Vecinos de Valencia narran cómo viven un verano sin tregua, mientras los demás descansan en sus vacaciones.
Ha llegado agosto y, como cada año, la desbandada ha sido implacable. Comercios cerrados, servicios reducidos en los transportes y calor, mucho calor sobre el asfalto. No obstante, no todo es vacío en Valencia cuando llega el agosto. Exceptuando los turistas y sus planos, la ciudad se queda en manos de unos pocos que sí permanecen custodiando la fortaleza. Algunos por obligación, otros por voluntad.
¿Y quién trabaja mientras la mayoría descansa? Multitud de personas pertenecientes a un amplio abanico de sectores ven pasar a los veraneantes mientras ellos continúan, inmutables, con su jornada laboral, en una ciudad en coma, en modo de espera.
Tal es el caso de Miguel, de 37 años, jefe de equipo en una empresa de mantenimiento y obra civil, y de sus dos compañeros, César, de 48, y Jesús, de 28 años. Estos días trabajan a pleno sol arreglando las aceras de la plaza del Ayuntamiento. En sus rostros se aprecian perlas de sudor. En una actividad tan física como la suya es fundamental la hidratación, motivo por el cual beben litros y litros de agua al día. Los tres aseguran que, aunque las condiciones de trabajo son duras, «si tienes faena, mejor». Tras vivir la experiencia del desempleo, no rehusaron este contrato de siete meses, perteneciente al Plan E, cuando se les presentó la oportunidad. Pero viven con la incertidumbre del qué pasará después. En su caso, aseguran que un trabajo de obra civil siempre se realiza mejor en los meses de verano, porque «no llueve, hay menos tráfico y los días son más largos».
Quien también pasa calor es Marta, de 39 años. Ella trabaja en uno de los carritos que hay repartidos por el centro de Valencia vendiendo horchata. Las campañas se extienden de marzo a octubre, y sus vacaciones serán de una semana en agosto. Entre tanto, se abanica en su banqueta, esperando al próximo cliente. «Con el calorcito se arriman más», apunta. Aunque dice que la horchata se consume de la misma manera, tanto en marzo como en septiembre, y que esto se debe a que «hay tradición». No le importa trabajar en los meses decretados como vacaciones. «No soy envidiosa», ríe.
Tampoco son envidiosos quienes trabajan en el sector de la hostelería y la restauración. Todos parecen asumir sus circunstancias con admirable estoicismo. Carmen, de 39 años, prefiere tomarse un descanso en períodos menos calurosos. Desde su mesa de la oficina de turismo de la calle de la Paz, reniega del verano y sentencia: «Aquí estoy bien. Tengo aire acondicionado». Distracción no le falta, en agosto es cuando más actividad hay en esta oficina -«especialmente vienen italianos y holandeses»-, por lo que su labor, al igual que la de sus compañeras, es más que necesaria. «Mis vacaciones están ahí esperándome, por eso no me importa estar aquí en verano».
Paula es la subdirectora de un hotel en el barrio del Carmen. A sus 30 años, asegura estar acostumbrada a trabajar mientras los demás descansan, ya que, por regla general, los huéspedes que se alojan en su hotel son turistas. «De hecho, en fiestas y vacaciones trabajamos más».
A Paula no le importa librar en otoño. «Lo prefiero porque todo está más barato y hay menos gente. Es lo mejor, a no ser que te guste el agosto en Benidorm».
Unas simpáticas camareras de un café de la calle Colón, Amparo y Yoselyn, de 27 y 25 años respectivamente, también se irán de vacaciones más tarde. ¿Cómo soportan el calor? «Mal», bromean. «Se hace duro trabajar mientras los clientes disfrutan de su Coca-Cola helada en la terraza».
Tanto Rossana, de 28 años, como Ion, de 32, tuvieron sus días de recreo antes de los meses de gran afluencia de turistas -julio y agosto-. Ella es guía, él conductor de uno de los autobuses turísticos que recorren Valencia a diario. Ya se han acostumbrado al calor, dicen mientras atienden a los visitantes que suben al autobús en varios idiomas.
Muchas tiendas de ropa permanecen abiertas en estos meses de calor. Son las rebajas y comienzan a entrar las nuevas temporadas. Amara, de 26 años y responsable de la sección de mujer de una tienda, se quedará en Valencia. «No me molesta, porque estoy a gusto aquí. Me alegro por mis compañeros, que pueden irse». Todo un ejemplo de generosidad.
Guardianes de la ciudad
¿Quién cuida de los edificios cuando los inquilinos se marchan de veraneo? Aunque cada vez más propietarios contratan a empresas de seguridad privada, la figura del conserje continúa presente en algunos edificios de postín. Juan Carlos, de 45 años, trabaja todo el año en el mantenimiento y limpieza de un edificio del centro de Valencia. Es un inmueble antiguo, en su mayoría de oficinas, aunque también vive en él algún que otro particular. Podría haberse tomado un mes libre, pero ha decidido quedarse para ganar un dinero extra. «Se lleva con filosofía», suspira.
El vigilante de seguridad de la Conselleria de Industria, Miguel Ángel, de 47 años, declara que en verano hay menos movimiento, porque gran parte de la actividad administrativa se reduce. Durante el año trabaja también los fines de semana, de modo que no le supone un sobre esfuerzo seguir haciéndolo ahora.
.A PIE DE CALLE
Carmen «Aquí estoy bien. Tengo aire acondicionado». Carmen trabaja en la Oficina de Turismo de la calle de la Paz.
Juan Carlos «Se lleva con filosofía». Juan Carlos es portero de un inmueble en Don Juan de Austria.
