El Sevilla se despide con ridículo
El Calcio agoniza, los estadios son sepulcros semivacíos, el catenaccio exageró su efecto devastador hasta convertir un partido de Liga en un ejercicio muy cercano al masoquismo... Vale, todo eso es cierto. Pero jugarse las castañas con un equipo italiano sigue siendo una cosa seria. Que se lo digan al Sevilla, incapaz de ganar, ni siquiera empatar, a un conjunto sin fútbol, pero con entrañas y emoción. En un escenario que le exigía jerarquía, el bicampeón de la UEFA se estrelló con estrépito y se despidió, por la vía rápida, de la competición que le ha deparado su mayor gloria durante los últimos tiempos.
[Narración] [ÁLBUM] [Clasificaciones]
Poco quedó de aquel Sevilla heroico y orgulloso. Apenas Andrés Palop, un coloso que mantuvo a su equipo con más vida de la que mereció. A su alrededor, sólo encontró timidez y abandono entre el grupo de Manolo Jiménez, un entrenador que sigue demostrando que las finales no son lo suyo. Otra vez, su fracaso fue absoluto en un encuentro que no entendía de medias tintas. Tras lo vivido el año pasado con el Fenerbahçe en la Champions y con el Barcelona en la Copa, hay que colegir que el vicio viene de lejos y que no se ha corregido.
El batacazo de Génova devuelve todas las dudas que el Sevilla había dejado enterradas en el Bernabéu, y le devuelve un perfil de equipo vulgar, sin grandeza. Ayer, sobrevivió con un concepto tan italiano como el agonismo, y en esa batalla no tuvo nada que rascar con la Sampdoria.
Nunca eligió el fútbol para superar a un rival sin mucha chicha, y que no dio ninguna alternativa al guión. Sin posibilidad de fútbol, trató de imponerse por físico. Los genoveses, por supuesto, no repararon en gastos en su intento de intimidación. Partes inhabituales en el juego, como las caderas y los codos, adquirieron una relevancia inusitada, para empujar, para pegar. El Sevilla no rehuyó el combate, especialmente Fazio, que embistió como un bisonte. Detrás de él, Maresca se encargó de ralentizar y equivocar toda pelota que pasara por sus pies, gimnasia en la que se ha revelado como todo un maestro. Entre unos y otros, al fin, el partido resultó un pestiño.
Al filo de la navaja
Así llegó al Sevilla al descanso, caminando por el filo de la navaja como un sonámbulo, consciente de que, poco a poco, había ido cayendo en la trampa de la Sampdoria. Del primer tiempo se marchó con un solo remate a puerta, nada claro, pero que Luis Fabiano convirtió en medio gol. Castellazzi se lució. El pulso entre los porteros fue de lo más interesante en tan grisácea noche.
De otros hubo menos que hablar. De Cassano, por ejemplo. Del díscolo, insoportable y genial Cassano, el único rayo de luz entre las tinieblas de la Sampdoria. El show de Cassano no pasó ayer, en cualquier caso, del de un tipo en decadencia. Abusó con unos cañitos de David Prieto, primero, y se desesperó luego, con un festival de gestos que ni Jim Carrey, por la imprecisión de los suyos. Cassano dio la medida exacta de las penurias de la Sampdoria, obligada a aguantar a un personaje tan disparatado para poseer algo de luz y talento. Andando, Cassano nunca dejó de resultar inquietante.
El Sevilla pareció entender, en el arranque del segundo tiempo, que necesitaba ofrecer algo más. Los signos, sin embargo, pronto volvieron a inquietarle. Konko se convirtió en su segundo lesionado. En el calentamiento, se había roto Squillaci. Un poco después, Adriano también se marchaba renqueante. Para entonces, superada la hora, el Sevilla estaba muerto... sólo asistido por el suero de un Palop heroico. Conscientes de que el triunfo del Stuttgart les dejaba fuera, la Sampdoria cayó en tromba sobre el área sevillista. En 10 minutos, Palop hizo tres paradas milagrosas a Belluci, Delvecchio y Sanmarco.
La tragedia estaba cerca. Y se consumó con la renovación de un viejo drama, la defensa en los balones parados. Bottinelli remató con el pecho un saque de falta, ante la impasibilidad de la defensa sevillista. El bicampeón estaba fuera, víctima, otra vez, de una secuencia perversa: Del Nido berrea («Aquéllos que no apostaban por este proyecto tienen la ocasión para rectificar»), su entrenador se arruga y el Sevilla se la pega. Los hay que no aprenden.
