Seguridad y armas
Si hacemos caso a la propaganda gubernamental ya no hay ejército propiamente
dicho, sino solo onegés que se desplazan a algunas zonas en conflicto para
construir escuelas y atender a niños enfermos.
Seguramente, pocos saben cuál es la capital de Corea del Norte, pero a muchos
les sonará la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, a poco que
hayan visto películas y leído diarios al uso. El Imperio es el Imperio, y los
habitantes de las provincias periféricas hemos acabado teniendo una pátina de
cultura norteamericana que nos permite enterarnos de que el Tribunal Supremo de
EEUU ha hablado sobre derechos ciudadanos, aunque no de los derechos de los
iraquíes, los afganos, los palestinos o los fantasmagóricos cautivos en
Guantánamo, pues se ha limitado a ratificar el sacrosanto derecho de los
ciudadanos norteamericanos a poseer y portar armas de fuego.
EL MIEDO gasta esas bromas pesadas. El norteamericano clama por su derecho a
la seguridad y acumula arsenales enteros para su defensa. No aclara en la
mayoría de los casos de quién se defiende o quién le está atacando, pero al
parecer el revólver y el fusil tienen para alguna gente unos fulminantes efectos
sedantes y antidepresivos. Así, como quien no quiere la cosa, 270 millones de
armas de fuego de todos los calibres están en manos de civiles norteamericanos y
unas 30.000 personas mueren cada año abatidas por esas armas, pero el negocio es
el negocio, la seguridad es la seguridad y la Asociación Nacional del Rifle está
cada más orgullosa de tener y llevar pistola y cartucheras como sus antepasados
en el Far West.
Hay quien piensa que la vida parece zozobrar si no es segura. Nadie aclara
qué es eso de seguridad, pero nos tragamos sin rechistar la presunta seguridad
que nos rodea y anega: bancos, calles, edificios públicos y privados, cuarteles,
acontecimientos deportivos, musicales o culturales, estaciones, aeropuertos y un
sinfín más de lugares y actos están repletos de personal y cámaras de seguridad,
que supuestamente nos vigilan y protegen.
De vez en cuando, con toda esa red de poder que van tejiendo las pistolas en
manos de desaprensivos, nos vamos enterando de que lo mejor que podemos hacer en
algunos casos es protegernos de los protectores. Cuando nos preguntamos entonces
quién vigila al vigilante de los vigilantes, intentan aquietarnos diciendo que
van a aumentar el número de vigilantes para que podamos dormir definitivamente
seguros y tranquilos.
CAPÍTULO APARTE merece ese tótem sagrado llamado Defensa. Si hacemos caso a
la propaganda gubernamental, ya no hay ejército propiamente dicho, sino solo
onegés que se desplazan a algunas zonas en conflicto para construir escuelas,
atender a niños enfermos y, claro está, garantizar la seguridad (¡siempre la
palabra mágica!) en una zona. Según esto, las armas que pagamos todos no sirven
ya para matar y destruir, sino solo para la defensa de la libertad y la
democracia. Se trata de una Defensa extraña, pues nunca determina quién es el
enemigo, dónde está y cuál ha sido su última amenaza.
Salvo la gloriosa gesta de la Isla de Perejil y la valerosa retirada del
Sahara, nuestros ejércitos (ahora denominados Defensa) no han tenido que
defendernos de nada ni de nadie durante siglos (salvo meternos en una maldita
guerra civil), por lo que actualmente viajan a lugares con objetivos tan
confusos como Afganistán, Líbano o los Balcanes. Pues bien, el presupuesto del
Ministerio de Defensa para 2007 superó los ocho mil millones de euros, un 8,6%
más que en 2006 (el mayor crecimiento de los últimos 20 años).
No obstante, para no incurrir en pesimismos facilones, hay también buenas
noticias en materia de seguridad internacional. Nuestro emperador, George
Bush, ha decretado que Corea del Norte ya no forma parte del diabólico Eje
del Mal y ha pasado a engrosar las filas de los países fieles y amigos, pues ha
destruido la torre de refrigeración de su principal instalación atómica y ha
entregado la declaración de su potencial nuclear.
En resumidas cuentas, Corea del Norte ha sido borrada de la lista de
patrocinadores del terrorismo internacional, por lo que también se ha librado de
ser objetivo de la próxima guerra preventiva que pudiere decidir el general
Custer. Nunca sabremos si el peligro provenía de que se trataba de un
programa nuclear o de que estaba en manos de norcoreanos, pero el hecho es que
el G-8 (los ocho países más ricos del mundo) han pedido que se verifique
cuidadosamente el proceso de desnuclearización de Corea del Norte, su renuncia
sincera a desarrollar el programa de misiles balísticos y su respeto fehaciente
de los derechos humanos. O sea, lo mismo que en Gaza, Irak y Guantánamo. Ni que
decir tiene que el G-8 está compuesto por los países con mayor arsenal nuclear,
biológico y químico, capaz de destruir hasta la última brizna de vida en la
Tierra. Pero eso son ya minucias: todas esas armas son para nuestra seguridad.
