Dos años después, Israel sigue perdiendo y Hezbolá, ganando
Por Jeff Jacoby
La guerra que siguió, una guerra para la que Hezbolá llevaba seis años preparándose –por eso construyó búnkeres reforzados, por eso acumuló miles de cohetes Katyusha a lo largo de la frontera...–, fue un desastre para Israel, que durante esos 33 sangrientos días no consiguió uno solo de sus objetivos: no acabó con Hezbolá, no consiguió detener la lluvia de cohetes que caía sobre el norte de su territorio y no rescató a los soldados secuestrados.
Nunca antes la capacidad disuasoria de Israel y su reputación de rival formidable en el terreno militar habían sufrido un golpe semejante. Por primera vez en su historia, el Estado judío se había enfrentado a un ejército árabe y no había logrado derrotarlo. Cuando las hostilidades cesaron, a raíz de la aprobación de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Hezbolá aún seguía en pie; ensangrentada pero en pie.
Dos años más tarde, Israel sigue pagando su derrota.
Hace escasas fechas, el Gobierno del primer ministro Ehud Olmert accedió, en lo que sólo puede interpretarse como una capitulación humillante, a liberar a cinco terroristas –entre otros presos de los que se ingnora su nombre y su número– a cambio de los cadáveres de Regev y Goldwasser. Entre los sujetos que van a ser puestos en libertad se cuenta el célebre asesino palestino Samir Kuntar, que en 1979 mató al niño de 4 años Einat Haran machacándole la cabeza con la culata de su fusil, luego de disparar a su padre por la espalda y ahogarlo en el mar. Kuntar, que también asesinó a dos policías y fue responsable de la muerte de la hermana de Einat, una criatura de 2 años, está siendo jaleado como un héroe por los enemigos de Israel. La Autoridad Palestina le saluda como un "valiente guerrero", y las calles de Beirut están engalanadas con su fotografía.
No es la primera que Israel negocia con terroristas a cambio de rehenes o cadáveres israelíes, y tampoco es la primera vez que accede a liberar a asesinos brutales. Cuando procede de esta forma, lo único que consigue es asegurar nuevos asesinatos y secuestros de israelíes.
Con este tipo de acuerdos, Israel somete a una profunda erosión los restos de esa reputación que tuvo un día de no tolerar sin venganza la muerte de israelíes a manos de terroristas. El Israel que en 1976 envió un comando especial a la lejanísima Uganda para rescatar a unos judíos que permanecían secuestrados en el aeropuerto de Entebbe suscitaba respeto y miedo entre sus enemigos; el de hoy, sólo desdén. El líder de Hezbolá, Hassán Nasrala, ha dicho que, pese a su poderío militar y atómico, Israel es "débil como una telaraña". Acuerdos como el que pondrá en la calle al asesino Kuntar no pueden sino reforzar las afirmaciones de Nasralá.
Durante bastante tiempo, mucha gente quitó importancia a la victoria de Hezbolá en la guerra del Líbano. Así, Thomas Friedman escribió en el New York Times que la organización de Nasralá –así como Tehrán y Damasco– había visto reducida su capacidad de maniobra y no había alcanzado uno solo de sus objetivos estratégicos. Asimismo, la Unifil, esto es, la fuerza de pacificación de Naciones Unidas encargada de patrullar la frontera israelo-libanesa y de evitar el rearme de Hezbolá, suponía "una enorme pérdida estratégica" para la organización terrorista, sostenía Friedman.
Pero Unifil no ha evitado nada, y la 1701 es papel mojado. Lejos de evitar el rearme de Hezbolá, los pacificadores de Naciones Unidas se han hecho los suecos ante su reabastecimiento a manos de Irán. De hecho, Hezbolá está hoy mejor armada que en julio de 2006: se estima que tiene 40.000 cohetes desplegados al norte de la frontera, y que está en disposición de atacar al 97% de la población israelí. Según la inteligencia militar del Estado judío, en el sur del Líbano hay unos 2.500 terroristas de Hezbolá, que, por ejemplo, habrían construido unos sofisticados búnkeres subterráneos con plataformas de lanzamiento de cohetes y proyectiles de mortero que pueden ser disparados por control remoto.
