EMILIA Hurtado lleva cuatro años trabajando como vigilante de seguridad. Ha interceptado a delincuentes buscados por la Interpol, a ladrones y a traficantes de droga. Ha vivido situaciones límite y momentos de tensión. «Pero nunca he visto nada parecido a la batalla campal que se formó en el Clínico», confiesa la mujer, que tiene 39 años.
Le tocó el servicio de puerta en las urgencias del hospital junto a otro compañero. La noche transcurrió tranquila hasta las siete de la mañana, cuando llegaron tres ambulancias seguidas con varios heridos. «En ese momento, intuí que aquello se nos iba a desbordar. Le dije a mi compañero que llamara a la policía, que se nos podía ir de las manos, pero él me comentó que esperáramos un poco».
Recuerda que comenzaron a llegar familiares y amigos de los heridos. «Les pedimos que pasaran a verlos de uno en uno, pero estaban muy nerviosos. Se liaron a patadas y a puñetazos con cristales y papeleras. Uno de ellos tenía una brecha y se puso agresivo porque quería que lo atendieran, pero los médicos no daban abasto de tanto coser», cuenta.
Entonces llegó otra tanda de jóvenes que iban dejando coches en doble fila en la entrada de urgencias. Cruce de miradas, un par de palabras y ahí comenzó todo. Una batalla campal en el hospital. «Aquello era la marabunta», describe la vigilante de seguridad. «Dentro de urgencias -continúa- había 25 o 30 jóvenes, y en la puerta otros tantos. Podía haber por los menos 50».
Comienzo de la reyerta
Cuando comenzó la reyerta, Emilia buscó a su compañero con la mirada. «Vi cómo le pegaban varios individuos y me metí. Al final, me llevé la peor parte», confiesa la vigilante, que lleva desde el domingo postrada en una cama del Parque de San Antonio. Tiene una fisura en la muñeca y daños en la zona cervical que le obligan a llevar collarín. «No puedo levantarme. Hasta me tienen que dar de comer», dice.
Emilia recuerda con nitidez cada momento de la pelea hasta el instante en que cuatro jóvenes se abalanzaron sobre ella. «A partir de ahí, no me acuerdo de nada más. Me quedé inconsciente», apunta la mujer. Una mano amiga la rescató del ojo de huracán: «Yo sé quién es. Fue una celadora. Dicen que me cogió del brazo y me arrastró por el suelo para sacarme de la pelea».
Cuando recuperó la consciencia, se encontró en una habitación de las urgencias con la mano metida en hielo. «Los compañeros -se refiere a los vigilantes- vinieron hacia mí llorando. Nos hinchamos de llorar los tres», explica.
Entonces, al dolor de la agresión se unió el de la impotencia. «Lo primero que te preguntas es por qué. Llamamos cinco veces a la policía, que tardó 25 minutos en llegar. La última vez, les gritamos por teléfono: '¿Vengan de una vez, que nos van a matar!'». Y todo eso le lleva a otra reflexión: «Nosotros estamos para defender a médicos, enfermeros, celadores, pero todos se escondieron al ver la pelea. Entonces, ¿quién nos defiende a nosotros? Estamos vendidos. ¿Y si me dan una puñalada y ellos están escondidos?».
Emilia no teme volver al trabajo. «No tengo miedo. Yo no me achico, pero la verdad es que cuando me incorpore voy a tener que comprarme un chaleco antibalas», bromea. Pronto adopta un tono más serio. «A mí, esto no me va a costar la vida. Y lo he visto muy cerca... ».
Diez lesionados
La multitudinaria pelea del Clínico acabó con siete jóvenes atendidos en el hospital con brechas en la cabeza y cortes en la cara -otros tantos huyeron del lugar al escuchar las sirenas de la policía- y tres vigilantes heridos. Emilia ha sufrido las lesiones más graves, pero otros dos compañeros también presentaron hematomas y contusiones de carácter leve.
Los hechos han despertado la preocupación entre el personal sanitario, acostumbrado a incidentes puntuales, pero no a estas batallas campales. Ayer, numerosos médicos, enfermeros, celadores y vigilantes se concentraron a las 13.00 horas en la puerta del Clínico para mostrar su repulsa ante estos hechos y para pedir más seguridad. Por su parte, el gerente del centro sanitario, Antonio Pérez Rielo, hizo un llamamiento a la cordura de los usuarios de las urgencias.