David «Dos meses es demasiado descanso para mí». David coordina las labores de socorrismo y atención a los bañistas en la playa. /A. MORALES
Amparo y Yoselyn «El calor se lleva mal». Amparo y Yoselyn son camareras de un café en la calle Colón /A. MORALES
Ha llegado agosto y, como cada año, la desbandada ha sido implacable. Comercios cerrados, servicios reducidos en los transportes y calor, mucho calor sobre el asfalto. No obstante, no todo es vacío en Valencia cuando llega el agosto. Exceptuando los turistas y sus planos, la ciudad se queda en manos de unos pocos que sí permanecen custodiando la fortaleza. Algunos por obligación, otros por voluntad.
¿Y quién trabaja mientras la mayoría descansa? Multitud de personas pertenecientes a un amplio abanico de sectores ven pasar a los veraneantes mientras ellos continúan, inmutables, con su jornada laboral, en una ciudad en coma, en modo de espera.
Tal es el caso de Miguel, de 37 años, jefe de equipo en una empresa de mantenimiento y obra civil, y de sus dos compañeros, César, de 48, y Jesús, de 28 años. Estos días trabajan a pleno sol arreglando las aceras de la plaza del Ayuntamiento. En sus rostros se aprecian perlas de sudor. En una actividad tan física como la suya es fundamental la hidratación, motivo por el cual beben litros y litros de agua al día. Los tres aseguran que, aunque las condiciones de trabajo son duras, «si tienes faena, mejor». Tras vivir la experiencia del desempleo, no rehusaron este contrato de siete meses, perteneciente al Plan E, cuando se les presentó la oportunidad. Pero viven con la incertidumbre del qué pasará después. En su caso, aseguran que un trabajo de obra civil siempre se realiza mejor en los meses de verano, porque «no llueve, hay menos tráfico y los días son más largos».
Quien también pasa calor es Marta, de 39 años. Ella trabaja en uno de los carritos que hay repartidos por el centro de Valencia vendiendo horchata. Las campañas se extienden de marzo a octubre, y sus vacaciones serán de una semana en agosto. Entre tanto, se abanica en su banqueta, esperando al próximo cliente. «Con el calorcito se arriman más», apunta. Aunque dice que la horchata se consume de la misma manera, tanto en marzo como en septiembre, y que esto se debe a que «hay tradición». No le importa trabajar en los meses decretados como vacaciones. «No soy envidiosa», ríe.
Tampoco son envidiosos quienes trabajan en el sector de la hostelería y la restauración. Todos parecen asumir sus circunstancias con admirable estoicismo. Carmen, de 39 años, prefiere tomarse un descanso en períodos menos calurosos. Desde su mesa de la oficina de turismo de la calle de la Paz, reniega del verano y sentencia: «Aquí estoy bien. Tengo aire acondicionado». Distracción no le falta, en agosto es cuando más actividad hay en esta oficina -«especialmente vienen italianos y holandeses»-, por lo que su labor, al igual que la de sus compañeras, es más que necesaria. «Mis vacaciones están ahí esperándome, por eso no me importa estar aquí en verano».
Paula es la subdirectora de un hotel en el barrio del Carmen. A sus 30 años, asegura estar acostumbrada a trabajar mientras los demás descansan, ya que, por regla general, los huéspedes que se alojan en su hotel son turistas. «De hecho, en fiestas y vacaciones trabajamos más».
A Paula no le importa librar en otoño. «Lo prefiero porque todo está más barato y hay menos gente. Es lo mejor, a no ser que te guste el agosto en Benidorm».
Unas simpáticas camareras de un café de la calle Colón, Amparo y Yoselyn, de 27 y 25 años respectivamente, también se irán de vacaciones más tarde. ¿Cómo soportan el calor? «Mal», bromean. «Se hace duro trabajar mientras los clientes disfrutan de su Coca-Cola helada en la terraza».
Tanto Rossana, de 28 años, como Ion, de 32, tuvieron sus días de recreo antes de los meses de gran afluencia de turistas -julio y agosto-. Ella es guía, él conductor de uno de los autobuses turísticos que recorren Valencia a diario. Ya se han acostumbrado al calor, dicen mientras atienden a los visitantes que suben al autobús en varios idiomas.
Muchas tiendas de ropa permanecen abiertas en estos meses de calor. Son las rebajas y comienzan a entrar las nuevas temporadas. Amara, de 26 años y responsable de la sección de mujer de una tienda, se quedará en Valencia. «No me molesta, porque estoy a gusto aquí. Me alegro por mis compañeros, que pueden irse». Todo un ejemplo de generosidad.
Guardianes de la ciudad
¿Quién cuida de los edificios cuando los inquilinos se marchan de veraneo? Aunque cada vez más propietarios contratan a empresas de seguridad privada, la figura del conserje continúa presente en algunos edificios de postín. Juan Carlos, de 45 años, trabaja todo el año en el mantenimiento y limpieza de un edificio del centro de Valencia. Es un inmueble antiguo, en su mayoría de oficinas, aunque también vive en él algún que otro particular. Podría haberse tomado un mes libre, pero ha decidido quedarse para ganar un dinero extra. «Se lleva con filosofía», suspira.
El vigilante de seguridad de la Conselleria de Industria, Miguel Ángel, de 47 años, declara que en verano hay menos movimiento, porque gran parte de la actividad administrativa se reduce. Durante el año trabaja también los fines de semana, de modo que no le supone un sobre esfuerzo seguir haciéndolo ahora.
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David «Dos meses es demasiado descanso para mí». David coordina las labores de socorrismo y atención a los bañistas en la playa. /A. MORALES
Amparo y Yoselyn «El calor se lleva mal». Amparo y Yoselyn son camareras de un café en la calle Colón /A. MORALES
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