Recordar los límites
Tres grandes investigadores han repensado los límites de expansión de nuestro modelo de crecimiento socioeconómico.
05-05-2009
Tres grandes investigadores, los ecólogos norteamericanos Charles S. Hall y John W. Day, así como el también americano y fundador del Worldwatch Institute, Lester Brown, han repensado los límites de expansión de nuestro modelo de crecimiento socioeconómico, a la luz de los datos que hoy conocemos, todo ello en sendas publicaciones científicas de prestigio: American Scientist, y Scientific American.
En el primer caso, Hall y Day han acudido como fuente de referencia a la revisión del conocido libro “Los límites del crecimiento”, de la pareja Meadows y J. Randers, del año 1972, que advertía de tendencias insostenibles en nuestra civilización industrial. Lo hacen incorporando de forma preeminente el declive del petróleo como realidad más o menos inminente, dando ellos por hecho un descenso desde el año 2008. Rememoran los autores las advertencias sobre los límites, desde el denostado Malthus al análisis sobre “la bomba poblacional”, o los modelos de declive energético del geólogo Marion K. Hubbert. La aportación de Hall y Day a la discusión sobre los límites se centra en la creciente constatación de que cada vez es necesario invertir más energía para obtener cada unidad energética: parte del concepto acuñado de “Tasa de retorno energética”, en su acepción en español. Los límites se alcanzan porque, en un modelo dinámico de crecientes exigencias, la “calidad” de los recursos disminuye al ser preciso invertir más para obtener lo mismo o, incluso, menos, como ocurre con el petróleo extraído en los EE.UU. entre los años 1900 y 2000: en el año 2000 se requería seis veces más esfuerzo que en 1900 para tener un barril de crudo.
Por otro lado, Lester Brown, especializado en el sistema alimentario mundial, se pregunta, sin mayores rodeos, si existe el riesgo de que la escasez alimentaria pueda dar al traste con nuestra civilización. El investigador basa la contundente reflexión en tendencias de agotamiento de recursos no renovables más que inquietantes, al tiempo que hace un repaso por la novísima figura de los Estados fallidos, que han respondido con altercados y problemas sociales importantes a la advertencia del año 2007 y 2008 de incremento de los precios alimentarios y energéticos. Brown estima que la escasez de agua será creciente dado el declive de grandes acuíferos en países productores como EE.UU., China o la India, como lo está siendo ya la pérdida de suelo fértil y los efectos del cambio climático en la producción de cosechas, amén de nuestra dependencia de los combustibles fósiles para comer. Como ocurrió con el petróleo, el escaso margen entre oferta y demanda en la producción de cereales, que fue vox populi en el primer lustro del Siglo XXI, trajo como consecuencia la espiral alcista que atrajo a los especuladores, y que comenzó a poner en jaque a las economías más pobres del Mundo entre el año 2007 y 2008.
Hay quien se considera ajeno a esas dinámicas, pero nos recuerda Brown que el riesgo sistémico no conoce de fronteras. En concreto, acude a las turbulencias financieras para explicar que la abundancia que atrae el dinero se torna en magra escasez cuando se disuelve la confianza en el crecimiento que alimenta la deuda con la que pagamos lo inmediato. Todo ello dentro de un entorno de creciente polarización: se dedica más cereal a los agrocombustibles y a la ganadería intensiva, y menos a quienes no tienen cómo competir con nuestros supermercados abundantes. Pero podemos concluir que nadie es ajeno a los riesgos inherentes a esta compleja situación.
Se preguntan, por último, estos autores por las alternativas, y ambos coinciden en la necesidad del reconocimiento de la dimensión del problema además de explicitar su preocupación por la dinámica demográfica insostenible actual. La cuestión, pues, no es ya puramente financiera o especulativa, o de “cambio de modelo productivo”, sino de alcance de límites globales, como parece estamos viviendo.