Lo más alarmante de todo es que Hezbolá se ha hecho con el control del Gobierno libanés, luego de intimidarlo hasta la sumisión con las violentas incursiones en Beirut que perpetró en mayo. Hezbolá reclama el derecho a designar once ministros, lo cual le permitiría vetar cualquier decisión del Ejecutivo. Así las cosas, Hezbolá ya no es una organización terrorista patrocinada por un Estado; es algo mucho peor: una organización terrorista que dispone de un Estado
Por Jeff Jacoby
Se cumplen ahora dos años de la última guerra del Líbano. El 12 de julio de 2006 Hezbolá, una organización política y terrorista que cuenta con el patrocinio de Irán y el respaldo de Siria, llevó a cabo una incursión –sin que mediara provocación alguna– en la frontera que separa el Líbano de Israel, durante la cual mató a tres soldados israelíes y secuestró a otros dos, Eldad Regev y Ehud Goldwasser. |
La guerra que siguió, una guerra para la que Hezbolá llevaba seis años preparándose –por eso construyó búnkeres reforzados, por eso acumuló miles de cohetes Katyusha a lo largo de la frontera...–, fue un desastre para Israel, que durante esos 33 sangrientos días no consiguió uno solo de sus objetivos: no acabó con Hezbolá, no consiguió detener la lluvia de cohetes que caía sobre el norte de su territorio y no rescató a los soldados secuestrados.
Nunca antes la capacidad disuasoria de Israel y su reputación de rival formidable en el terreno militar habían sufrido un golpe semejante. Por primera vez en su historia, el Estado judío se había enfrentado a un ejército árabe y no había logrado derrotarlo. Cuando las hostilidades cesaron, a raíz de la aprobación de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Hezbolá aún seguía en pie; ensangrentada pero en pie.
Dos años más tarde, Israel sigue pagando su derrota.
Hace escasas fechas, el Gobierno del primer ministro Ehud Olmert accedió, en lo que sólo puede interpretarse como una capitulación humillante, a liberar a cinco terroristas –entre otros presos de los que se ingnora su nombre y su número– a cambio de los cadáveres de Regev y Goldwasser. Entre los sujetos que van a ser puestos en libertad se cuenta el célebre asesino palestino Samir Kuntar, que en 1979 mató al niño de 4 años Einat Haran machacándole la cabeza con la culata de su fusil, luego de disparar a su padre por la espalda y ahogarlo en el mar. Kuntar, que también asesinó a dos policías y fue responsable de la muerte de la hermana de Einat, una criatura de 2 años, está siendo jaleado como un héroe por los enemigos de Israel. La Autoridad Palestina le saluda como un "valiente guerrero", y las calles de Beirut están engalanadas con su fotografía.
No es la primera que Israel negocia con terroristas a cambio de rehenes o cadáveres israelíes, y tampoco es la primera vez que accede a liberar a asesinos brutales. Cuando procede de esta forma, lo único que consigue es asegurar nuevos asesinatos y secuestros de israelíes.
Con este tipo de acuerdos, Israel somete a una profunda erosión los restos de esa reputación que tuvo un día de no tolerar sin venganza la muerte de israelíes a manos de terroristas. El Israel que en 1976 envió un comando especial a la lejanísima Uganda para rescatar a unos judíos que permanecían secuestrados en el aeropuerto de Entebbe suscitaba respeto y miedo entre sus enemigos; el de hoy, sólo desdén. El líder de Hezbolá, Hassán Nasrala, ha dicho que, pese a su poderío militar y atómico, Israel es "débil como una telaraña". Acuerdos como el que pondrá en la calle al asesino Kuntar no pueden sino reforzar las afirmaciones de Nasralá.
Durante bastante tiempo, mucha gente quitó importancia a la victoria de Hezbolá en la guerra del Líbano. Así, Thomas Friedman escribió en el New York Times que la organización de Nasralá –así como Tehrán y Damasco– había visto reducida su capacidad de maniobra y no había alcanzado uno solo de sus objetivos estratégicos. Asimismo, la Unifil, esto es, la fuerza de pacificación de Naciones Unidas encargada de patrullar la frontera israelo-libanesa y de evitar el rearme de Hezbolá, suponía "una enorme pérdida estratégica" para la organización terrorista, sostenía Friedman.
Pero Unifil no ha evitado nada, y la 1701 es papel mojado. Lejos de evitar el rearme de Hezbolá, los pacificadores de Naciones Unidas se han hecho los suecos ante su reabastecimiento a manos de Irán. De hecho, Hezbolá está hoy mejor armada que en julio de 2006: se estima que tiene 40.000 cohetes desplegados al norte de la frontera, y que está en disposición de atacar al 97% de la población israelí. Según la inteligencia militar del Estado judío, en el sur del Líbano hay unos 2.500 terroristas de Hezbolá, que, por ejemplo, habrían construido unos sofisticados búnkeres subterráneos con plataformas de lanzamiento de cohetes y proyectiles de mortero que pueden ser disparados por control remoto.
Lo más alarmante de todo es que Hezbolá se ha hecho con el control del Gobierno libanés, luego de intimidarlo hasta la sumisión con las violentas incursiones en Beirut que perpetró en mayo. Hezbolá reclama el derecho a designar once ministros, lo cual le permitiría vetar cualquier decisión del Ejecutivo. Así las cosas, Hezbolá ya no es una organización terrorista patrocinada por un Estado; es algo mucho peor: una organización terrorista que dispone de un Estado
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