Mirar el mar siempre ha sido una actividad primordial en los atuneros, pero tradicionalmente se buscaban gaviotas, esas bandadas impacientes que, en su disputa por los despojos que dejan en su avance los grandes peces, delatan la posición de los bancos de atunes. Ahora, en el Índico, los ojos que escrutan las aguas también andan pendientes de otros pájaros, unas siniestras aves de rapiña que se mueven en esquifes y van provistas de fusiles de asalto y lanzagranadas. El auge de la piratería en la región de Somalia ha convertido a los atuneros, esos grandes predadores diseñados por el hombre, en presas cada vez más acosadas: ayer mismo, el 'Txori Toki', un buque de la compañía bermeana Inpesca, tuvo que escapar a toda máquina de uno de estos ataques, mientras que un barco francés se vio obligado a repeler a tiros el avance de tres lanchas que se aproximaban abriendo fuego.
El dispositivo de vigilantes en los pesqueros de bandera española acaba de cumplir cuatro meses, y lo hace en plena escalada de ataques piratas, que los expertos vinculan con el final de la estación de los monzones: el año pasado, casi la mitad de los 47 secuestros de barcos registrados en esta zona se produjeron entre marzo y abril. La ministra de Medio Marino, Elena Espinosa, ha admitido la necesidad de «seguir reforzando todas las medidas de seguridad» y la patrullera de la Armada 'Vencedora' ya está en camino para incorporarse a la operación Atalanta, el programa de la UE contra la piratería en el entorno de Somalia, pero, de momento, los tripulantes de los atuneros siguen sumidos en un constante desasosiego, temerosos de una amenaza que se ha vuelto casi continua. «En la pesca estoy curtido, pero no en faenar con alarmas a bordo y gente armada. Esto no tiene nada que ver con la pesca», se lamentaba el domingo Santiago Gamboa, patrón del 'Txori Argi', aún con el miedo en el cuerpo después de que su barco tuviese que activar el protocolo de seguridad: dos lanchas rápidas lograron acercarse a sólo una milla, así que los pescadores se guarecieron en el interior del atunero y la dotación de vigilantes tuvo que disparar varias ráfagas de advertencia que, por fortuna, disuadieron a los piratas.
En realidad, la situación es tan nueva para los vigilantes como para los pescadores. «Es raro que tengan experiencia en el mar. Suele tratarse de ex militares que han acabado sus compromisos profesionales, escoltas y vigilantes de seguridad», explica Juan Carlos García Fajardo, de la empresa GM, pionera en los cursos de protección marina. Media docena de sus alumnos ya fueron enviados a Somalia con la primera remesa de la compañía Segur, que tiene la concesión de la seguridad en los atuneros, y otros cuatro se preparan ahora para emprender el viaje. ¿Qué les mueve? «El perfil ideal es el que se preocupa menos del sueldo y más de la experiencia, incluso de la aventura. El que te pregunta antes de nada cuánto va a cobrar, malo», analiza García Fajardo. A su juicio, este trabajo pone a prueba la estabilidad psicológica de los profesionales: «Es cierto que un atunero no es como un pesquero de bajura: hablamos de un barco muy grande, con un buen modo de vida a bordo. Pero, aun así, pasarse cuatro meses embarcado en estas circunstancias requiere estar fuerte psicológicamente. Tienen que ser personas equilibradas, con gran capacidad de control para sobrellevar el estrés y la rutina».
Algo de eso sabe Ismael Nettah, uno de los vigilantes que se incorporaron al servicio en noviembre. Aunque cuenta con experiencia militar, en aquel momento pasó de trabajar como vigilante en Renfe a combatir la piratería en el Índico, todo un cambio. Su tarea consistía, fundamentalmente, en dejarse los ojos mirando el horizonte: «Al final, estás las 24 horas pendiente de todo, alerta ante cualquier avistamiento sospechoso. Y la tensión se dispara cada vez que el patrón dice que tiene un eco en el radar y no contesta a sus comunicaciones. Acabas bastante reventado, estás muy lejos de tu familia, con mucha presión y un calor insoportable: a las seis de la mañana, ya hay cerca de 30 grados», relata. Al joven alicantino le correspondió prestar sus servicios en el 'Txori Gorri', junto a tres compañeros «muy profesionales, con nivel», y se vio implicado en la primera intervención de los vigilantes españoles: el 19 de noviembre, cuando sólo llevaban unos días en el Índico, un esquife les estuvo persiguiendo durante veinte minutos. «Por fortuna, lo vimos a tiempo. Habría tardado dos horas en cogernos y no llevan tanto combustible».