El Calcio agoniza, los estadios son sepulcros semivacíos, el catenaccio exageró su efecto devastador hasta convertir un partido de Liga en un ejercicio muy cercano al masoquismo... Vale, todo eso es cierto. Pero jugarse las castañas con un equipo italiano sigue siendo una cosa seria. Que se lo digan al Sevilla, incapaz de ganar, ni siquiera empatar, a un conjunto sin fútbol, pero con entrañas y emoción. En un escenario que le exigía jerarquía, el bicampeón de la UEFA se estrelló con estrépito y se despidió, por la vía rápida, de la competición que le ha deparado su mayor gloria durante los últimos tiempos.
[Narración] [ÁLBUM] [Clasificaciones]
Poco quedó de aquel Sevilla heroico y orgulloso. Apenas Andrés Palop, un coloso que mantuvo a su equipo con más vida de la que mereció. A su alrededor, sólo encontró timidez y abandono entre el grupo de Manolo Jiménez, un entrenador que sigue demostrando que las finales no son lo suyo. Otra vez, su fracaso fue absoluto en un encuentro que no entendía de medias tintas. Tras lo vivido el año pasado con el Fenerbahçe en la Champions y con el Barcelona en la Copa, hay que colegir que el vicio viene de lejos y que no se ha corregido.
El batacazo de Génova devuelve todas las dudas que el Sevilla había dejado enterradas en el Bernabéu, y le devuelve un perfil de equipo vulgar, sin grandeza. Ayer, sobrevivió con un concepto tan italiano como el agonismo, y en esa batalla no tuvo nada que rascar con la Sampdoria.
Nunca eligió el fútbol para superar a un rival sin mucha chicha, y que no dio ninguna alternativa al guión. Sin posibilidad de fútbol, trató de imponerse por físico. Los genoveses, por supuesto, no repararon en gastos en su intento de intimidación. Partes inhabituales en el juego, como las caderas y los codos, adquirieron una relevancia inusitada, para empujar, para pegar. El Sevilla no rehuyó el combate, especialmente Fazio, que embistió como un bisonte. Detrás de él, Maresca se encargó de ralentizar y equivocar toda pelota que pasara por sus pies, gimnasia en la que se ha revelado como todo un maestro. Entre unos y otros, al fin, el partido resultó un pestiño.
Al filo de la navaja
Así llegó al Sevilla al descanso, caminando por el filo de la navaja como un sonámbulo, consciente de que, poco a poco, había ido cayendo en la trampa de la Sampdoria. Del primer tiempo se marchó con un solo remate a puerta, nada claro, pero que Luis Fabiano convirtió en medio gol. Castellazzi se lució. El pulso entre los porteros fue de lo más interesante en tan grisácea noche.
De otros hubo menos que hablar. De Cassano, por ejemplo. Del díscolo, insoportable y genial Cassano, el único rayo de luz entre las tinieblas de la Sampdoria. El show de Cassano no pasó ayer, en cualquier caso, del de un tipo en decadencia. Abusó con unos cañitos de David Prieto, primero, y se desesperó luego, con un festival de gestos que ni Jim Carrey, por la imprecisión de los suyos. Cassano dio la medida exacta de las penurias de la Sampdoria, obligada a aguantar a un personaje tan disparatado para poseer algo de luz y talento. Andando, Cassano nunca dejó de resultar inquietante.
El Sevilla pareció entender, en el arranque del segundo tiempo, que necesitaba ofrecer algo más. Los signos, sin embargo, pronto volvieron a inquietarle. Konko se convirtió en su segundo lesionado. En el calentamiento, se había roto Squillaci. Un poco después, Adriano también se marchaba renqueante. Para entonces, superada la hora, el Sevilla estaba muerto... sólo asistido por el suero de un Palop heroico. Conscientes de que el triunfo del Stuttgart les dejaba fuera, la Sampdoria cayó en tromba sobre el área sevillista. En 10 minutos, Palop hizo tres paradas milagrosas a Belluci, Delvecchio y Sanmarco.
La tragedia estaba cerca. Y se consumó con la renovación de un viejo drama, la defensa en los balones parados. Bottinelli remató con el pecho un saque de falta, ante la impasibilidad de la defensa sevillista. El bicampeón estaba fuera, víctima, otra vez, de una secuencia perversa: Del Nido berrea («Aquéllos que no apostaban por este proyecto tienen la ocasión para rectificar»), su entrenador se arruga y el Sevilla se la pega. Los hay que no aprenden.
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