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Le tocó el servicio de puerta en las urgencias del hospital junto a otro compañero. La noche transcurrió tranquila hasta las siete de la mañana, cuando llegaron tres ambulancias seguidas con varios heridos. «En ese momento, intuí que aquello se nos iba a desbordar. Le dije a mi compañero que llamara a la policía, que se nos podía ir de las manos, pero él me comentó que esperáramos un poco».
Recuerda que comenzaron a llegar familiares y amigos de los heridos. «Les pedimos que pasaran a verlos de uno en uno, pero estaban muy nerviosos. Se liaron a patadas y a puñetazos con cristales y papeleras. Uno de ellos tenía una brecha y se puso agresivo porque quería que lo atendieran, pero los médicos no daban abasto de tanto coser», cuenta.
Entonces llegó otra tanda de jóvenes que iban dejando coches en doble fila en la entrada de urgencias. Cruce de miradas, un par de palabras y ahí comenzó todo. Una batalla campal en el hospital. «Aquello era la marabunta», describe la vigilante de seguridad. «Dentro de urgencias -continúa- había 25 o 30 jóvenes, y en la puerta otros tantos. Podía haber por los menos 50».
Comienzo de la reyerta
Cuando comenzó la reyerta, Emilia buscó a su compañero con la mirada. «Vi cómo le pegaban varios individuos y me metí. Al final, me llevé la peor parte», confiesa la vigilante, que lleva desde el domingo postrada en una cama del Parque de San Antonio. Tiene una fisura en la muñeca y daños en la zona cervical que le obligan a llevar collarín. «No puedo levantarme. Hasta me tienen que dar de comer», dice.
Emilia recuerda con nitidez cada momento de la pelea hasta el instante en que cuatro jóvenes se abalanzaron sobre ella. «A partir de ahí, no me acuerdo de nada más. Me quedé inconsciente», apunta la mujer. Una mano amiga la rescató del ojo de huracán: «Yo sé quién es. Fue una celadora. Dicen que me cogió del brazo y me arrastró por el suelo para sacarme de la pelea».
Cuando recuperó la consciencia, se encontró en una habitación de las urgencias con la mano metida en hielo. «Los compañeros -se refiere a los vigilantes- vinieron hacia mí llorando. Nos hinchamos de llorar los tres», explica.
Entonces, al dolor de la agresión se unió el de la impotencia. «Lo primero que te preguntas es por qué. Llamamos cinco veces a la policía, que tardó 25 minutos en llegar. La última vez, les gritamos por teléfono: '¿Vengan de una vez, que nos van a matar!'». Y todo eso le lleva a otra reflexión: «Nosotros estamos para defender a médicos, enfermeros, celadores, pero todos se escondieron al ver la pelea. Entonces, ¿quién nos defiende a nosotros? Estamos vendidos. ¿Y si me dan una puñalada y ellos están escondidos?».
Emilia no teme volver al trabajo. «No tengo miedo. Yo no me achico, pero la verdad es que cuando me incorpore voy a tener que comprarme un chaleco antibalas», bromea. Pronto adopta un tono más serio. «A mí, esto no me va a costar la vida. Y lo he visto muy cerca... ».
Diez lesionados
La multitudinaria pelea del Clínico acabó con siete jóvenes atendidos en el hospital con brechas en la cabeza y cortes en la cara -otros tantos huyeron del lugar al escuchar las sirenas de la policía- y tres vigilantes heridos. Emilia ha sufrido las lesiones más graves, pero otros dos compañeros también presentaron hematomas y contusiones de carácter leve.
Los hechos han despertado la preocupación entre el personal sanitario, acostumbrado a incidentes puntuales, pero no a estas batallas campales. Ayer, numerosos médicos, enfermeros, celadores y vigilantes se concentraron a las 13.00 horas en la puerta del Clínico para mostrar su repulsa ante estos hechos y para pedir más seguridad. Por su parte, el gerente del centro sanitario, Antonio Pérez Rielo, hizo un llamamiento a la cordura de los usuarios de las urgencias.
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