Nettah explica que, por las noches, rara vez podían dormir más de tres horas seguidas, ya que se organiza un turno para mantener la guardia: si el barco estaba en movimiento, lo hacían de uno en uno; si estaba parado, de dos en dos. A las cinco, empieza la actividad pesquera con el largado de las redes, un momento clave desde el punto de vista de la seguridad, ya que obliga a mantener el barco quieto. «En general, se puede decir que estábamos un poco más relajados al navegar, porque los barcos tienen sus propios vigías en la cofa y el puente», comenta. Pero la alarma puede saltar en cualquier momento, así que el descanso es un concepto muy relativo.
«Allí las pasas nenas, te estás jugando la vida», resume otro integrante del dispositivo, que antes de incorporarse a este servicio trabajaba como escolta en el País Vasco. Incluso personas con gran experiencia militar flaquearon al afrontar la tarea de defender un barco sin ningún respaldo, en medio de un mar inabarcable, contra un enemigo sin piedad: «Allí la vida no vale una kk y cualquier niño tiene un Kalashnikov. Los piratas usan un armamento viejo, pero de calibre superior al nuestro». Los vigilantes embarcados cuentan con fusiles de asalto y una ametralladora media para cada pesquero, pero las ametralladoras pesadas Browning M2 aprobadas por el Gobierno sólo las han visto durante el cursillo acelerado que recibieron en Cartagena, ya que las autoridades de Seychelles han retenido el envío: «Ha blamos de un arma fija de 45 kilos, con munición como un botellín de Coca-Cola y un alcance de seis kilómetros... ¡un auténtico bicharraco! Los soldadores de los barcos ya tenían preparados los encajes para colocarlas, pero nunca llegaron».
A ras de agua
Se ha hablado mucho del poder disuasorio de las armas a bordo, pero este vigilante puntualiza que no basta con llevarlas: hay que usarlas. «Si no disparas, ellos no van a darse cuenta de que las tienes. Abordar un barco es muy difícil y ellos vienen a ras del agua, no pueden distinguir que allí arriba hay un tío con un fusil de asalto. Lo sé porque he estado horas y horas de guardia con prismáticos y no se llegan a distinguir los detalles de otro barco». Eso sí, en caso de intercambio de disparos, los atuneros cuentan con la ventaja de su tamaño y su estabilidad: «Estás en un buque grande, tienes posición dominante -analiza Nettah-. Ellos vienen en cuatro latas que se menean y tiran por tirar, es muy difícil que hagan blanco. Si te pillan desprevenido, es que algo has hecho mal».
El sistema de embarcar vigilantes resultó controvertido desde el principio, cuando los armadores exigían la presencia de militares. Las tripulaciones, de hecho, bautizaron a los recién llegados como 'los Carrefour', un apodo socarrón que alude a las tareas que desempeñaban en España. En estos cuatro meses se ha criticado la premura con la que se les seleccionó y formó, lo ajustado de su número -en un principio, se habló de seis u ocho personas por barco-, la opacidad de todo el proceso y la bruma jurídica en la que se encuentran en caso de matar a algún supuesto pirata, pero, si se emplea un enfoque puramente pragmático, es cierto que en estos cuatro meses no se ha producido ningún secuestro de atuneros españoles. Eso sí, muchos de los vigilantes están de acuerdo en que los 5.150 euros brutos al mes no bastan para pagar esa sobrecarga de tensión, responsabilidad y miedo, sobre todo si se tiene en cuenta que los franceses cobran 10.000 y los ingleses, 12.000. «Ser escolta en el País Vasco -asegura el que ha pasado por los dos trabajos- no es nada comparado con esto».
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