Juan Jesús Bermúdez
Tres grandes investigadores han repensado los límites de expansión de nuestro modelo de crecimiento socioeconómico.
05-05-2009
Tres grandes investigadores, los ecólogos norteamericanos Charles S. Hall y John W. Day, así como el también americano y fundador del Worldwatch Institute, Lester Brown, han repensado los límites de expansión de nuestro modelo de crecimiento socioeconómico, a la luz de los datos que hoy conocemos, todo ello en sendas publicaciones científicas de prestigio: American Scientist, y Scientific American.
En el primer caso, Hall y Day han acudido como fuente de referencia a la revisión del conocido libro “Los límites del crecimiento”, de la pareja Meadows y J. Randers, del año 1972, que advertía de tendencias insostenibles en nuestra civilización industrial. Lo hacen incorporando de forma preeminente el declive del petróleo como realidad más o menos inminente, dando ellos por hecho un descenso desde el año 2008. Rememoran los autores las advertencias sobre los límites, desde el denostado Malthus al análisis sobre “la bomba poblacional”, o los modelos de declive energético del geólogo Marion K. Hubbert. La aportación de Hall y Day a la discusión sobre los límites se centra en la creciente constatación de que cada vez es necesario invertir más energía para obtener cada unidad energética: parte del concepto acuñado de “Tasa de retorno energética”, en su acepción en español. Los límites se alcanzan porque, en un modelo dinámico de crecientes exigencias, la “calidad” de los recursos disminuye al ser preciso invertir más para obtener lo mismo o, incluso, menos, como ocurre con el petróleo extraído en los EE.UU. entre los años 1900 y 2000: en el año 2000 se requería seis veces más esfuerzo que en 1900 para tener un barril de crudo.
Por otro lado, Lester Brown, especializado en el sistema alimentario mundial, se pregunta, sin mayores rodeos, si existe el riesgo de que la escasez alimentaria pueda dar al traste con nuestra civilización. El investigador basa la contundente reflexión en tendencias de agotamiento de recursos no renovables más que inquietantes, al tiempo que hace un repaso por la novísima figura de los Estados fallidos, que han respondido con altercados y problemas sociales importantes a la advertencia del año 2007 y 2008 de incremento de los precios alimentarios y energéticos. Brown estima que la escasez de agua será creciente dado el declive de grandes acuíferos en países productores como EE.UU., China o la India, como lo está siendo ya la pérdida de suelo fértil y los efectos del cambio climático en la producción de cosechas, amén de nuestra dependencia de los combustibles fósiles para comer. Como ocurrió con el petróleo, el escaso margen entre oferta y demanda en la producción de cereales, que fue vox populi en el primer lustro del Siglo XXI, trajo como consecuencia la espiral alcista que atrajo a los especuladores, y que comenzó a poner en jaque a las economías más pobres del Mundo entre el año 2007 y 2008.
Hay quien se considera ajeno a esas dinámicas, pero nos recuerda Brown que el riesgo sistémico no conoce de fronteras. En concreto, acude a las turbulencias financieras para explicar que la abundancia que atrae el dinero se torna en magra escasez cuando se disuelve la confianza en el crecimiento que alimenta la deuda con la que pagamos lo inmediato. Todo ello dentro de un entorno de creciente polarización: se dedica más cereal a los agrocombustibles y a la ganadería intensiva, y menos a quienes no tienen cómo competir con nuestros supermercados abundantes. Pero podemos concluir que nadie es ajeno a los riesgos inherentes a esta compleja situación.
Se preguntan, por último, estos autores por las alternativas, y ambos coinciden en la necesidad del reconocimiento de la dimensión del problema además de explicitar su preocupación por la dinámica demográfica insostenible actual. La cuestión, pues, no es ya puramente financiera o especulativa, o de “cambio de modelo productivo”, sino de alcance de límites globales, como parece estamos viviendo.
Juan Jesús Bermúdez
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