y si le denunciaban por abandono de servicio e iba a la cárcel... ¿Quien se haría cargo de su anciana madre?
Así que esperó y esperó, pero en los días siguientes nadie fue a relevarle. Nadie fue siquiera a llevarle comida.
Imagináoslo: Abandonado a su suerte, en la más profunda soledad, viendo los mismos árboles día tras día, lleno de tristeza y amargura. Pasando hambre, pasando frío, atrapado entre las estrechas paredes de su garita. Sin poder llamar a nadie para pedir ayuda ya que se había agotado la batería de su móvil...
Dicen que su madre llamó a la oficina y que el Jefe de servicios, a un día de terminarse las vacaciones, se dio cuenta de que se le había olvidado aquel pobre Vigilante. Mandó a un Auxiliar de servicios a darle el relevo, pero pasó el tiempo y éste no llamó a la oficina tal y como le habían ordenado.
Al no responder a las llamadas, el Jefe de servicios envió un grupo formado por dos Inspectores y un par de Vigilantes armados. Cuando llegaron a la zona se dieron cuenta de que algo iba mal:
La garita estaba volcada en el suelo y había esparcido por el suelo todo tipo de objetos sacados de una mochila que destrozada que había junto a un árbol.
Al mirar en el interior de la garita encontraron al Auxiliar horriblemente mutilado. Su garganta había sido abierta, sus ojos hundidos en las cuencas, su brazo derecho arrancado de cuajo y lleno de marcas de lo que parecían mordiscos humanos.
Del Vigilante no se encontró ni rastro, solo un montón de jirones hechos con un par de mantas y la tela de un uniforme. Estaban colocados en un rincón a modo de lo que uno de los integrantes del grupo definió como un “nido”.
Se rastreó la zona, pero no se halló al desaparecido. El tema se zanjó como desaparición a secas, no en vano el Jefe de servicios tenía amistades en la comisaría policial local. Los cuadrantes corregidos fueron incinerados y se le ordenó a un Vigilante anónimo que declarara que había dado el relevo al desaparecido el día de autos y que lo había notado extrañamente irritado, tal vez por las drogas que "sabía" que tomaba.
A pesar de las terribles heridas infligidas al Auxiliar, la ausencia de sangre en el lugar hacía suponer que había sido atacado en otro sitio y depositado allí con posterioridad. No se encontraron vísceras en el interior del torso, y las marcas de furibundos mordiscos en las costillas parecían indicar que habían sido devoradas por su atacante.
Tras darle una miseria a la anciana madre a modo de indemnización el tema fue conminado al olvido. Pero los hechos estaban lejos de terminarse.
Al regreso de las vacaciones, varios de los trabajadores de la explotación reportaron haber visto una extraña sombra rondando por el bosque. Los rumores comenzaron a extenderse: gruñidos y gemidos en la oscuridad, misteriosas sombras corriendo entre los árboles, restos de animales parcialmente devorados...
Y entonces uno de los trabajadores fue atacado y asesinado por una bestia salvaje.
Los trabajadores abandonaron sus puestos, temerosos de la bestia, y al poco tiempo la explotación fue abandonada por que nadie quería trabajar en ella.
Y esa es la historia chicos, una historia sin final.
Dicen que esa cosa sigue allí arriba. Dicen que es el Vigilante, que se volvió loco y salvaje. Dicen que en noches como ésta, en las que las nubes tapan la luna y las estrellas, y el frío viento ulula a través de los callejones, el Vigilante lobo deja las montañas para merodear por la ciudad buscando el alimento que le negaron. Su hambre y su ira no pueden ser saciada.
saludos
Y O Y I
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