Si hacemos caso a la propaganda gubernamental ya no hay ejército propiamente
dicho, sino solo onegés que se desplazan a algunas zonas en conflicto para
construir escuelas y atender a niños enfermos.
Seguramente, pocos saben cuál es la capital de Corea del Norte, pero a muchos
les sonará la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, a poco que
hayan visto películas y leído diarios al uso. El Imperio es el Imperio, y los
habitantes de las provincias periféricas hemos acabado teniendo una pátina de
cultura norteamericana que nos permite enterarnos de que el Tribunal Supremo de
EEUU ha hablado sobre derechos ciudadanos, aunque no de los derechos de los
iraquíes, los afganos, los palestinos o los fantasmagóricos cautivos en
Guantánamo, pues se ha limitado a ratificar el sacrosanto derecho de los
ciudadanos norteamericanos a poseer y portar armas de fuego.
EL MIEDO gasta esas bromas pesadas. El norteamericano clama por su derecho a
la seguridad y acumula arsenales enteros para su defensa. No aclara en la
mayoría de los casos de quién se defiende o quién le está atacando, pero al
parecer el revólver y el fusil tienen para alguna gente unos fulminantes efectos
sedantes y antidepresivos. Así, como quien no quiere la cosa, 270 millones de
armas de fuego de todos los calibres están en manos de civiles norteamericanos y
unas 30.000 personas mueren cada año abatidas por esas armas, pero el negocio es
el negocio, la seguridad es la seguridad y la Asociación Nacional del Rifle está
cada más orgullosa de tener y llevar pistola y cartucheras como sus antepasados
en el Far West.
Hay quien piensa que la vida parece zozobrar si no es segura. Nadie aclara
qué es eso de seguridad, pero nos tragamos sin rechistar la presunta seguridad
que nos rodea y anega: bancos, calles, edificios públicos y privados, cuarteles,
acontecimientos deportivos, musicales o culturales, estaciones, aeropuertos y un
sinfín más de lugares y actos están repletos de personal y cámaras de seguridad,
que supuestamente nos vigilan y protegen.
De vez en cuando, con toda esa red de poder que van tejiendo las pistolas en
manos de desaprensivos, nos vamos enterando de que lo mejor que podemos hacer en
algunos casos es protegernos de los protectores. Cuando nos preguntamos entonces
quién vigila al vigilante de los vigilantes, intentan aquietarnos diciendo que
van a aumentar el número de vigilantes para que podamos dormir definitivamente
seguros y tranquilos.
CAPÍTULO APARTE merece ese tótem sagrado llamado Defensa. Si hacemos caso a
la propaganda gubernamental, ya no hay ejército propiamente dicho, sino solo
onegés que se desplazan a algunas zonas en conflicto para construir escuelas,
atender a niños enfermos y, claro está, garantizar la seguridad (¡siempre la
palabra mágica!) en una zona. Según esto, las armas que pagamos todos no sirven
ya para matar y destruir, sino solo para la defensa de la libertad y la
democracia. Se trata de una Defensa extraña, pues nunca determina quién es el
enemigo, dónde está y cuál ha sido su última amenaza.
Salvo la gloriosa gesta de la Isla de Perejil y la valerosa retirada del
Sahara, nuestros ejércitos (ahora denominados Defensa) no han tenido que
defendernos de nada ni de nadie durante siglos (salvo meternos en una maldita
guerra civil), por lo que actualmente viajan a lugares con objetivos tan
confusos como Afganistán, Líbano o los Balcanes. Pues bien, el presupuesto del
Ministerio de Defensa para 2007 superó los ocho mil millones de euros, un 8,6%
más que en 2006 (el mayor crecimiento de los últimos 20 años).
No obstante, para no incurrir en pesimismos facilones, hay también buenas
noticias en materia de seguridad internacional. Nuestro emperador, George
Bush, ha decretado que Corea del Norte ya no forma parte del diabólico Eje
del Mal y ha pasado a engrosar las filas de los países fieles y amigos, pues ha
destruido la torre de refrigeración de su principal instalación atómica y ha
entregado la declaración de su potencial nuclear.
En resumidas cuentas, Corea del Norte ha sido borrada de la lista de
patrocinadores del terrorismo internacional, por lo que también se ha librado de
ser objetivo de la próxima guerra preventiva que pudiere decidir el general
Custer. Nunca sabremos si el peligro provenía de que se trataba de un
programa nuclear o de que estaba en manos de norcoreanos, pero el hecho es que
el G-8 (los ocho países más ricos del mundo) han pedido que se verifique
cuidadosamente el proceso de desnuclearización de Corea del Norte, su renuncia
sincera a desarrollar el programa de misiles balísticos y su respeto fehaciente
de los derechos humanos. O sea, lo mismo que en Gaza, Irak y Guantánamo. Ni que
decir tiene que el G-8 está compuesto por los países con mayor arsenal nuclear,
biológico y químico, capaz de destruir hasta la última brizna de vida en la
Tierra. Pero eso son ya minucias: todas esas armas son para nuestra seguridad.
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